Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Estimados profesores, alumnos y amigos todos:
En la estela inderogable del amor, vencedor de la muerte, quisiera en primer lugar expresar mi póstumo reconocimiento al Sr. Historiador de la ciudad, Dr. Eusebio Leal, por la confianza depositada en mí meses atrás para que dictara esta conferencia. Su amistad, desde la primera hora de mi llegada a La Habana, me permitió acompañarle con transparencia, simpatía y hondo afecto hasta el final de su fecunda vida entre nosotros. También es digna de reconocimiento, su labor incansable para hacer de esta urbe un espacio humanizado y embellecido. Fue el hombre que no cejó en su propósito de enrumbar su quehacer anclado en la historia patria con espíritu deudor y agradecido, a los que aún contamos con aliento para dar continuidad a su ingente obra. A Eusebio, mi amigo Leal, dedico estas palabras que aquí les comparto.
Y a usted, Dr. Félix Julio Alfonso, Decano del Colegio Universitario San Gerónimo, mi gratitud por su deferencia para conmigo y por el respeto a la memoria de Eusebio.
Hoy nos encontramos en un lugar que es puente entre historias: la de unos hombres que se empeñaron en hacer de la Universidad el espacio para buscar la verdad, y la de otros, continuadores de ese legado, y movidos igualmente por el deseo de seguir formando buenas personas. Es en el presente del pasado y en el presente del futuro que se teje el presente del presente, nuestro hoy. No solo debemos agradecer lo que ya fue sino también comprometernos con lo que será.
El título de estas páginas forma parte de una antífona que es cantada cada noche por los frailes durante el rezo de completas, es un himno a nuestro fundador santo Domingo de Guzmán y refleja bien el sueño de la Orden de Predicadores: “beber el agua de la sabiduría”. Imagen que nos transporta a la primera hora de la Creación y casi me hace visualizar las corrientes del gran río que había brotado en el Jardín del Edén y se dividía en cuatro brazos según el relato bíblico (Gn. 2, 10).
Es en la certeza del origen que los dominicos encontramos también la potencia para soñar. Siendo muy joven, uno de los primeros libros que leí fue “El Sueño de Juana de Aza”, la madre de santo Domingo. Juana, cuando estaba embarazada, soñaba que veía a un perro recorriendo el mundo con una antorcha encendida. Un monje que le interpretó el sueño le dijo que ese perro era su hijo y que llevaría el Evangelio por todo el mundo. Eso es hoy la Orden de Predicadores a la que pertenezco, una Orden de 800 años dedicada al estudio y a la búsqueda de la verdad.
Año tras año, cada 5 de enero, ustedes han visto cómo en la primera fila del aula del Colegio Universitario San Gerónimo se sientan unos frailes con sus hábitos blancos y negros. Es posible que alguno se haya preguntado: ¿estos quiénes son y por qué están aquí? Esos que Vds. ven cada año somos los hijos de Santo Domingo, los frailes dominicos, cuya presencia ha tenido una dimensión fundadora en nuestra tierra cubana. La historia de los dominicos en Cuba nos dice que nos hemos hecho empáticos con todos aquellos que han estimulado el crecimiento humano, espiritual e intelectual, al tiempo que sentimos como parte de nuestra vocación el entretejer nuestros quehaceres.
En Cuba la presencia de la Orden ha sido decisiva, como se demuestra en el hecho de que muchas páginas de la historia cubana fueron escritas por dominicos y algunas de las más notables es ya imposible separarlas del pensamiento cubano. Que haya sido invitado a hablar en la Universidad no es solo una justa memoria de lo pasado sino diálogo presente, que aspira a buscar juntos la verdad, venga de donde venga, y construir un futuro mejor para todos. Y puesto que soñar es algo muy dominicano, créanme que lo que estoy viviendo esta mañana junto a ustedes en este lugar emblemático y sagrado, lo es.
