Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Por Onedys Calvo Noya y Marjorie Peregrín Avalo
Cuando se habla de Eusebio se piensa en el historiador, el conservador, el intelectual genuino. Poco se conoce de la visión ambientalista de quien creó múltiples espacios verdes dentro de la ciudad compacta, embelleció cada patio colonial, cada jardín y acogió en museos y centros culturales a innumerables animales domésticos; creó un aula ecológica y devolvió su antiguo esplendor a sitios naturales como la Quinta de los Molinos.
Desde lo anecdótico, uno de sus colaboradores, el biólogo José Vázquez, nos acerca a un Eusebio menos público y sí muy entrañable, a su relación con sus mascotas y a sus desvelos y empeños por sensibilizar y crear espacios para el disfrute de la naturaleza en el entorno de La Habana Vieja.
Nos gustaría que nos hablaras del Eusebio que conociste, eran dos jóvenes llenos de sueños, en pleno proceso de formación profesional…
Pertenezco a una generación que tuvo la suerte de conocer a un Eusebio muy, muy joven. Transcurría el año 1972, y al conocerlo ―por razones que no vienen al caso― surgió una empatía muy rápida entre aquel “loco”, que soñaba tanto, y yo, mientras que prácticamente se moría de hambre y dormía en la biblioteca de don Emilio Roig en el Palacio de los Capitanes Generales.
Quizás el hecho de que mi padre fuera chef de cocina y un cocinero muy importante de su época en los años cuarenta y cincuenta en La Habana, acrecentó esa amistad porque de cuando en vez venía a la casa a comer y aquellas veladas eran sencillamente deliciosas.
Un muchacho joven, soñador, pero que al darse cuenta de que yo estudiaba en segundo año de la antigua escuela de Biología de la Universidad de La Habana centró toda su atención en mis escasos conocimientos biológicos de aquella y de esta época.
Conservo con mucho cariño sus dos primeros regalos, uno de ellos desafortunadamente bastante deteriorado pero muy al estilo de Eusebio. Lo primero que me regaló fue una lechuza y un hurón disecados. Los que saben de esto saben que la taxidermia de aves es muy compleja, que las aves necesitan mucha restauración, y desafortunadamente no era mi fuerte y la lechuza está perdida, pero el hurón todavía me acompaña en mi cuarto como un recuerdo imborrable de la afición de aquel “loco” por la naturaleza.
Es evidente que los conocimientos de Leal acerca de los temas de naturaleza eran totalmente empíricos pero sí eran una clara muestra de la fina sensibilidad que en aquel muchacho se desarrollaba. Recuerdo, incluso, haber coincidido en magnificas veladas con el doctor Rivero de la Calle y los dos hablando sobre temas de antropología, sobre el poblamiento original de Cuba, identificación de restos óseos, y él se mostraba como un fanático más de aquello que el doctor Rivero nos mostraba cada vez que teníamos la posibilidad de vernos.
Y era una muestra de cómo él iba acumulando conocimientos, sensaciones y saberes para el futuro que imaginaba,y que era casi imposible de creer en las circunstancias en que nos desarrollábamos en aquellos años setenta.
Después de esos magníficos años, cada cual cogió su camino. Yo me gradué y dediqué una parte importante de mi vida a las investigaciones pesqueras y ahí tuve algún que otro desarrollo profesional, mientras que Eusebio iniciaba esa obra de gigantes que hoy todos los cubanos y muchos en el mundo admiran.
¿Cómo vuelven a converger aquellos jóvenes inquietos, esta vez involucrados en ese proyecto magno que lideró el Historiador de la Ciudad de La Habana?
Llegó un momento en que nuestras actividades convergieron. Comenzaba el mejor periodo de la Oficina del Historiador y él requería de un biólogo. Ya su pensamiento ambientalista había madurado y comprendía que hombre y naturaleza forman un todo único en el cual es imposible separar, fundamentalmente en las ciudades, al hombre de su espacio físico natural. Ya había entendido que era importante y trascendente llevar un pedazo de naturaleza, aún cercenada, al Centro Histórico, porque los niños que crecían dentro del asfalto y dentro de los adoquines no tenían contacto con la naturaleza; y me propuso ir a terminar la obra del Acvarivm de Teniente Rey, y unirme a aquel grupo de locos fundacionales, de los cuales me precio haber sido parte. Recuerdo su frase: “Pepe, tu eres piloto de Jumbo y lo que te voy a dar es una avioneta”.
Debo decir, con toda sinceridad, que aquella avioneta, gracias a Eusebio, creció tanto para mí que me sentí, realmente, como pilotando un Jumbo, tuve una grandísima tripulación en el Acvarivm y muchos compañeros de la Oficina del Historiador me ayudaron a comprender un mundo que para mí era totalmente desconocido.
Nuevamente mi homenaje para Eusebio, mi agradecimiento, y a todos los que junto a mí y como parte de esa obra desarrollaron aquel sueño fundacional.
Háblanos, entonces, del Acvarivm de La Habana Vieja, un sitio muy querido por los niños y entre los más visitados a principios de los años dos mil en el Centro Histórico.
Mi primer gran choque con la realidad fue el propio Acvarivm, que se inauguró el 8 de marzo de 2000, sin fastos ni pompas, modestamente, y el primer sorprendido fui yo: que siete peceras, en un espacio muy bien diseñado, muy bien construido, muy bien ambientado, por una formidable arquitecta, Clarita, pudieran generar una cola de una cuadra, y entonces el propio Eusebio pasaba todos los días, religiosamente, a disfrutar de aquella cola. Recuerdo que la entrada era un peso para los adultos, y los niños entraban gratis, porque se concibió como una obra social y los días que Eusebio veía poca cola, se paraba en la puerta y decía: “Arriba, entren todos que hoy es gratis”.
