Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Quisiera agradecer profundamente al Dr. Herman van Hooff por sus palabras iniciales, en las cuales expresa su solidaridad con el pueblo de Cuba y, particularmente, con las provincias orientales y centrales que sufrieron los embates del huracán. Quisiera yo también dedicar mis primeras palabras a nuestros colegas y amigos en aquella parte del país, y a formular nuestros mejores votos ahora que la nación entera está allí: los que no están físicamente tienen puesto allí su corazón; el Estado está allí, enfrentando de manera masiva los daños inesperados causados por esa terrible tormenta. El patrimonio no es solamente lo que está atesorado en los museos ni en los archivos. Pensar, por ejemplo, en las familias que han perdido totalmente sus viviendas, o pensar en el retrato de la familia; pensar en el título de sus hijos; pensar en las condecoraciones de los soldados; pensar en las libretas escritas por los niños; eso es también el patrimonio. Es la acumulación de la memoria individual de las familias, que sufren un gran destrozo, una pérdida infinita. La pérdida de los libros, de los muebles, es más importante a veces que los objetos utilitarios y de uso cotidiano.
Al mismo tiempo, nos preparamos para, desde los instrumentos de la Comisión Nacional de Monumentos y de nuestra activa participación con el Consejo Nacional del Patrimonio, asistir en todo lo que sea posible esas urgencias, ya allí con la aportación de restauradores, alumnos y expertos que estén preparados, uniéndose a los esfuerzos que ya se realizan, o bien acogiendo aquí muchas piezas que puedan haberse dañado y que requieran su restauración. Es por eso que me es muy difícil celebrar el aniversario 30 de la inscripción de La Habana.
Para conmemorar estos 30 años, diría que recuerdo vivamente aquellas jornadas, y quisiera, por elemental sentimiento de gratitud, evocar a los que trabajaron arduamente en el seno de la UNESCO, desde el Ministerio de Cultura y desde la Comisión Nacional de Monumentos, para la presentación exitosa de un expediente, defendido brillantemente por la doctora Marta Arjona.
Quisiera también recordar con particular afecto a todos los que a lo largo de 30 años, y aun antes –porque cuando se concede y se hace esa inscripción las naciones ya han demostrado con creces una voluntad de preservar lo que tienen; cuando se llegó a ese punto, el año anterior, en 1981, por ley la nación declaró Monumento Nacional las siete villas–, tanto en la Comisión Nacional de Monumentos como en las instituciones cubanas aplicadas en esta tarea, habían realizado una obra realmente notable.
Quiero honrar también la memoria de mi predecesor, de feliz y laureada memoria, el doctor Emilio Roig de Leuchsenring, que fundó la Comisión Nacional de Monumentos, la Junta Nacional de Arqueología y Etnología; asimismo, fundó y presidió el Comité Nacional para la creación de la Biblioteca Nacional, que se unió a Don Fernando Ortiz en la preservación del patrimonio inmaterial de los carnavales de La Habana y, fundamentalmente, de las comparsas y fiestas populares; creó la primera gran biblioteca circulante, a partir de la unión voluntaria de un numeroso grupo de bibliotecas personales de grandes intelectuales cubanos, para hacer accesible a los jóvenes investigadores la posibilidad de consultar esos papeles, esos documentos extraños, esas ediciones príncipes de las cuales tanto conoce la Dra. Berarda.
“La mejor forma de celebrar y conmemorar es trabajar”
Es por eso que me siento dichoso al pensar que ha sido mucho tiempo, un largo tiempo de esfuerzo y de trabajo de Cuba; un largo tiempo que se extiende al momento en que arquitectos, historiadores, ingenieros, se preocuparon por dejar una doctrina escrita sobre el valor y la importancia de La Habana.
Quisiera evocar a los primeros historiadores clásicos; por ejemplo, a Arrate, a Urrutia, a Valdés. Quisiera también evocar lógicamente al historiador José María de la Torre, a Manuel Pérez Beato, y muy particularmente a los grandes arquitectos cubanos; al profesor Francis Ralph Wicks, que en su residencia en La Habana escribió, con el apoyo de Fernando Ortiz, de Lidia Cabrera y de María Teresa de Rojas, su monumental libro sobre una escuela cubana y habanera de arquitectura y, muy especialmente, al profesor universitario Dr. Weiss, que realizó una obra notabilísima. Joaquín Weiss solía recorrer con sus alumnos las calles de la ciudad explicándoles la significación, encomiando el valor de aquella arquitectura. Y todos esos aportes y todas esas contribuciones permitieron que, llegado el momento en que se convirtió en preocupación real del Estado la preservación del patrimonio cultural y se crearon instituciones modernas y asistidas para hacerlo, fuese posible llegar a inscribir La Habana, hace 30 años, como la primera de las nueve ciudades que hoy la Dra. Gladys Collazo, directora del Consejo Nacional del Patrimonio, nos presenta en este precioso folleto en el cual nos honramos con la existencia de nueve sitios, y lo que se ha mencionado de lo que se ha incluido en el patrimonio “Memoria del mundo” de documentos y colecciones.