Llegué a La Habana el 15 de octubre del año 1993 y desde el año siguiente, cada 5 de enero, nos encontrábamos alrededor del monumento a la Campana (esquina Obispo y Mercaderes) el Sr. Historiador de la Ciudad, Dr. Eusebio Leal Spengler, Mons. Carlos Manuel de Céspedes, Fr. José Manuel Fernández González del Valle, el Dr. Delio Carrera, Historiador de la Universidad, y quien les habla.
La reunión de aquel entrañable grupo, del que la mayoría de sus integrantes vive hoy de otra manera, fue el inicio para que, poco a poco, me fuera familiarizando con el lugar y con algunos de ustedes cuya presencia guardo en el corazón. ¡Cuánto quisiera poder datar el día y año en que mi compañero Fr. Domingo Romero, prior de la comunidad del Nuevo Letrán en el Vedado, entregó la campana al Sr. Historiador de la ciudad para ser colocada en el Colegio San Gerónimo en nombre de los frailes predicadores, como insigne memoria de lo antes perdido! Feliz me sentí cuando pude contemplar que había sido devuelta a lo alto de la torre para que desde allí, profesores y estudiantes, pudiesen escuchar su llamada…
He venido de lejos y ante mi deseo de saber, un día le pregunté al Dr. Félix Julio por el nombre de las personalidades que engalanan el Aula Magna del Colegio Universitario San Gerónimo. Uno a uno los fui acogiendo y reteniendo en mi memoria: Félix Varela, José de la Luz y Caballero, Mendive, Saco, Varona y Martí; ante ellos, pilares del pensamiento en Cuba, se acrecienta el sueño común de una patria con todos y para el bien de todos.
Santo Domingo de Guzmán nació en Caleruega, Burgos, España, conocía bien el Sur de Francia, hizo viajes a Escandinavia y a lo que posteriormente sería Italia; cruzó muchos países, atravesando Europa y vio los daños provocados por los famosos cumanos. Fueron muchos los encuentros con clérigos, frailes y herejes. Mientras caminaba tenía tiempo para conocer el ambiente y esto le permitió una visión amplia y profunda de su tiempo. La fundación de la Orden estuvo hondamente condicionada por esta experiencia de vida, como también su predicación y trabajo apostólico. La Orden nació, por tanto, con una visión internacional del mundo que nos hace recordar el mencionado sueño de su madre.
Otra cosa que conmueve profundamente a santo Domingo es que conoció una gran crisis en la Iglesia, provocada por la riqueza y la ignorancia. En su intento por combatir la ignorancia, Domingo envía a sus frailes a estudiar a las grandes universidades (París, Bolonia, Oxford) y lucha contra las herejías de su tiempo. Experiencia, que de algún modo, debe haber condicionado la fundación de la Orden para convertir a los herejes.
Conocía bien, además, la postura de la Iglesia, lo que hacían los propios obispos en sus disputas con los herejes y sus métodos pastorales. Conocía cómo vivían los delegados del Papa. También conocía Roma, y el Papa lo conocía a él. El Papa aprovecha la experiencia de un hombre tan sensible, que recibe en sí lo que veía y que desea trabajar por la renovación. Imposible olvidar esta sentencia suya: “no así, no así…”
Domingo se desposará con la Verdad y se acompañará, para ello, de la pobreza. Por eso, será mendicante en una época de evolución del mundo, de una evolución social muy importante como fue el urbanismo. El paso del campo a la ciudad implicaba no solo el crecimiento constructivo de las ciudades sino la formación de un nuevo tipo de gobierno con la promoción de la burguesía. Un cambio de época y sus consiguientes nuevos problemas. Vio y vivió esto en Tolosa, París y en el norte de la península itálica.
En París tuvo conocimiento del emergente mundo universitario, y al percatarse de su importancia decide mandar frailes a estudiar. Los envió a Bolonia, ciudad que era entonces la más avanzada en los estudios de Derecho, puesto que concibió la pertinencia de este saber para afrontar el cambio que se estaba operando en la sociedad. Sus frailes no serán monjes contemplativos aislados en abadías, sino que la dispersión de los primeros conventos fundados dependerá en mucho de esta visión que Domingo tiene de la realidad.
