Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Por: Eusebio Leal Spengler
Se deseaba una respuesta de la cultura a la inquietud con relación a la distracción y al tiempo libre. La respuesta ha sido dada, es posible hacerlo y podemos alcanzar éxito creyendo firmemente que la semilla sembrada por tantas décadas ha fructificado. Recorrer el Prado en el día de hoy es confirmar la confianza y el entusiasmo con que Iroel me hablaba hace ya varios días de lo que iba a ocurrir hoy: Recorriendo el Prado como lo ha hecho Eliades, Abel, Julio, hemos observado la movilización, el grado de entusiasmo e interés por la lectura. Y es que el libro es una patria amplia del espíritu, y la cultura es lo que queda en nosotros cuando ya olvidamos lo que una vez encontramos en ellos.
Ese sentido de acumular y de enriquecer el espíritu en la brevedad de la vida, que para los jóvenes no es tan perceptible, es quizás lo más urgente en la evocación martiana de este día. En el corazón de la ciudad donde se divide lo más antiguo de lo más reciente está el monumento a Martí; este que precedió a otros muchos en Cuba y en la capital; el monumento que pudo ser develado por Máximo Gómez y por el Marqués de Santa Lucía. Vivían todavía los amigos y compañeros de Martí y un joven cubano que estudiaba a la sazón en Florencia, artes plásticas, un moreno el hercúleo que recordaría a Agustín Cárdenas y que se llamó José Vilalta de Saavedra, fue el encargado de esculpir la imagen del maestro. ¿Cómo colocarlo? En las demás ciudades de Cuba, en Matanzas, en Cienfuegos, en Santiago, en Caibarién bellísimos monumentos de Martí toman el recuerdo y lo convierten en mármol o en bronce. Este es realmente hermoso por su escala humana, sobre todo si recordamos qué había antes, qué era este paseo, y qué eran los edificios circundantes.
Si pudiésemos llevarlos a todos en alas de la imaginación y el tiempo, el gran teatro situado en el mismo sitio, nos daría quizás el recuerdo de los pasos del adolescente Martí, que viene por el prado del colegio de Rafael María de Mendive para entrar en el mundo interior del teatro y, con el apoyo de los que trabajaban allí entre las candilejas y los camerinos, presenciar por vez primera atónito el esplendor de la sala; la sala que desde los años 30 del siglo XIX había traído a las grandes compañías, a los grandes actores, a las grandes personalidades de la cultura de Cuba. En sus palcos, Céspedes, Agramonte; en su entorno, el recuerdo de todo y cuanto vale y brilla de Cuba, y sobre todo en 1860 cuando apenas tenía el niño José Julián 7 años, la coronación por la intelectualidad cubana de la eximia poeta Gertrudis Gómez de Avellaneda. En la esquina, otro teatro; frente, el café de los voluntarios hacia el fondo, el gran campo de Marte y el Palacio de Aldama, quizás con las puertas abiertas después del terrible saqueo de enero de 1869; al fondo los teatros pequeños y menores, el politeama grande, el pequeño y al fondo el circo teatro de Villanueva, donde aún está y se erige el gran edificio de la fábrica de tabacos y la corona. Al fondo la cera del Louvre; cómo no olvidar el gentío, cuando los jóvenes indignados por la represión política, salen y dan la famosa batalla del ponche de leche, que fue lanzar los vasos del ponche sobre las capas negras de los guardias civiles, lo cual provocó que por la propia calle de Obispo el Capitán General en persona rodeado de su escolta quisiese poner remedio al motín.
Arriba el Inglaterra en sus balcones una vez Antonio Maceo, hospedado en La Habana en aquellos primeros años de la década del 90 del siglo XIX, la paz inquieta de Cuba, la presencia de Maceo es como el anuncio de un tiempo que ha de venir; y andando él precisamente por este prado que hoy se llama de José Martí y cerca de la escultura de la reina Isabel II que ocupaba este sitio, resultó que un jóven lo reconoce y mira con admiración la faja que llevaba con el escudo flameante de Cuba. Y entonces el joven le dijo: es usted y quisiera saber algo de la historia oculta de mi Patria. Lo llevó entonces a su habitación del Inglaterra y cuenta José Luciano Franco, erudito historiador cubano, que se quitó la chaqueta y la camisa y empezó a narrar la historia de la gran contienda de los diez años siguiendo las marcas de sus propias heridas.
