Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Por: Yack Diaz Iglesia
Ángel, la raíz gallega de Fidel, es un bello libro y es un homenaje, conceptualmente, a la emigración. Tú (Katiuska Blanco) también eres una galleguita – como te decía hace un momento – por tu madre, y sientes muy de cerca, ese clamor que nos hace luchar contra todo, menos contra la sangre.
Y es que la sangre se une en las aguas del Neira y en el Cauto de Oriente, es que los misterios de Galicia que antes solamente atribuimos a los secretos caminos de África, son igualmente seductores, las meigas, las santas compañas, el andar por San Andrés de Teixido – dicen que si no se va de vivo, se va de muerto, pero se va. Es el Camino de Santiago en que estamos, este nuevo Camino de Santiago del Caribe: Santiago de los Caballeros, Santiago de Cuba.
Y es también, sobre todo, la poesía. Hay un momento en que Galicia está en Cuba. Galicia es pobre, lo que rodea a la magnífica Catedral de Santiago es la decadencia de una época dura y cruel en la península, que sucede a la guerra de Cuba, al desastre de Cuba. Se dice: más se perdió en Cuba, cuando se quiere tratar de consolar alguna gran calamidad.
Los gallegos están en Cuba, en La Habana. De cada tres que salieron al mundo, uno ha venido a Cuba. Aquí está su gran poeta y escritor Curro Enríquez. Aquí escuchan por vez primera, en el Teatro Nacional, su himno. Aquí se escribe el primer periódico en gallego. Y Galicia se quedó con nosotros hasta hoy, en la admirable, maravillosa y tantas veces traducida obra de Miguel Barnet.
Hoy tomamos el ejemplo de lo que fue esa emigración en un hombre y en la historia de una familia. Has hecho bien en evocar el hecho arqueológico de lo que significa castro y de castro, que es venir de allí, del reducto fortificado celta y romano. Es traer a Cuba el recuerdo de una batalla enorme en la cual también, otro poeta canario, Cuquillo, exclamaba en la provincia de Las Villas, en medio del cruel enfrentamiento de la guerra de Cuba: “Serví a España por deber y a Cuba por amor”. Son los gallegos que combaten en el Ejército Libertador, son los que vienen – como Ángel – y se enamoran en Cuba de la tierra, del país que hasta cierto punto, se parece a aquél.
Hay que pensar que la ley injusta del reclutamiento, que apartaba resueltamente a los terratenientes y a la nobleza de la posibilidad de venir al combate, trae a Cuba en masa, a los mineros y a los campesinos. Quizás fue el capítulo más dramático de la última contradicción de la sociedad española, antes del derrumbe de la primera monarquía.
Vienen a Cuba y muchos, cuando llegan al puerto de A Coruña o a Cádiz, piensan que el viaje ha terminado. Y entonces, se enteran de que el viaje ha comenzado. En su gran mayoría, no son hombres de letras, sino campesinos. Han venido llenando en el reclutamiento, el espacio de otros señoritos que han pagado una redención metálica para no combatir. Así se nutren los regimientos y los batallones, y luego se llega a Cuba, al trópico donde llueve torrencialmente, donde la campaña se cambia del verano al invierno, donde el ejército se detiene en medio de las lluvias, donde se advierte que es terrible y de un morir fulminante, comer mangos verdes, chupar tamarindos o chuparse una caña de azúcar porque da frío al estómago. Y en medio de esa enorme desilusión y mortandad, de ese desorden de la conflagración, encontramos a nuestro hombre, como un soldado de la guerra de Cuba.
Los primeros a quienes les escuché hablar de la familia de Birán, fue a mi maestra Migdalia Pino Santos. Junto a su hermano Oscar, compartían la memoria de Birán, de Banes y de todo aquél territorio donde había nacido una parte de la historia contemporánea de Cuba. Hablaban de ese hombre que había creado intuitivamente, no un latifundio, ni siquiera una explotación fecunda y ordenada, de la cual nos habla Ramón con tanta pasión y testimonio amoroso. Se trata de una utopía intuitiva, porque crea lo que no existe y no hay posibilidad de que sea, en aquél recóndito lugar del Oriente de Cuba, una escuela en medio de la finca, una tienda, y una casa para repostar a los que están enfermos o sufren a consecuencia del trabajo.