Domingo piensa, medita antes de tomar decisiones y cuando le interrogan con qué finalidad deben ir (los frailes) a Bolonia, a París, etc. su respuesta es: “a predicar, a estudiar y fundar un convento”, y les exhortaba a no tener miedo. “¡Yo sé lo que hago!”, les decía. Ciertamente fue un acto excepcional, sin duda el hecho más carismático de su vida, una decisión audaz que marcó la historia de la Orden y sin la cual ésta no hubiera existido.
Fue también único en la historia de la Iglesia, ya que Domingo escogió la aventura apostólica en lugar del intimismo que ofrecía una cierta seguridad a cambio, sin embargo, de una actividad apostólica limitada.
“Nunca conoceremos la verdad si nos contentamos con lo ya descubierto. Los escritores que nos precedieron no son nuestros señores, sino nuestros guías. La Verdad está abierta a todos, aún no ha sido ocupada” (Guilbert Tournai).
En el escudo de la Orden aparece un lema sublime y ambicioso: “Veritas”. El ideal ha sido definido repetidas veces como el ideal de la Verdad. Llamamos a la Orden de Predicadores, la Orden de la Verdad. Pero esta denominación, que se remonta hasta sus orígenes, no tuvo entonces el sabor de una presunción arrogante por parte de los dominicos. Antes de que nosotros fuésemos fundados ya existía esta expresión técnica para denominar a la Orden de Predicadores o de los Doctores, es decir, de los obispos. Desde la época patrística decir “orden de predicadores”, equivalía a decir “orden de la verdad”.
La Verdad no es monopolio de nadie. La orden desde sus inicios ha visto con claridad lo decisivo de buscar la verdad a través del estudio. Esto es en sí mismo un proyecto dominicano, pero también, vale decirlo, un proyecto del hombre inquieto. “El estudio como búsqueda constante de la Verdad, es el sentido exacto del lema de la “Verdad” y del “ideal de la Verdad”. Es el único sentido válido. “La verdad aún no ha sido ocupada”. Y de esa forma, el ideal de la verdad o del estudio constante en aras de ésta es más que un simple motivo de orgullo, es un compromiso, una pasión. El primer objetivo frente a la verdad no es definirla teóricamente sino buscarla, descubrirla, contemplarla y transmitirla…Por eso los grandes maestros de la humanidad no han querido llamarse sabios, sino “amantes de la sabiduría”.
La Edad Moderna de la Historia se inicia en el año 1492. En ese año se produce para los europeos el descubrimiento de un Nuevo Mundo, hecho trascendental en los anales de la familia humana y trascendental también en los anales de la Iglesia, pues abrió enormes perspectivas para la evangelización de los pueblos. Los dominicos, tan empeñados por su propio carisma en la faena evangelizadora, “fueron a la hora de sexta, y que no a la de prima”, es decir, cambiaron de rumbo -para decirlo en lenguaje marinero-, y de su vocación africana inicial, a punto de cuajar plenamente, se hizo vocación indiana con destino al Nuevo Mundo. La fecha de la llegada de un primer grupo de dominicos a América la da un testigo de vista en una crónica exultante:
En el año de mil y quinientos y diez (…) por el mes de septiembre, trujo la divina providencia la orden de santo Domingo (…). El movedor primero, y a quien Dios inspiró divinalmente la pasada de la orden acá, fue (…) Fray Domingo de Mendoza (…) para su santo propósito halló a la mano un religioso llamado el padre fray Pedro de Córdoba.
La orden de enviar dominicos al Nuevo Mundo la dio el Maestro General, Fray Tomás de Vio Cayetano, el 3 de octubre de 1508. Con decisión preceptiva y clarividencia histórica, Cayetano, famoso teólogo y de férreo talante, no titubea como gobernante y dice: “Ordeno y mando el envío de 15 frailes”, de buen grado dará el rey “gracioso apoyo a la expedición”.
En el año 1510 los frailes llegan primero a la isla de La Española, que tuvo una notable movilidad debido a la conquista del resto de las Antillas Mayores. En junio de 1511, dos de ellos partieron hacia Cuba y un pequeño grupo de frailes llegarán en abril de 1515 a Baracoa y luego se extenderán por Bayamo, Trinidad, Cienfuegos, La Habana.