Leyendas, tradiciones, poesía, mal hacen los historiadores y los que saben contar historias en arrebatar ese manto de estrellas que algunos podrán llamar romántico y que cubre y nutre la historia de los pueblos. Para Lenin, que no puede ser tildado precisamente de hombre de débil condición, la idea estaba clara. Las revoluciones no son nada románticas pero desconfío profundamente de los revolucionarios que no lo sean, y hoy ante el Monumento de Martí, llameante como en Cayo Hueso, como en los días de la forja y fundación del Partido, evocamos la urgencia de leerlo a él y también leer la historia, leer la cultura, leer el dédalo ilustrado de nuestra Patria, de su grandes mujeres y hombres para con espíritu fuerte encarar el desafío futuro; aun más, para poder gozar con más felicidad, generosidad y altruismo del tiempo que nos tocó vivir .
¿Que cuál fueron las lecturas? Hay que decir que en primer lugar o en primer término la escuela, dos escuelas: una, el pequeño Colegio San Anacleto, donde el profesor Sixto Casado le muestra los libros de texto y le revela el horizonte infinito de la lectura; el segundo, lugar muy cerca de aquí, hacia el fondo, junto al antiguo Casino Español que es el Palacio de los Matrimonios que se restaura, está el colegio de Mendive; el colegio de Mendive que es hoy una oficina cualquiera, pero que es el lugar que guarda la impronta de aquellas huellas. Ahí estaba el piano fascinante donde escuchó y se deleitó en la música; en su biblioteca, los libros más hermosos incluyendo las cartas que los grandes intelectuales de Europa y de Norteamérica habían intercambiado con el maestro, afiliado al movimiento romántico, a la idea del mundo inseparable de la poesía.
Fue Mendive el inductor. Quizás si un poco exageradamente Martí dirá después que todo cuanto tiene, todo cuanto hay en él de firmeza y de hombría de bien a él lo debe, sobre todo en aquel año terrible del 69 cuando el maestro es llevado con otros compañeros a la cárcel pública El delito, un nombre, un mito, un sueño: Cuba.
Y fue precisamente ahí en la escuela donde en los preciosos cromos de los libros aprendió a leer en profundidad el arte del pensar. Allí escuchó a Heredia; ahí supo de las enseñanzas magistrales de José Antonio Saco, el hombre que había profetizado en gran medida el drama de la sociedad esclavista y sus consecuencias. Martí lo leyó y lo conoció, pero sobre todo se acercó en profundidad a José María Heredia; años después dirá que fue acaso él el que sembró en nuestro corazón el ardiente amor a la Patria. Fue también el lugar donde escuchó hablar de los maestros cubanos; le escuchó decir a Mendive de aquella manifestación enorme que descendió desde el Cerro trayendo el féretro de Don José de la Luz y Caballero, llevado en hombros por la juventud cubana entre antorchas; el educador, el maestro, aquel que había identificado el culto a la Patria y a la cultura como un sol del mundo moral. Y son estos libros y son estas lecturas las que inspiraron al maestro a proponer al padre, adusto por severo y honrado, a recibir un apoyo económico para cursar estudios superiores en el Instituto de Segunda Enseñanza. No era entonces este instituto, fue su predecesor en el tiempo. Este que está cerca de aquí es mil veces glorioso por todo lo que ocurrió entre sus paredes; pero el otro, Obispo, arriba estaba inserto en el volumen de la antigua Universidad de San Jerónimo; y allí logrado finalmente el permiso paterno, comenzaron aquellos estudios interrumpidos violentamente por las noticias que llegan del Oriente de Cuba, el levantamiento de los cubanos el 10 de octubre.
Las noticias eran confusas. La Habana era entonces una ciudad tumultuosa. Se habían organizado, para defender los intereses de los grandes capitales comprometidos con el poder político y esclavista, los batallones de voluntarios formados como él exclamaría años después por lo más bajo y logrero; y esos batallones, regidos por los coroneles y comandantes que formaban la élite de esos capitales, entre ellos Don Joaquín Payret, cuyo nombre aun conserva el teatro, y otros más van a irrumpir en la ciudad y van a imponer el orden del terror. Pero él, ya con los conocimientos adquiridos, va ha publicar dos hermosos periódicos; un bello periódico, un solo número necesariamente, “El Diablo Cojuelo”. Otro, no menos agresivo en su reto al adversario, “La Patria Libre”.