Extender una línea férrea significaba prácticamente una proeza. Comprar medicinas o instalar un telégrafo era algo verdaderamente fantástico para esa época. Ángel se convierte en un triunfador entre los latifundios norteamericanos. La finca se convierte en un vallar ante el avance impetuoso de los grandes dueños de las haciendas y los cañaverales de Oriente. Pero al mismo tiempo, es el tipo de hombre tesonero y honrado, que lega a su familia que le trata de usted, el concepto del valor de la decencia y de la palabra dada.
Ángel es el padre patriarcal que levanta una casa que recuerda en algo, a las del Norte de España, porque podían dormir debajo, protegidas de la intemperie, de la lluvia y de un frío acaso, las reses de los rebaños. En realidad, es la casa grande y hermosa levantada sobre troncos de caguairanes. Él es también un plantador, en medio de un Oriente donde comenzaba una dramática deforestación. De ahí el poético nombre (Todo el tiempo de los cedros) de tu primer libro, Katiuska y de ahí las palabras que están escritas en la casa de Láncara: plantó árboles que aun florecen.
Cuando uno llega allí, mareado por los vericuetos de un largo camino vecinal, se imagina cómo fue la época. La casa apenas se levanta un poco del suelo; llena está virtualmente de aguas y quedan muy pocas cosas en ella. En el entorno, una serie de casas prósperas anuncian los tiempos nuevos. Sin embargo, todo el mundo sabe la historia. Continuamente llegan viajeros, marinos cubanos, gente que pasa de cualquier parte, curiosos. Amenazan con deshacer la casa, porque todo el mundo se quiere llevar de ella una piedra.
Y es que la casa de Láncara es muy importante. Cuando Fidel llegó a ella de regreso, pidió estar solo en su interior. Cuando Raúl fue por vez primera, a conocer aquello que era también su heredad, iguales sentimientos tuvo. El punto de partida, la casa, la raíz, es muy importante para todo hombre. Y lo fue para este hombre, Ángel, que echó sus raíces en Cuba como buen árbol y se dio cuenta de que a esa nueva generación de jóvenes que había engendrado, debía echarlos adelante, bajo aquella consigna de nuestros padres: que él no pase lo que yo pasé. Entonces paga tesoneramente los estudios, busca el mejor colegio. Los inscribe en uno primero, en Santiago. Los entrega a aquella maestra, en el seno de cuya pequeña escuela pasaron tanto trabajo, más prisioneros que alumnos. Y finalmente, el recuerdo eterno y el deseo de volver a la casa familiar, de ver al perro – ¡cómo podría llamarse de otra manera el perro que saltaba por aquellos montes!, Napoleón; volver a ver su caballo.
Y finalmente el colegio de Dolores y luego el colegio de La Habana. En los años más terribles del período especial, de vez en cuando, repetía yo aquella marcha que escuché también en mis días de adolescente, y que a él le recordaban mucho: “Es Ignacio el fundador de la compañía real que Jesús con su nombre distinguió”.
Ese espíritu de fortaleza viene de este tronco, de este Ángel y de aquellos ángeles, los emigrados que labraron la tierra, rompieron el campo en el Oriente y el Occidente de Cuba, sembrando tabaco y caña; de aquellos gallegos fareros como Machado, el farolero del Morro; o como aquél gran poeta que vivió hasta hace pocos años en nuestro país y escribió su lindísimo libro Gallegos en el Golfo de México, José Neira Vilas.
Cuando en medio del fuego que destruye la casa de Birán, le acompaña su hija Enma – así ella me lo ha contado. Ramón estaba lejos y contempla el incendio que acaba con la casa: era como un símbolo. Todo ha terminado – dijo él. Ha terminado un tiempo. Lo que no imagina es que va a comenzar otro.
En tu libro se recogen las amorosas cartas a los hijos, lejos de Cuba en ese momento. Les envía lo que puede para sostenerlos en el esfuerzo.
Luego corresponderá a Lina Ruz, conservar la memoria viva del padre y repetirles a ellos, a Raúl y a Fidel, ¡tantas veces!, la tristeza de sus últimas horas. Pero, en definitiva, su sacrificio fue la piedra fundamental sobre la cual se ha levantado este roble que nos conmueve con su generosidad y a cuya sombra hemos vivido, y generaciones futuras vivirán.
Muchas gracias.
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