Todos eran frailes señalados en virtud y en letras. Un detalle interesante es que los primeros dominicos cuando vinieron a América consigo trajeron sus libros.
El grito de Antonio Montesinos en la isla de La Española fue evangélico y profético, espada de doble filo para Fray Bartolomé de las Casas. Había sonado el momento en la Orden de Predicadores de crear una provincia nueva para un mundo nuevo. Una provincia en camino y en el camino, una provincia en frontera abierta, que nace como respuesta a un reto único y con una fisonomía propia”.
La provincia de Andalucía o Bética es la nueva entidad, que sale de la tierra firme por la puerta grande del río Guadalquivir hacia el mar, besando las columnas de Hércules. Es en América donde la Provincia escribe los mejores capítulos de su historia, de la que me siento heredero, puesto que mi presencia en esta orilla del Atlántico tuvo su génesis también de una manera sorprendente. Era el año 1986 cuando, quien les habla, procedente de Sevilla, llegaba a Cuba por primera vez. Desde entonces treinta y tres han sido las veces que he cruzado el Atlántico hasta que, finalizado el servicio que se me había encomendado, vine para quedarme en la isla donde anteriormente se había quedado Fr. Bartolomé de las Casas. También uno es de las dos orillas.
Prosiguiendo con nuestro recuento, es en abril del año 1515 que un grupo de frailes, hijos de Santo Domingo, llegan a Baracoa. Los primeros frailes dan testimonio de la predicación de la Orden, que es una predicación sostenida y alentada en comunidad, y testimoniada en una vida de fraternidad que quiere ser predicación en sí misma”. Eran tres sacerdotes y un diácono, todas personas señaladas en virtud y en letras. La historia conservó para nosotros sus nombres: Fr. Gutiérrez de Ampudia, hombre de vasta cultura eclesiástica y civil como vicario; Fr. Bernardo de Manzanedo igualmente doctor; Fr. Pedro de San Martín, bien dotado como predicador y Fr. Diego de Alberica, que era diácono.
Fueron éstos los primeros dominicos que hicieron acto de presencia en Cuba, sin contar a Fr. Bartolomé de las Casas quien recibió “mucho gozo y consolación cuando conoció su llegada”.
Los primeros frailes “recibieron el encargo de reunir a los fieles al toque de campana las tardes de los días festivos para instruirles en las cosas de fe, y para que el que hacía de sacristán enseñase a leer y a escribir a los niños menores de nueve años. Ellos fueron, por lo tanto, los primeros instructores que tuvieron el indio y la india, y de sus discípulos surgieron los primeros preceptores que tuvo la población blanca de Cuba. De esta forma, aquellos frailes se convirtieron en los primeros maestros, y Baracoa el lugar habitado donde se enseñaron las primeras letras. Será más tarde “en San Salvador de Bayamo donde se funda uno de los más importantes conventos”, quizás, en palabras del Dr. Leal, “el más importante después de La Habana”.
Dos años más tarde, en 1517, es designado obispo de Cuba el dominico Fr. Juan Witte, “al que se debe la fundación de la primera escuela que funcionó oficialmente en Cuba, la Scholanía en la catedral de Santiago… Años más tarde Fr. Diego de Carvajal funda en La Habana la Iglesia de Santo Domingo, entre las calles Obispo, O´Reilly, San Ignacio y Mercaderes y en el mismo sitio se inició la construcción del convento de San Juan de Letrán en La Habana, lugar en que los frailes predicadores comenzaron a estudiar e impartir clases. No sería aventurado decir que desde que se levantó la Iglesia de Santo Domingo comenzó a funcionar una nueva escuela en La Habana, impulsada por el carisma de los dominicos. Con el tiempo esta escuela se fue transformando hasta constituir, en el siglo XVII, el embrión de la futura Universidad de San Gerónimo de La Habana”.