Y fue este Martí el que saluda con versos a la temprana edad de 16 años lo que ocurre en Oriente. No es un sueño, dice, es verdad. Grito de guerra lanza el cubano, pueblo enloquecido, el pueblo que 100 años ha sufrido todo lo que de negro la opresión encierra. Y ese hombre, que apunta ya la cultura en plena adolescencia, fue llevado de las aulas de la escuela y de la casa del maestro al presidio infame. El testimonio del presidio, la imposibilidad de la lectura, sólo recuperada luego en El Abra, en Isla de Pinos o Isla de la Juventud “donde es llevado por las gestiones de su padrino y del rico comerciante amigo de su padre, dueño de las canteras de San Lázaro, José María de Sardá “, a poder leer nuevamente en el remanso de la isla, al pie de los farallones de mármol leerá nuevamente y leerá un libro universal, “La Biblia”. A partir de ese momento, su avidez de conocimiento se multiplica, y sólo será en el exilio español, después de su destierro de Cuba, donde descubra en la gran biblioteca central de Madrid, todo cuanto quería y todo cuanto faltaba a su avidez. Recorriendo aún las viejas calles de Madrid, llegamos frente al Ateneo, cuya biblioteca se conserva y se conserva todavía la memoria del puesto que ocupaba para hacer sus lecturas habituales, los grandes filósofos y pensadores del Iluminismo, los grandes idealistas y socialistas utópicos, los grandes escritores y literatos alemanes Goethe y Schiller, la urgencia de aprender idiomas que le llevó a estudiar con detenimiento, ya como materia de sus dos carreras universitarias, de sus dos licenciaturas, llevadas prácticamente al mismo tiempo; primero, en la Universidad Central de Madrid y luego, en la Universidad de Zaragoza. Licenciado en Derecho, en Derecho Civil y Canónico, y Licenciado en Filosofía y Letras. Y allí lo escuchamos, sacando del sorteo el debate que debían hacer los alumnos, descollando como un orador brillante; y cuando puede, sale de la escuela y se reúne en los círculos literarios, en el teatro, con los poetas y escritores de Aragón a los cuales dedicará versos tremendamente emotivos en momentos cruciales de su propia historia.
Y ese Martí lector compra libros, sabe del sacrificio de comprar un libro y de cuidarlo y amarlo, y hasta el último momento de su vida sentirá el pesar de los libros perdidos, de aquellos que se acumularon y quedaron detrás, de aquellos que no pudo embarcar con él cuando sale de este destierro, de los que encuentra y reúne, muchos de ellos dedicados por poetas, artistas y escritores en América del Sur, en Venezuela, también en México, en Centroamérica, en Guatemala. Lo que nos sorprende, queridos amigas y amigos, es que todo esto ocurre en una juventud de Martí que es como la de ustedes. Lo más asombroso de todo esto es que este hombre al que me refiero vivió solamente cuarenta y dos años. Esto sorprende, sobre todo si tenemos en cuenta que los últimos quince años de su vida los pasa en la batalla política, en la ardorosa tarea de unir en los Estados Unidos. Allí es necesario ser además traductor, y el que había aprendido Latín y Griego podrá enfrentarse a la tarea de descifrar lápidas y epitafios; el que había logrado profundizar en los arcanos de la filosofía y del pensamiento en la más pura tradición cubana, podrá aplicarse a la traducción del texto de William Stanley Jevons o podrá trabajar en una nueva y preciosa selección de textos que la propia casa en que trabaja le pide y solicita.
Hombre de pasiones, hombre de amigos, hombre hombre, Martí no puede ser mistificado, ni edulcorado para apartarlo por completo de su naturaleza humana: fue un hombre de amores. Le perturbó en la noche oscura el ardor de los labios rojos; amó con intensidad todo lo que era bello; amó con el amor del padre y con el amor del hijo, y lo más importante de esta biografía es precisamente su capacidad de renunciar a todos los amores legítimos cuando el viento de la tempestad se aproximaba y era necesario acercarse por sobre todas las cosas a la vocación unitaria y profunda que fue su destino. No vivimos, dijo, ni en francachelas ni disipaciones. Vivimos con la sobriedad de los apóstoles y quizás de este dictado, quizás de esta intuición, surgió el título que los cubanos le dieron rendidamente: Apóstol, Maestro.