Quizás sea oportuno anunciar nuestro interés de que se incluya en esa “Memoria” las Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana, conservadas desde julio de 1550 hasta la pasada semana, donde llegó el último papel enviado por el gobierno con los acuerdos del Consejo de Administración. Una colección que a lo largo de los siglos permite ver la historia del nacimiento de la aldea que se convierte en villa; la villa, en ciudad; el momento en que recibe la noticia de la guerra y de la paz; el momento en que edifica sus principales monumentos, recibe a los científicos y expertos, se construye la memoria. Es el cabildo actuante, y es esta, junto a la de Lima y a la de la ciudad de México, una de las más antiguas colecciones –y no quisiera prescindir de la antigua Guatemala– de la memoria de las fundaciones de las ciudades en el continente americano luego de la conquista española en el siglo XVI.
Quisiera decir que la mejor forma de celebrar y conmemorar es trabajar. En estos años se ha trabajado arduamente; se ha trabajado también confrontando ciclones devastadores, como en 1982, cuando vi caer personalmente los grandes árboles de la Plaza de Armas, que estaba recién restaurada, y destruirse toda la preciosa iluminación con luz de gas, que un donante francés había realizado a favor de la Plaza de Armas. Recuerdo la destrucción de parte del Convento de Santa Clara, la caída de la casa de Rivero Vasconcelos. Era una mañana de ruina y desolación en el Centro Histórico.
Recuerdo las penetraciones del mar, a las cuales nos enfrentamos defendiendo rabiosamente el patrimonio del Malecón tradicional, desde Prado hasta Belascoaín. Ahora lleva prácticamente nueve días cerrado el Malecón, y solamente la arquitectura militar ha podido resistir el paso de una ola colosal que en más de dos ocasiones –y ahí están los registros fotográficos– ha pasado por encima del faro del Morro. Debemos tener en cuenta que hay cambios en el clima, cambios en la naturaleza, cambios que para los pequeños Estados insulares como Cuba suponen un peligro real, en el cual la UNESCO pone sus ojos con gran preocupación.
Es por eso que lo celebramos trabajando ardorosamente.
Cada paso que nos vemos necesitados de dar hacia atrás se convierte en otro con más firmeza y más experiencia hacia adelante. Por eso, en este momento se concluyen las obras del Teatro Martí, emblema de la ciudad no solamente del arte, sino emblema de sus grandes acontecimientos. Es por eso que se inician las obras en el gran Capitolio de la nación, símbolo del Estado. Es por eso que se realizan las labores de conservación más activas en el Paseo del Prado José Martí y se reconstruyen allí cuatro edificios. Es por eso que se construye el edificio íntegro del antiguo Sloppy Joe’s, un centro de gran importancia para La Habana en ese tiempo, lugar de reunión. No olvidaremos nunca aquella hermosa película que tiene por epicentro el café celebérrimo, Nuestro Hombre en La Habana.
Y, desde luego, trabajamos ampliando la capacidad real de enfrentar esa tarea: de una escuela-taller de 30 alumnos cuando se constituye en Patrimonio de la Humanidad en 1982, a una escuela de 500 alumnos hoy, donde van surgiendo los núcleos para nuevas cooperativas de trabajo aplicadas también a la restauración, no solo en la Habana Vieja sino en otros lugares de la capital de Cuba, porque hoy nuestra gran preocupación es toda La Habana, no es solamente la Habana Vieja. Y mi título no se resume tras los viejos muros de la ciudad. Es por eso que trabajamos en la Colina Universitaria, en el Rectorado, en la gran Escalinata, en la Necrópolis de Cristóbal Colón, la ciudad futura, la patria probable de casi todos. Es por eso que trabajamos en eso.
Hemos apoyado labores en Guanabacoa, en distintos lugares, de tal manera que se despierte el sentimiento en pro de la preservación del patrimonio material y, a través de los mecanismos de que se dispone, activar la memoria social de la historia, a través de nuestra emisora Habana Radio, de un sistema de publicaciones, de nuestra colaboración activa y constante como parte del Consejo Nacional del Patrimonio Cultural. Y, desde luego, con la creación del Colegio Universitario San Gerónimo, que trata de unir en ciencia todo lo que obtuvimos por experiencia propia y heredada, sede inmediata y ya de la Cátedra UNESCO que preside precisamente la doctora Gladys Collazo.
Es por eso que quisiera agradecer profundamente en este día a la UNESCO por su apoyo, por su buen nombre, por lo que ha contribuido en medio de tribulaciones económicas, financieras, incomprensiones, acosamientos, a continuar su magna tarea de unir al mundo.
Como decía la doctora Berarda, en pocas oportunidades una Convención ha sido tan aclamada y tan signada por todas las naciones.
Recuerdo que para celebrar la firma de Cuba de la Convención sobre el Patrimonio Subacuático se inauguró el Museo Nacional en el Castillo de la Real Fuerza, llevando allí los tesoros rescatados al mar. En breve presentaremos la Revista de Arqueología, de la que hemos traído al Dr. Van Hooff el primer ejemplar, un nuevo número, el décimo de la revista, que muestra los resultados de los hallazgos arqueológicos realizados en el Centro Histórico, quiere decir, el patrimonio desconocido.
Agradezco profundamente a todos los que han contribuido, y me uno a esa celebración con la discreción y el pudor que imponen las circunstancias actuales en el Oriente de Cuba. Pero, como decía, todos estamos aplicados con energía, con fortaleza, con voluntad y con esperanza, para que cualquier daño que siempre existe –y ya los he enumerado–, que pueda haber ocurrido, sea restañado y salvado para bien de Cuba y de la humanidad.
Muchas gracias.
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