Nos dice el Dr. Torres Cuevas que “es muy probable que, a mediados del siglo XVII, ya San Juan de Letrán fuera el centro único donde se enseñaban estudios superiores en Cuba, aunque los dominicos no tenían en ese momento facultad para conferir grados y es presumible que la matrícula de las aulas conventuales fuera desde sus propios comienzos una matrícula mixta, de religiosos y laicos”.
Los pasos que fueron dando los frailes predicadores para obviar las dificultades que iban surgiendo por parte de los gobiernos de España, fueron realmente valientes y heroicos. Después de años y años, cuando ya la gestión parecía olvidada, los dominicos volvían a insistir sobre el tema ante los comisarios del año, que elevarían a su majestad un informe sobre la conveniencia de que La Habana tuviera un centro donde los nativos de la isla de Cuba pudieran cursar estudios superiores, sin necesidad de tener que viajar a México, a Santo Domingo o a la propia España y suplicaban al monarca “que concediera la gracia de fundar la Universidad en su convento de san Juan de Letrán”.
Será en la sesión del 9 de julio de 1688, cuando el procurador general, teniente don Luis de Soto, eleve una nueva petición al rey expresando la “utilidad y bien público” que significarían que en los estudios de San Juan de Letrán se pudieran dar grados mayores y menores al modo que en la universidad de Santo Domingo, y se sugería se solicitara al capitán general y al obispo de Cuba que pidieran respectivamente al rey y a Su Santidad aquella gracia.
Las dificultades comenzarán a allanarse en el primer cuarto de siglo XVIII. En 1717, el Procurador General de la Orden en Filipinas, México y La Habana, Fr. Bernardo Membrive preparó un minucioso memorial que dirigió al monarca donde enumeraba las gestiones anteriores y explicaba la urgencia que tenía la sociedad cubana de recibir los beneficios que les aportaría la nueva institución.
Felipe V examinó el memorial y el 9 de octubre del mismo año despachó una carta al cardenal Aquaviva, para que intercediera ante su Santidad Inocencio XIII. Esta gestión culminó con éxito y el 12 de septiembre de 1721 Inocencio XIII expedía en Roma, en Santa María la Mayor, “sub annulo piscatoris”, un Breve en el que se concedía a La Habana autorización para conferir grados en las ciencias y facultades que se enseñasen en el convento de San Juan de Letrán, al igual que en la Universidad del Convento de Santo Domingo de la misma Orden en la isla de la Española y con los mismos privilegios, honores y gracias que éste gozaba y disfrutaba”.
Obviadas las dificultades ocasionadas más allá de los mares y la corona, la Orden de Predicadores tiene que abordar las dificultades y contrariedades surgidas dentro de la propia jerarquía eclesiástica. Al obispo Valdés, que había mantenido muy buenas relaciones con los frailes, se le despierta el deseo de que la universidad se estableciera en ciertas casas de su propiedad y trató de subordinar la nueva fundación al obispado. Ante esta postura los frailes se sienten desconcertados y manifiestan su voluntad inquebrantable de que la universidad proyectada por ellos se fundara en el convento de San Juan de Letrán y es entonces cuando comienzan las fricciones con el prelado, que intentaron amainarse en el nombre mismo (San Gerónimo) de la Universidad.
El día 5 de enero de 1728, en uso de las facultades que le ofrecía el Breve Apostólico del 12 de septiembre de 1721, dictó un auto fundando por sí mismo, en privado y en la intimidad del convento, la Universidad de La Habana y nombró además también en uso de las referidas facultades al rector cancelario y a los cuatro consiliarios; es decir a sus cuatro consejeros o asesores y de inmediato comenzó a funcionar la Real y Pontifica Universidad de San Gerónimo de la Villa de San Cristóbal de La Habana.