Sería imposible arrebatar de su figura ese resplandor que conmovió a sus seguidores hasta hoy. Apóstol, dice Fidel, en las páginas ardientes y dolorosas de “La historia me absolverá”. Apóstol, clama Chibás con voz trémula ahora que en pocas horas celebraremos el centenario de su natalicio. Es por eso que nunca encontraremos en esta vida separación entre el interés personal y el interés social y común; al contrario, a él lo entregará todo. Cada vez que puede sorprende a los amigos con un libro abierto. En el momento en que sale de Haití hacia Cuba y en sus últimos días y horas, cerca ya de Cabo Haitiano, se acerca a pedir agua en una casa; y cuando le ofrecen la jícara con el agua él intenta, delicado y compasivo con la pobreza de aquella gente, de darle a la niña unas monedas; y ella responde: no, la plata no, el libro, porque había visto en la chaqueta un pequeño libro de bolsillo que llevaba él precisamente, un libro de ciencias. Es el inventor de un concepto, el de los maestros ambulantes Él creyó que una generación de vanguardia podría salir a los campos y enseñar a los que no tenían letras. Ese sueño se cumplió en el primer año de la Revolución Cubana con la Campaña de Alfabetización. Los maestros colmaron la isla; los maestros fueron a los rincones más apartados del país, y en todas partes el sueño del maestro y el sueño del libro se fue haciendo realidad tal y como él lo había imaginado. En el momento de su muerte, en ese inventario prolijo de cosas que se haya en sus alforjas y en su ropa de viajero, están también los libros, la cinta azul, regalo de Clemencia Gómez Toro, la hija de Máximo Gómez, el retrato de la niña amada de New York, María Mantilla. A ella escribe cartas recomendándole apasionadamente la lectura, recomendándole la buena música, diciéndole que se aparte de las trivialidades y que el mundo hace pagar demasiado caro a los que llevan la cabeza más alta, y recomienda también, estratega de la batalla de las ideas, que hay que saber hablar el idioma del mundo.
Por eso, en este día en que la bella iniciativa del Instituto Cubano del Libro ha florecido, en el momento en que por la cultura y la memoria recuperan vida los elementos del entorno y nos traen a este Parque Central donde la juventud estudiantil dio tantas batallas, a este Parque Central que no está muy lejos del bufete de la calle Tejadillo donde una vez el joven abogado defendió el derecho de los pobres. En este lugar que no está lejos de Prado 109, donde se nuclearon los jóvenes del Moncada en la sede precisamente de la juventud Ortodoxa. En este lugar que está cerca de Factoría 60 donde se fundó el Movimiento 26 de Julio. En este lugar que está cerca del colegio en que enseñó de libros y de letras Rubén Martínez Villena. En este lugar que vio andar altivo y apolinio a Mella. En este sitio tan lleno de noble y grande historia nos reunimos, cubanas y cubanos, jóvenes y de otras generaciones para compartir un sueño, un sueño diferente que es el sueño de la superación y del pensamiento; el sueño de la alegría, el de la libre disposición del tiempo libre que ha de dedicarse y honrarse consagrándonos a lo mejor.
Mal se le hace a un pueblo cuando se le ocultan defectos o malas inclinaciones; pero más que con regaños y admoniciones debemos tratar de cambiar las costumbres haciendo cosas bellas y demostrando que las masas son capaces de acceder a ellas con la misma pasión con que los tabaqueros de esta fábricas, los de Tampa, Cayo Hueso y Ybor City escucharon la voz del Maestro. Muchos decían que no podían entender la complejidad de muchas palabras, pero que sentían en lo profundo del alma una emoción que podía suplir a todas ellas.
Queridas y queridos, vamos a continuar estas fiestas de la cultura por mucho tiempo. Cuando la fiesta del libro, que se celebra cada año, se desborde por toda la ciudad y por todos los municipios, habremos triunfado resueltamente; habremos convencido a todos de que este es el camino verdadero; y no quiere decir que estemos preocupados por crear lo que se llama en el argot popular el culturosismo. No, queremos la cultura que es algo superior, que es la cultura del hablar, la cultura del vivir, la cultura de amar, que es la cultura de la música, de la literatura y del arte. Entonces nos habremos acercado más a éste, que es el modelo para todos los cubanos.