A mí eso me parecía una forma tan espontánea de promover la naturaleza que me quedé realmente sorprendido. No pertenecía a ese mundo, pertenecía a un mundo donde siempre se sacaban las cuentas del dinero ganado y dejado de ganar, y de pronto aprendí que lo importante era enseñar la naturaleza y no ganar unos magros pesos en aquello. Fue una gran lección.
Y en mucho de lo que hizo Eusebio para los niños y en ese precioso y admirable proyecto sociocultural de la Oficina hay muchos elementos que nos remiten al Eusebio niño. En esa línea está el anhelo de obsequiar a cada pequeño de La Habana Vieja un pollito a partir de una incubadora que le obsequiaron a la Oficina, y también lo es la famosa pecera con los Guppies. Cuéntanos de esa predilección del Historiador por esta pecera. ¿Por qué prefería contemplar esos peces en particular?
Solo siete peceras, escasos 60 m2, ambiente bien diseñado, pero había algo que no podía faltar. Élen sus discursos hizo referencia a eso en varias ocasiones: era la pecera de los Guppies. Es una vieja historia de unos Guppies que tuvo en un pomo, siendo un niño humilde, como fue, y que se le murieron.
Las peceras estaban distribuidas por zonas geográficas, y es obvio que los Guppies no se merecían una sola en el contexto estrictamente biológico, pero en el contexto puramente sentimental y creativo de Eusebio había que tener una pecera con Guppies, con los mejores Guppies que hubiera disponible en la ciudad, solamente porque esa era la única pecera que él miraba.
Un día al preguntarle por qué, me hizo la historia. De niño había matado amorosamente a unos Guppies que mantenía en un pomo, probablemente de zanjas, nada especial, y eso le quedó siempre como una lección de vida. Les agradezco a todos los piscicultores de La Habana, que sabiendo la importancia de aquella pecera me ayudaron a mantenerla.
Fue también relevante en toda la promoción medioambiental, el trabajo sociocultural diseñado por el Acvarivm. Fueron años de hermosos y numerosos actos culturales, el día a día de Eusebio Leal era arduo con muchísimas inauguraciones y para él no había un acto menor, todos eran actos significativos para alimentar el espíritu, para sensibilizar el alma…
Recordar aquellos increíbles espectáculos con la ya desaparecida Nilda Collado y con ese brillante copiloto que fue mi amigo Jorge Fernández, Yoyi, cuando se creó aquel personaje de la Mamá Guajacona, que no lo podíamos hacer dentro del Acvarivm por la pequeñez del lugar, y lo hacíamos en la calle Teniente Rey, y la calle se llenaba. Espectáculos de promoción ambiental, totalmente gratis, donde iban cientos de niños, adultos, turistas, personas de todas las latitudes a ver sencillamente cómo se promovía el tema ambiental en Cuba. Eusebio participó en muchos de ellos.
Mi vida hubiera sido tranquila si solamente me hubiese dedicado al Acvarivm, tenía mucho trabajo, pero con aquel equipo salía de manera muy fácil, realmente, pero mi ocupación real era ser el biólogo de la Oficina. Era, afortunadamente, el único biólogo al alcance de Eusebio, y aquí la historia de empezó a complicar.
Eusebio generaba ideas por minutos, a veces por segundos, no pudiera resumir las cosas de Eusebio. Pudiera hablar de un Aula ecológica, pudiera hablar de los solapines de los perros, pudiera hablar de las palomas, pudiera hablar de la restauración de la Academia de Ciencias, pudiera hablar de tantas y tantas y tantas cosas…
Y entre esas tantas facetas de que pudiéramos hablar de Eusebio está su amor por los animales, le gustaban muchísimo los perros…
Pocos saben en Cuba que Leal estuvo unos meses ciego. Un desprendimiento bilateral de retina producto de su diabetes lo alejó de su trabajo diario, y tener a aquel hombre encerrado era algo terrible, y se refugió en su fe, en las lecturas que personas bondadosas le hacían y en sus animales.
La casa de Leal era un verdadero zoológico empírico, no tengo otra forma de definirla, pequeña, poco espaciosa, no tenía realmente espacio de desarrollo pero ahí tenía dos perros, tenía cotorras, pericos; y aquella ceguera, por suerte temporal, lo hacía disfrutar del ruido de al menos cien pericos metidos en una jaula y dos perros pomeranios, una cosa muy rara, son los perros más intranquilos del mundo, hermosos perros, son dos zorritos, chiquiticos, pero como decimos en buen cubano:“¡Cómo jeringan!”.
Los perros pomeranios, que eran realmente preciosos, fueron objeto se muchos debates entre él y yo, en tono totalmente amigable, y obviamente el concepto ambientalista de Eusebio no tenía limites muy claros. La pomerania y el pomeranio llevaban dos años de matrimonio y no se habían reproducido, juntos en la casa, perfectamente mantenidos, y no tenían reproducción.
Él no tenía muy claro los límites entre un biólogo y un veterinario, pero yo era el biólogo de la Oficina y allá tuve que ir a revisar por qué sus perros no tenían descendencia, que hubiera sido formidable.
A mí, realmente, no me hizo falta ser veterinario. El perro tenía un solo testículo, era chiclano, como decimos en Cuba, y obviamente era estéril y me divertí tanto diciéndole que tenía un perro gay, que a él no le quedó otra que reírse entendiendo también el tema de las igualdades.
Estas cosas formaban parte del patrimonio de regalos que numerosas personas del mundo muy merecidamente le hacían, pero aún más, numerosísimos cubanos le hacían esos regalos porque ya en esa época interpretaban su sentimiento de amor por los animales y le regalaban lo que tenían.
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