El 5 de enero marca los inicios de la fundación. Inicialmente la Universidad contó con cinco cátedras: Teología, Cánones, Leyes, Medicina y Artes. Los frailes la gobernaron hasta 1842, fecha en que fue secularizada y asumió el nombre de Real y Literaria Universidad de La Habana. Su primer rector fue Fray Tomás de Linares y del Castillo, “quien encabezó la lista de los cincuenta y dos dominicos que durante ciento catorce años dirigieron los destinos de la alta casa de estudios”. En 1730 comienza a conferir grados a algunos frailes que ya tenían preparación suficiente y muy pronto terminaron sus estudios los primeros seglares. Más avanzado el siglo una serie de sucesos, como la toma de La Habana por los ingleses, el crecimiento del comercio internacional y la necesidad de ampliar los conocimientos científicos y el desarrollo de la isla repercutieron sobre la institución educativa… y la responsabilidad de situar la enseñanza cubana en un plan acorde con los tiempos, recayó en la Universidad.
“Los frailes dominicos eran conscientes del retraso de la Universidad y muchos que eran cubanos y habaneros estaban al tanto de que en Cuba comenzaba a operarse una gran transformación e intentaron modernizar los estudios. En 1739 vuelven a intentarlo siendo rector Fr. José Ignacio Calderón, quien trató de llevar a cabo la modernización, y en 1795 el famoso profesor Padre José Agustín Caballero aportó nuevos detalles sobre el Proyecto. El tercer y gran proyecto de Reforma fue concebido por el mismo Padre Caballero, quien propugnaba un cambio total de la enseñanza universitaria, y expuso sus ideas a la Sociedad Patriótica, explicando su contenido, al mismo tiempo que liberaba a los dominicos de cualquier responsabilidad que se les pudiera achacar, al decir: “Mas confieso simultáneamente que los maestros (los dominicos) carecen de responsabilidad sobre este particular, porque ellos no tienen otro arbitrio ni acción que obedecer”.
Con estas palabras el Padre Caballero aludía claramente a la Monarquía española, que se había negado sistemáticamente a aceptar todas las reformas que anteriormente habían propuesto los dominicos y en especial las que se encaminaban a modernizar la enseñanza. La Real Sociedad Patriótica solicitó a la Corona que se implantaran los cambios pedidos por el P. Caballero, pero la petición tampoco tuvo éxito. Los religiosos de Santo Domingo trataron de buscar soluciones y no escatimaron las formas más disímiles para difundir la enseñanza cuando España se negó a apoyar y realizar las reformas que tanto necesitaban la Universidad y la Isla, y que no eran ajenas a los Dominicos, ya emparentados por las ideas y la sangre con las necesidades más imperiosas del pueblo cubano.
El gobierno colonial y la metrópoli española desde los albores del siglo XIX comenzaron a presionar a las órdenes religiosas radicadas en Cuba en virtud de las nefastas leyes de Mendizábal…que maniobraba tratando de quitar a los frailes el gobierno de la alta casa de estudios, por lo que en 1840 la Universidad se encontraba en completa decadencia y en enero de 1841 los dominicos fueron excluidos de su gobierno y al implantarse la ley de la Exclaustración y Desamortización se prohibió la entrada en Cuba de los religiosos de Santo Domingo”.
Lo que se fraguó gracias a la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, con todos sus aciertos y desaciertos, fue decisivo para la formación de la nacionalidad cubana, que nace y se comienza a enriquecer por lo mejor de la cultura cristiana y católica dentro de la mejor tradición de la Orden. A ella le corresponde el mérito de haber formado en el pensamiento cristiano a nuestros primeros científicos, literatos, grandes profesores y médicos de talla universal, así como a los primeros ideólogos de los derechos y las inquietudes del joven pueblo cubano…
Ellos fueron portadores de ideas que superaron la propia Universidad. Lucharon por ir más allá de lo que habían aprendido. A aquella etapa de los comienzos asociamos los nombres encomiables del Padre José Agustín Caballero, del Padre Félix Varela y Morales, Padre además de la patria y el pensamiento; de los dominicos Fray Juan Chacón y Rodríguez de Páez, de Fray José Remigio del Rosario Cernada, Arango y Parreño, de Pedro Figueredo, Rafael María de Mendive, Carlos Manuel de Céspedes, los primeros entre muchos que igualmente buscaron llegar a la verdad a través del conocimiento.