Muchas gracias.Se deseaba una respuesta de la cultura a la inquietud con relación a la distracción y al tiempo libre. La respuesta ha sido dada, es posible hacerlo y podemos alcanzar éxito creyendo firmemente que la semilla sembrada por tantas décadas ha fructificado. Recorrer el Prado en el día de hoy es confirmar la confianza y el entusiasmo con que Iroel me hablaba hace ya varios días de lo que iba a ocurrir hoy: Recorriendo el Prado como lo ha hecho Eliades, Abel, Julio, hemos observado la movilización, el grado de entusiasmo e interés por la lectura. Y es que el libro es una patria amplia del espíritu, y la cultura es lo que queda en nosotros cuando ya olvidamos lo que una vez encontramos en ellos.
Ese sentido de acumular y de enriquecer el espíritu en la brevedad de la vida, que para los jóvenes no es tan perceptible, es quizás lo más urgente en la evocación martiana de este día. En el corazón de la ciudad donde se divide lo más antiguo de lo más reciente está el monumento a Martí; este que precedió a otros muchos en Cuba y en la capital; el monumento que pudo ser develado por Máximo Gómez y por el Marqués de Santa Lucía. Vivían todavía los amigos y compañeros de Martí y un joven cubano que estudiaba a la sazón en Florencia, artes plásticas, un moreno el hercúleo que recordaría a Agustín Cárdenas y que se llamó José Vilalta de Saavedra, fue el encargado de esculpir la imagen del maestro. ¿Cómo colocarlo? En las demás ciudades de Cuba, en Matanzas, en Cienfuegos, en Santiago, en Caibarién bellísimos monumentos de Martí toman el recuerdo y lo convierten en mármol o en bronce. Este es realmente hermoso por su escala humana, sobre todo si recordamos qué había antes, qué era este paseo, y qué eran los edificios circundantes.
Si pudiésemos llevarlos a todos en alas de la imaginación y el tiempo, el gran teatro situado en el mismo sitio, nos daría quizás el recuerdo de los pasos del adolescente Martí, que viene por el prado del colegio de Rafael María de Mendive para entrar en el mundo interior del teatro y, con el apoyo de los que trabajaban allí entre las candilejas y los camerinos, presenciar por vez primera atónito el esplendor de la sala; la sala que desde los años 30 del siglo XIX había traído a las grandes compañías, a los grandes actores, a las grandes personalidades de la cultura de Cuba. En sus palcos, Céspedes, Agramonte; en su entorno, el recuerdo de todo y cuanto vale y brilla de Cuba, y sobre todo en 1860 cuando apenas tenía el niño José Julián 7 años, la coronación por la intelectualidad cubana de la eximia poeta Gertrudis Gómez de Avellaneda. En la esquina, otro teatro; frente, el café de los voluntarios hacia el fondo, el gran campo de Marte y el Palacio de Aldama, quizás con las puertas abiertas después del terrible saqueo de enero de 1869; al fondo los teatros pequeños y menores, el politeama grande, el pequeño y al fondo el circo teatro de Villanueva, donde aún está y se erige el gran edificio de la fábrica de tabacos y la corona. Al fondo la cera del Louvre; cómo no olvidar el gentío, cuando los jóvenes indignados por la represión política, salen y dan la famosa batalla del ponche de leche, que fue lanzar los vasos del ponche sobre las capas negras de los guardias civiles, lo cual provocó que por la propia calle de Obispo el Capitán General en persona rodeado de su escolta quisiese poner remedio al motín.
Arriba el Inglaterra en sus balcones una vez Antonio Maceo, hospedado en La Habana en aquellos primeros años de la década del 90 del siglo XIX, la paz inquieta de Cuba, la presencia de Maceo es como el anuncio de un tiempo que ha de venir; y andando él precisamente por este prado que hoy se llama de José Martí y cerca de la escultura de la reina Isabel II que ocupaba este sitio, resultó que un jóven lo reconoce y mira con admiración la faja que llevaba con el escudo flameante de Cuba. Y entonces el joven le dijo: es usted y quisiera saber algo de la historia oculta de mi Patria. Lo llevó entonces a su habitación del Inglaterra y cuenta José Luciano Franco, erudito historiador cubano, que se quitó la chaqueta y la camisa y empezó a narrar la historia de la gran contienda de los diez años siguiendo las marcas de sus propias heridas.
