Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Por: Joel Lugones Vázquez / Fotos: Joel Guerra
Más que una conferencia magistral; más que un discurso unilateral. Fue un momento para el intercambio intergeneracional pero, sobre todo, para beber de una inagotable fuente de enseñanzas y vivencias. Así sintieron – y les llegó – a todos los delegados y participantes en el 3 Congreso de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) la presencia y la intervención del Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana, quien participó en este cónclave en la tarde del 17 de octubre.
Este Maestro de Juventudes nunca olvidó aquel brillo en los ojos de los jóvenes que participaron en el anterior congreso de la vanguardia artística de la Isla, reunidos en la AHS – brillo que se traduce, al decir del Historiador, en la esperanza y la expectativa de la vida que tenemos que siempre llevar adelante –. Por eso quiso volver a compartir con los actuales miembros algunas ideas, esenciales para entender el pasado, el presente y el futuro de nuestra nación, lo que se traduce todo en un mismo fundamento: nuestra historia e identidad.
Leal empezó recordando – en un año tan significativo como este, el del 150 aniversario del inicio de nuestras guerras independentistas – tres discursos esenciales de nuestro Comandante en Jefe, Fidel Castro: el de 10 de octubre de 1968, uno dedicado a Ignacio Agramonte y el del aniversario de la Protesta de Baraguá. Todos, discursos esenciales pues para Leal la búsqueda del ser humano perennemente es la de la verdad, y ese apego, esa búsqueda de la verdad en lo histórico es el examen también de nuestra vida en la contemporaneidad.
“Cuando uno vive un gran tiempo, vive prisionero para siempre de él. Y es verdad: el sentimiento del arraigo es grande”, afirmó Leal, quien sentenció que la vida es lucha y si se plantea como una lucha hay que responder: acepto el desafío o no.
Más ideas, más saberes. Para el Historiador, las tres cosas más lesivas a todo individuo: “la primera, la ingratitud. La segunda, la envidia que se arrastra como una serpiente al pie de la virtud. Y la tercera, la más grande de todas, la vanidad”.
Enseguida – y así lo aseveró – su pensamiento fue nuevamente para el hombre más grande que conoció de cerca y durante mucho tiempo: Fidel Castro Ruz. “Él teniéndolo todo, en un acto que desconcierta, dijo: nada quiero, nada se debe edificar, ni monumentos deben construirse, ni calles debe llevar nombres. Porque tenía algo más importante como convicción y que un día dijo delante de mí: mi pensamiento no podrán privatizarlo nunca. Y es que su palabra tenía un alcance universal y sus ideas eran lo más profundo”, aseveró.
“Fidel era además un hombre – dijo en otro momento –. Tratar de endiosarlo es disminuirlo. Lo que era un hombre superior”.
Otra de las grandes verdades expresadas: “Pueblo es el que escribe la historia. Es verdad. Pero el pueblo es una suma de individualidades y solamente los pobres de espíritu omiten o soslayan el papel que tiene el hombre o el ser humano en la historia. Hace falta un Céspedes que diga: ahora; hace falta un Martí que diga: ¿imposible?, no, se puede; hace falta un Guiteras que diga: me voy para volver; hace falta un Mella que diga: mi ideas no las pueden castigar; y hace falta un Fidel que no tenía necesidad ninguna si vamos a juzgar por el laboratorio la historia”.
Para el Historiador, este fue nuestro destino y nuestra meta: un pueblo pequeño, una nación pequeña, un sistema insular que supo inscribirse en los anales de la historia de la humanidad. Y Cuba está formada por cada región que, separadas y unidas a la vez, son un espejo de la grandeza del país.
El Historiador hizo énfasis en que existen tres dimensiones: “La dimensión del País. El país es un pedazo de tierra. Somos paisanos de aquí, de este país. La Patria – cantada ya por Heredia, enunciada en el «Espejo de paciencia» y llevada a sus momentos más altos por los grandes poetas, escritores y por todos los que pensaron Cuba – era un sueño a conquistar. Y la Nación – que es en la que están viviendo ustedes – es ese estado de derecho que está proclamado en el texto constitucional que estamos discutiendo y que enraíza los principios democráticos de la Revolución Socialista”.
“Este es un año privilegiado – afirmó Leal – . Ciento cincuenta años de nuestras guerras independentistas y muchos aniversarios que se cumplen: 290 años le pertenecen a la Universidad de La Habana y 200 a San Alejandro, como instituciones de la cultura y el saber; y así las instituciones forman todas esa conmemoración porque todas contribuyeron a forjar la nación. Y sobre ella aparece resplandeciente el criterio fundamental que ha resultado salvador hasta nosotros. Es salvador entre amigos, es salvador en la familia y es salvador en la nación. No porque se repita muchas veces, pierde el valor que tiene esta categoría: la unidad nacional. Fidel fue quien unió la nación; él la unió porque todavía prevalecía el discurso del culto individual – casi siempre reduccionista – de: Maceo el brazo, Martí la inteligencia, Gómez el estratega, Agramonte el más puro… Fidel unió todo eso y marca el paradigma de la unidad de la nación como única fuerza salvadora. Esa unidad, con la diversidad que supone, con el respeto al otro dentro de esa unidad que para los clásicos del pensamiento revolucionario podía hallarse a partir de la unidad mínima, en principio fundamental, y que buscaba luego la unidad máxima en la comunión de las ideas y, sobre todo, en el principio de la decencia personal al expresar el criterio”.
Muchos delegados pidieron la palabra para preguntar y debatir ideas y más que todo: para recibir consejos y opiniones de un eterno joven enamorado de su país, de su cultura, de su gente… Es por eso que una vez más, como agradecimiento, la AHS le regaló una hermosa pintura que refleja su querida ciudad, La Habana.
Para finalizar, estas sentencias que resumen todo la guía espiritual y moral que ofreció: “No desmayen en la formación, en el conocimiento (…) Sepan que la palabra viva vale más que muchos discursos (…) Todos los que estamos aquí tenemos un tesoro, una virtud, una capacidad. Pongámosla al servicio de la causa”.
“Esta es Cuba – expresó en cierto momento; palabras que bien se traducen en un mensaje final –. Esta imagen que me llevaré hoy – señalando a la sala y a sus participantes – me confirma que este es mi pueblo. Fernando Ortiz, el gran sabio de las ciencias sociales, decía que pueblo que se niega a sí mismo perece. No podemos negarnos. Por la sangre y por la cultura, esto es lo que somos y esta es nuestra expresión”.
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