La historia que hasta el momento hemos ido narrando nos hace ver la relación existente entre los dominicos y la universidad. La Orden de predicadores, que desde sus orígenes fue fundada para el estudio y tiene entre sus santos a grandes figuras del pensamiento universal como Alberto Magno y Tomás de Aquino, encuentra en la universidad un espacio de razón y fe. Allí donde se produce el conocimiento y la investigación están las posibilidades de desarrollo de lo humano. En esta perspectiva, la universidad ha sido para la Orden comunidad de diálogo y encuentro con la verdad. El lenguaje, la palabra, es algo esencial de nuestro ser. Esa palabra encuentra su sentido en el diálogo, no solo porque nos ayuda a hacer otras cosas sino porque nos hace a nosotros mismos.
El estilo de vida inspirado por el lema “Veritas” es una fecunda combinación de apertura y fidelidad. Sin apertura no hay contacto ni verdadero encuentro, mientras que sin fidelidad no puede haber orientación, dirección y sentido. La apertura es lo que genera una verdadera acogida y la fidelidad nos permite ofrecer el testimonio de las propias convicciones. Estos polos de la apertura y de la fidelidad son, por tanto, las premisas del auténtico diálogo: el primero se realiza en la escucha sincera, el respeto a las diferencias y la estima por las convicciones ajenas, en tanto el segundo nos ayuda a reconocer la verdad en el otro, así como las implicaciones de esa verdad en la propia situación.
Nuestra pasión por la verdad no está cimentada sobre una idea irracional, sino sobre el conocimiento; no se puede amar lo que no se conoce y no se puede conocer sin un previo amor. La pasión por la verdad nace de la profunda convicción de que entre conocimiento y amor radica el contenido de la verdad.
Próximos a conmemorar el tercer centenario de la fundación de la Real Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, los dominicos vivimos con gozo este acontecimiento. Los primeros frailes fueron soñadores de esta realidad, y ustedes y yo, tenemos la dicha de celebrar el sueño de un ayer que es proyecto para el mañana.
El estilo dominicano es una realización práctica de unidad en la pluralidad, de convivencia fraterna en la diferencia. No es la pluralidad o la diversidad en sí misma lo que humaniza, sino el modo respetuoso, fraterno y dialogante con que se viva. Nuestro proyecto y el de mi Orden ha sido y es integrar las diferencias. En mi Orden se respeta la pluralidad y se vive la riqueza de las diferencias. Cuando la racionalidad y la fraternidad se besan, desde ese momento la diversidad ya no es un problema sino un don que se realiza y se acoge para el bien común. Hemos sido creados en la diversidad y “el estilo de la verdad se caracteriza por enseñarnos a valorar cada vez más nuestras diferencias enriquecedoras”. Las diferencias no son separaciones sino dones al servicio de una comunidad mayor. No son realidades que haya que “soportar”, sino que pueden reconocerse, admirarse y agradecerse. No se integra bien la diversidad en un grupo hasta que no se agradecen las diferencias. En mi habitación guardo un regalo que en el año 2012 un grupo de personas con capacidades diferenciadas me hizo en Puebla de los Ángeles, México. En el reverso dice así: “El cuadrado perfecto: donde la suma de las diferencias hace un todo”.
Les comparto una vivencia personal que ha dejado una profunda huella en mí. En la tarde del día 23 de enero del año 1998 fui invitado como Prior de la comunidad de frailes Predicadores para estar presente en esta Aula Magna y escuchar las palabras que su Santidad San Juan Pablo II dirigiría al mundo de la Cultura. Me sentí sorprendido por el lugar donde me colocaron: primera fila a la izquierda y junto al pasillo…Pasados unos minutos me levanté y acudí al Jefe de Protocolo para rogarle me ubicase en un sitio más discreto. Me sentí escuchado y con suma amabilidad me dijo: “Padre Manuel, ¿no fueron los dominicos los fundadores de la Universidad de la Habana?”. “Así es”, le respondí. Y añadió: “Entonces ese es su sitio, a su izquierda irá la Conferencia Episcopal Cubana y a la derecha, luego del pasillo central, el Sr. presidente con el Gobierno de la Nación”.