Leyendas, tradiciones, poesía, mal hacen los historiadores y los que saben contar historias en arrebatar ese manto de estrellas que algunos podrán llamar romántico y que cubre y nutre la historia de los pueblos. Para Lenin, que no puede ser tildado precisamente de hombre de débil condición, la idea estaba clara. Las revoluciones no son nada románticas pero desconfío profundamente de los revolucionarios que no lo sean, y hoy ante el Monumento de Martí, llameante como en Cayo Hueso, como en los días de la forja y fundación del Partido, evocamos la urgencia de leerlo a él y también leer la historia, leer la cultura, leer el dédalo ilustrado de nuestra Patria, de su grandes mujeres y hombres para con espíritu fuerte encarar el desafío futuro; aun más, para poder gozar con más felicidad, generosidad y altruismo del tiempo que nos tocó vivir .
¿Que cuál fueron las lecturas? Hay que decir que en primer lugar o en primer término la escuela, dos escuelas: una, el pequeño Colegio San Anacleto, donde el profesor Sixto Casado le muestra los libros de texto y le revela el horizonte infinito de la lectura; el segundo, lugar muy cerca de aquí, hacia el fondo, junto al antiguo Casino Español que es el Palacio de los Matrimonios que se restaura, está el colegio de Mendive; el colegio de Mendive que es hoy una oficina cualquiera, pero que es el lugar que guarda la impronta de aquellas huellas. Ahí estaba el piano fascinante donde escuchó y se deleitó en la música; en su biblioteca, los libros más hermosos incluyendo las cartas que los grandes intelectuales de Europa y de Norteamérica habían intercambiado con el maestro, afiliado al movimiento romántico, a la idea del mundo inseparable de la poesía.
Fue Mendive el inductor. Quizás si un poco exageradamente Martí dirá después que todo cuanto tiene, todo cuanto hay en él de firmeza y de hombría de bien a él lo debe, sobre todo en aquel año terrible del 69 cuando el maestro es llevado con otros compañeros a la cárcel pública El delito, un nombre, un mito, un sueño: Cuba.
Y fue precisamente ahí en la escuela donde en los preciosos cromos de los libros aprendió a leer en profundidad el arte del pensar. Allí escuchó a Heredia; ahí supo de las enseñanzas magistrales de José Antonio Saco, el hombre que había profetizado en gran medida el drama de la sociedad esclavista y sus consecuencias. Martí lo leyó y lo conoció, pero sobre todo se acercó en profundidad a José María Heredia; años después dirá que fue acaso él el que sembró en nuestro corazón el ardiente amor a la Patria. Fue también el lugar donde escuchó hablar de los maestros cubanos; le escuchó decir a Mendive de aquella manifestación enorme que descendió desde el Cerro trayendo el féretro de Don José de la Luz y Caballero, llevado en hombros por la juventud cubana entre antorchas; el educador, el maestro, aquel que había identificado el culto a la Patria y a la cultura como un sol del mundo moral. Y son estos libros y son estas lecturas las que inspiraron al maestro a proponer al padre, adusto por severo y honrado, a recibir un apoyo económico para cursar estudios superiores en el Instituto de Segunda Enseñanza. No era entonces este instituto, fue su predecesor en el tiempo. Este que está cerca de aquí es mil veces glorioso por todo lo que ocurrió entre sus paredes; pero el otro, Obispo, arriba estaba inserto en el volumen de la antigua Universidad de San Jerónimo; y allí logrado finalmente el permiso paterno, comenzaron aquellos estudios interrumpidos violentamente por las noticias que llegan del Oriente de Cuba, el levantamiento de los cubanos el 10 de octubre.
Las noticias eran confusas. La Habana era entonces una ciudad tumultuosa. Se habían organizado, para defender los intereses de los grandes capitales comprometidos con el poder político y esclavista, los batallones de voluntarios formados como él exclamaría años después por lo más bajo y logrero; y esos batallones, regidos por los coroneles y comandantes que formaban la élite de esos capitales, entre ellos Don Joaquín Payret, cuyo nombre aun conserva el teatro, y otros más van a irrumpir en la ciudad y van a imponer el orden del terror. Pero él, ya con los conocimientos adquiridos, va ha publicar dos hermosos periódicos; un bello periódico, un solo número necesariamente, “El Diablo Cojuelo”. Otro, no menos agresivo en su reto al adversario, “La Patria Libre”.
