Amor infinito a La Habana

noviembre 16, 2012

Por: Eusebio Leal Spengler / Fotos: Nadia Herrada

La Oficina del Historiador en las condiciones actuales de Cuba recupera, con mucha fortaleza, la herencia legada de su predecesor de feliz memoria, el ilustre Historiador de la Ciudad de La Habana y maestro mío, Emilio Roig de Leuchsering.

Un año más estamos aquí junto al árbol y a los monumentos conmemorativos relacionados con la fundación de la ciudad de La Habana. Celebramos su asiento definitivo en la costa norte, junto al puerto que lleva su nombre y cerca del árbol sucesor del que lo precedió en el tiempo, y de otro más que aparece reflejado tanto en crónicas de piedra como al pie de esta columna, en documentos y representaciones antiguas.
Según esa noble tradición, el Cabildo, institución de Castilla en América, fue constituido aquel día en una fecha que celebramos hoy, entre la madrugada como vigilia y el 16 de noviembre, patrocinio de San Cristóbal, patrono de La Habana y nombre de la ciudad primitiva y antigua, del pueblo viejo que quedó olvidado, probablemente cerca de la desembocadura del Mayabeque, cerca de lo que es hoy la villa de Melena del Sur.
Celebramos este día, no sin antes evocar a una de las siete ciudades fundadas en el siglo XVI, a la ilustre ciudad de Santiago, capital del oriente cubano. Y pensar que ha sido dañada en su hábitat, en el hecho urbano, en su monumentalidad y, también, muchos de sus bienes patrimoniales y símbolos de su historia. Desde aquí, en un día tan señalado, les envío a todos y a todas nuestro mensaje a las provincias orientales – particularmente a Santiago y a la Primada de Cuba, la insigne Baracoa –; igualmente a Holguín, a San Salvador del Bayamo y a las ciudades y pueblos y villas del entorno.
Por suerte en el día de hoy, con bonanza de tiempo y clima agradable, podemos reunirnos. Hace un instante se sentía el tañer de las campanas del Castillo de la Real Fuerza, símbolo emblemático de La Habana y uno de los tres castillos que forman su escudo. Nos reunimos bajo la señal protectora de La Giraldilla benéfica que marcaba la ruta de los vientos y señalaba a los navegantes el camino correcto, la derrota cierta para avanzar hacia Sevilla, la otra ciudad presidida también en lo alto de la Giralda por otra figura femenina que, quizás, fue la inspiración de la nuestra.
Nos reunimos cuando de ninguna manera han decaído los grandes esfuerzos para la restauración del Centro Histórico. Hoy se trabaja en la Avenida del Puerto, en el Paraninfo que corona la escalinata de La Universidad de La Habana, en la Necrópolis, en el Teatro Martí, en el Capitolio Nacional, emblema de la República. En cada uno de esos monumentos y en otros tantos trabajan miles de restauradores, constructores, y han logrado consolidar los principios de la educación de cientos de jóvenes que se preparan hoy para ese menester en edades muy tempranas, y que serán legítimamente los sucesores del empeño de los que le han precedido.

Me alegra muchísimo poder dirigirme a ustedes en este día, en el corazón de la ciudad que amamos y para la cual deseamos todo tipo de bienes y venturas, para su buen gobierno; para la restitución de su ornato; para la belleza de sus plazas públicas; para el cuidado de su naturaleza y su entorno; para el buen orden ciudadano; para que las malas costumbres no prevalezcan sobre las virtudes que han de ser las más importantes.

La Oficina del Historiador en las condiciones actuales de Cuba recupera, con mucha fortaleza, la herencia legada de su predecesor de feliz memoria, el ilustre Historiador de la Ciudad de La Habana y maestro mío, Emilio Roig de Leuchsering. Y de los que a su vez le precedieron a él, conservando las Actas Capitulares, los documentos antiguos, los cetros fundidos por Juan Díaz en 1632-1634 y que son las joyas más pretéritas, símbolo de la autoridad y del prestigio de la villa, de su misión en la historia, de su destino.
Me alegro infinitamente de que muchos, de manera secreta, sin ser vistos ni conocidos, trabajan en la restauración del patrimonio material, de las pinturas, de los documentos, los libros, los objetos históricos. No pasa un solo minuto sin que recuperemos y reunamos para las generaciones futuras, cumpliendo el mandato que la nación por ley nos ha dado y el pueblo, por confianza.
Me alegra muchísimo poder dirigirme a ustedes en este día, en el corazón de la ciudad que amamos y para la cual deseamos todo tipo de bienes y venturas, para su buen gobierno; para la restitución de su ornato; para la belleza de sus plazas públicas; para el cuidado de su naturaleza y su entorno; para el buen orden ciudadano; para que las malas costumbres no prevalezcan sobre las virtudes que han de ser las más importantes. Sólidas virtudes en la administración, en el trato entre las personas, educación como premisa fundamental, tomando el principio del insigne y venerado maestro José de la Luz y Caballero, cuando dijo una vez: “El que tenga la escuela tendrá Cuba”. Es por eso que son los niños de la escuela “Ángela Landa”, que conservan la tradición por generaciones de llevar los atributos de la ciudad, los que me acompañarán ahora a dar las tres vueltas simbólicas al árbol. No me pregunten el por qué de esta tradición; lean más bien la inscripción que dice: “adorna este sitio un árbol”; que expresa también que todos cuantos lleguen, habaneros o forasteros, se descubran ante lo que él significa: las columnas, las reliquias del pintor Vermay, lo que representó para Cuba todo lo que este sitio supone.
La capital fue primero la aldea, la villa primitiva; después la ciudad reconocida, la ciudad de la fama, que tantas glorias intelectuales, políticas, morales, arquitectónicas e históricas ha reunido. Una ciudad cuyo nombre exclusivo la hace reconocida en todo el orbe.

Tratemos de dar la mano al tiempo en un rito que solo puede ser explicado por la poesía, por una extraña mística que une la razón y la poesía, el sentido común y una fe tan grande y profunda como la raíz caudal de esa ceiba.

Llegue este mensaje a los habaneros, a los que están aquí, a los que están en cualquier latitud del mundo, y sientan nuestro llamado porque esta ciudad es su casa, La Habana es su cuna, y conservarla y sostenerla es nuestro deber, pues ese amor infinito no conoce fronteras ni de tierras ni de mares. Tratemos de dar la mano al tiempo en un rito que solo puede ser explicado por la poesía, por una extraña mística que une la razón y la poesía, el sentido común y una fe tan grande y profunda como la raíz caudal de esa ceiba.

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Historiador de la Ciudad de La Habana 2011
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