Escuché con atención las palabras del Papa, únicas y bien precisas: “Recuerden que la antorcha que aparece en el escudo de esta casa de estudios no es solo memoria, sino también proyecto”. Y a mi mente acudieron las palabras de José Martí: “Honrar, honra”. Vale señalar que los dominicos nos sentimos profundamente honrados porque la Universidad ha conservado como propio un escudo de inspiración tan dominica, no podía ser de otra manera porque la historia y el proyecto de la Orden y la Institución parten de la misma fuente y se encaminan hacia un mismo fin: edificar al ser humano.
Nuestro querido Dr. Leal, ha sido el alma, en ello puso su corazón y parte de su vida, consciente como era de que “en honor a la verdad, lo que diferencia absolutamente a España de otras potencias es precisamente la fundación de universidades como cuna de intelectualidad que, en definitiva, lucharán por una reafirmación de una nacionalidad propia”. Bien conozco su ilusión por conseguir la Cédula y colocar la Lápida…. Y cómo se sintió sorprendido al ver la reacción de mis hermanos de la Curia Generalicia de Santa Sabina en Roma, Fr. Carlos Azpiroz Costa, Maestro de la Orden y Fr. Pedro Luis González, asistente para la Península Ibérica. Es bueno que deje constancia de quienes hicieron posible su sueño, ya que fue él quien me hizo partícipe del gozo que experimentaba.
Confieso que me siento cautivado por esta ciudad que me ha acogido como a un hijo. Es la ciudad de las columnas y de las luces de Alejo Carpentier, la “Real y Maravillosa” porque contiene en su vasto escenario historia, alma y esa mezcla de realidades distintas, abigarradas, inesperadas, de las que ha ido surgiendo su originalidad. Muchos eran mis deseos de conocerla, especialmente cuando escuchaba la bella exposición de nuestro admirado y querido Dr. Leal, maestro de comunicadores, en el programa televisivo que recogía la historia de la ciudad y de su gente. Asido a sus saberes fui aprendiendo a Andar La Habana y durante 27 años he sido testigo de cómo el empeño de la Oficina del Historiador de la Ciudad ha logrado devolver vida a edificios sombríos, aparentemente muertos, dignificando sus espacios en beneficio de la comunidad.
Al decir esto me voy a permitir citar nuevamente al Dr. Leal:
“Hubo decisiones y más tarde la obra utópica de levantar un monumento que tiene además la altísima significación de recuperar como una gran reivindicación histórica, una historia que solamente podría contarse en una sala de conferencias, como un tema académico… asume los símbolos fundamentales: torre, muro y pórtico. Sustituye al pórtico las hermosas figuras de santo Domingo de Guzmán, san Pedro Mártir y santo Tomás de Aquino; repone el escudo de los escudos de la orden y calatrava que está en la mano de la giraldilla. Y el mismo devuelve a lo alto de las torres la campana que una vez los dominicos del Vedado dieron a la universidad de La Habana como memoria de lo que se había perdido.
Por decisión del Ministerio de Educación Superior se creó el Colegio mayor San Gerónimo de La Habana en el mismo sitio donde existió la Universidad, para realizar estudios vinculados al Manejo y Gestión de Centros históricos.
El Colegio de San Gerónimo está enclavado en el origen mismo de nuestra Alma Mater, y por ese motivo siempre tendrá sus brazos abiertos para todos los que profesan la docencia y la investigación en cualquier lugar de la patria. Es tarea nuestra conquistar la gloria intelectual con el trabajo honesto de nuestra mente y corazón, al tiempo que honrar la memoria de los maestros y profesores como los que engalanan el Aula Magna: Varela, Luz y Caballero, Mendive, Saco, Varona y Martí…A eso estamos llamados también hoy, cuando se nos pide armonizar las distancias que reclama la pandemia con la memoria agradecida de quienes saben ser fieles a sus raíces.
Muchas gracias.
Fr. Manuel Uña Fernández, O.P.
La Habana, Cuba a 5 de enero de 2021.
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