Y fue este Martí el que saluda con versos a la temprana edad de 16 años lo que ocurre en Oriente. No es un sueño, dice, es verdad. Grito de guerra lanza el cubano, pueblo enloquecido, el pueblo que 100 años ha sufrido todo lo que de negro la opresión encierra. Y ese hombre, que apunta ya la cultura en plena adolescencia, fue llevado de las aulas de la escuela y de la casa del maestro al presidio infame. El testimonio del presidio, la imposibilidad de la lectura, sólo recuperada luego en El Abra, en Isla de Pinos o Isla de la Juventud “donde es llevado por las gestiones de su padrino y del rico comerciante amigo de su padre, dueño de las canteras de San Lázaro, José María de Sardá “, a poder leer nuevamente en el remanso de la isla, al pie de los farallones de mármol leerá nuevamente y leerá un libro universal, “La Biblia”. A partir de ese momento, su avidez de conocimiento se multiplica, y sólo será en el exilio español, después de su destierro de Cuba, donde descubra en la gran biblioteca central de Madrid, todo cuanto quería y todo cuanto faltaba a su avidez. Recorriendo aún las viejas calles de Madrid, llegamos frente al Ateneo, cuya biblioteca se conserva y se conserva todavía la memoria del puesto que ocupaba para hacer sus lecturas habituales, los grandes filósofos y pensadores del Iluminismo, los grandes idealistas y socialistas utópicos, los grandes escritores y literatos alemanes Goethe y Schiller, la urgencia de aprender idiomas que le llevó a estudiar con detenimiento, ya como materia de sus dos carreras universitarias, de sus dos licenciaturas, llevadas prácticamente al mismo tiempo; primero, en la Universidad Central de Madrid y luego, en la Universidad de Zaragoza. Licenciado en Derecho, en Derecho Civil y Canónico, y Licenciado en Filosofía y Letras. Y allí lo escuchamos, sacando del sorteo el debate que debían hacer los alumnos, descollando como un orador brillante; y cuando puede, sale de la escuela y se reúne en los círculos literarios, en el teatro, con los poetas y escritores de Aragón a los cuales dedicará versos tremendamente emotivos en momentos cruciales de su propia historia.
Y ese Martí lector compra libros, sabe del sacrificio de comprar un libro y de cuidarlo y amarlo, y hasta el último momento de su vida sentirá el pesar de los libros perdidos, de aquellos que se acumularon y quedaron detrás, de aquellos que no pudo embarcar con él cuando sale de este destierro, de los que encuentra y reúne, muchos de ellos dedicados por poetas, artistas y escritores en América del Sur, en Venezuela, también en México, en Centroamérica, en Guatemala. Lo que nos sorprende, queridos amigas y amigos, es que todo esto ocurre en una juventud de Martí que es como la de ustedes. Lo más asombroso de todo esto es que este hombre al que me refiero vivió solamente cuarenta y dos años. Esto sorprende, sobre todo si tenemos en cuenta que los últimos quince años de su vida los pasa en la batalla política, en la ardorosa tarea de unir en los Estados Unidos. Allí es necesario ser además traductor, y el que había aprendido Latín y Griego podrá enfrentarse a la tarea de descifrar lápidas y epitafios; el que había logrado profundizar en los arcanos de la filosofía y del pensamiento en la más pura tradición cubana, podrá aplicarse a la traducción del texto de William Stanley Jevons o podrá trabajar en una nueva y preciosa selección de textos que la propia casa en que trabaja le pide y solicita.
Hombre de pasiones, hombre de amigos, hombre hombre, Martí no puede ser mistificado, ni edulcorado para apartarlo por completo de su naturaleza humana: fue un hombre de amores. Le perturbó en la noche oscura el ardor de los labios rojos; amó con intensidad todo lo que era bello; amó con el amor del padre y con el amor del hijo, y lo más importante de esta biografía es precisamente su capacidad de renunciar a todos los amores legítimos cuando el viento de la tempestad se aproximaba y era necesario acercarse por sobre todas las cosas a la vocación unitaria y profunda que fue su destino. No vivimos, dijo, ni en francachelas ni disipaciones. Vivimos con la sobriedad de los apóstoles y quizás de este dictado, quizás de esta intuición, surgió el título que los cubanos le dieron rendidamente: Apóstol, Maestro.
Sería imposible arrebatar de su figura ese resplandor que conmovió a sus seguidores hasta hoy. Apóstol, dice Fidel, en las páginas ardientes y dolorosas de “La historia me absolverá”. Apóstol, clama Chibás con voz trémula ahora que en pocas horas celebraremos el centenario de su natalicio. Es por eso que nunca encontraremos en esta vida separación entre el interés personal y el interés social y común; al contrario, a él lo entregará todo. Cada vez que puede sorprende a los amigos con un libro abierto. En el momento en que sale de Haití hacia Cuba y en sus últimos días y horas, cerca ya de Cabo Haitiano, se acerca a pedir agua en una casa; y cuando le ofrecen la jícara con el agua él intenta, delicado y compasivo con la pobreza de aquella gente, de darle a la niña unas monedas; y ella responde: no, la plata no, el libro, porque había visto en la chaqueta un pequeño libro de bolsillo que llevaba él precisamente, un libro de ciencias. Es el inventor de un concepto, el de los maestros ambulantes Él creyó que una generación de vanguardia podría salir a los campos y enseñar a los que no tenían letras. Ese sueño se cumplió en el primer año de la Revolución Cubana con la Campaña de Alfabetización. Los maestros colmaron la isla; los maestros fueron a los rincones más apartados del país, y en todas partes el sueño del maestro y el sueño del libro se fue haciendo realidad tal y como él lo había imaginado. En el momento de su muerte, en ese inventario prolijo de cosas que se haya en sus alforjas y en su ropa de viajero, están también los libros, la cinta azul, regalo de Clemencia Gómez Toro, la hija de Máximo Gómez, el retrato de la niña amada de New York, María Mantilla. A ella escribe cartas recomendándole apasionadamente la lectura, recomendándole la buena música, diciéndole que se aparte de las trivialidades y que el mundo hace pagar demasiado caro a los que llevan la cabeza más alta, y recomienda también, estratega de la batalla de las ideas, que hay que saber hablar el idioma del mundo.
Por eso, en este día en que la bella iniciativa del Instituto Cubano del Libro ha florecido, en el momento en que por la cultura y la memoria recuperan vida los elementos del entorno y nos traen a este Parque Central donde la juventud estudiantil dio tantas batallas, a este Parque Central que no está muy lejos del bufete de la calle Tejadillo donde una vez el joven abogado defendió el derecho de los pobres. En este lugar que no está lejos de Prado 109, donde se nuclearon los jóvenes del Moncada en la sede precisamente de la juventud Ortodoxa. En este lugar que está cerca de Factoría 60 donde se fundó el Movimiento 26 de Julio. En este lugar que está cerca del colegio en que enseñó de libros y de letras Rubén Martínez Villena. En este lugar que vio andar altivo y apolinio a Mella. En este sitio tan lleno de noble y grande historia nos reunimos, cubanas y cubanos, jóvenes y de otras generaciones para compartir un sueño, un sueño diferente que es el sueño de la superación y del pensamiento; el sueño de la alegría, el de la libre disposición del tiempo libre que ha de dedicarse y honrarse consagrándonos a lo mejor.
Mal se le hace a un pueblo cuando se le ocultan defectos o malas inclinaciones; pero más que con regaños y admoniciones debemos tratar de cambiar las costumbres haciendo cosas bellas y demostrando que las masas son capaces de acceder a ellas con la misma pasión con que los tabaqueros de esta fábricas, los de Tampa, Cayo Hueso y Ybor City escucharon la voz del Maestro. Muchos decían que no podían entender la complejidad de muchas palabras, pero que sentían en lo profundo del alma una emoción que podía suplir a todas ellas.
Queridas y queridos, vamos a continuar estas fiestas de la cultura por mucho tiempo. Cuando la fiesta del libro, que se celebra cada año, se desborde por toda la ciudad y por todos los municipios, habremos triunfado resueltamente; habremos convencido a todos de que este es el camino verdadero; y no quiere decir que estemos preocupados por crear lo que se llama en el argot popular el culturosismo. No, queremos la cultura que es algo superior, que es la cultura del hablar, la cultura del vivir, la cultura de amar, que es la cultura de la música, de la literatura y del arte. Entonces nos habremos acercado más a éste, que es el modelo para todos los cubanos.
Muchas gracias.
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