Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Agradezco a la Casa de las Américas, ella nada tiene que agradecerme a mí. Muy joven me acerqué a ella, y ya he expresado cuánto le debo, a Haydee y a su legado. Ahora estamos aquí, en la gruta de la Casa de las Américas. Sobre nosotros, en lo alto del monte, el Árbol de la vida, que da sombra y nos permite presentar, cincuenta años después, el número doble correspondiente a abril-septiembre de 2010.
La Casa ha querido que los autores de este número evoquen, con la intensidad con que ellos pueden hacerlo, la independencia americana, anticipándose en este sentido con el concepto “independencia” a lo que fue por lo general el comienzo de una lucha que demoró años en consagrar una etapa de la historia continental.
Con mucha razón, en unas palabras cuyo autor reconozco y que preceden al número, se dice que la Casa celebró primero el acto precursor del pueblo haitiano. El levantamiento de Haití es un acontecimiento no ya de la historia sino de la poesía americana. El levantamiento del pueblo haitiano es una leyendo que se formó en piedras en la Citadelle de la Ferrière, en las ruinas de Sans Souci, fundamentalmente en el testimonio apasionante de Alejo Carpentier cuando describe esa etapa de la historia de América, y cuenta ese largo viaje en que del brazo de Ti Noel nos lleva al fuego de una revolución que humilla por vez primera el poder colonial europeo en América de una manera definitiva. Concluye con la proclamación de la república y de una monarquía fantástica.
No fue solo el destino de Haití: en México pasó exactamente lo mismo, cuando después de los gritos y del movimiento emancipador, surge el imperio mexicano, y solamente con aquel que cambió su nombre, Guadalupe Victoria, surge, con el primer presidente de México, la república ansiada.
Aun así, para decir verdad, en el proemio de los trabajos que contiene el número, aparecen los recuerdos necesarios al levantamiento de Tupac Katari y al levantamiento de Tupac Amaru y de su valerosa esposa. Al llegar al Cuzco, al espacio de aquella Plaza de Armas rota por tantos acontecimientos telúricos, algunos de los cuales viví allí, sentí cómo la gran campana María Angola hacía escuchar con las vibraciones del suelo, el poder del bronce antiguo con que fue fundida. Fue allí, en la plaza, donde se hicieron las proclamas y el acto terrible de escarmiento a los que siguieron a aquel que se proclamó, y lo fue, el desciende legítimo del Inca.
Pero decididamente, aquellos tiempos habían terminado. Ya sabemos que en la revista, cada uno de los historiadores, hombres y mujeres de letras que escriben, como maestros del saber y como médicos de la historia, cada uno ofrece su visión de la doctrina y de la interpretación. De la interpretación real que debe llegar a nosotros.
Para mí, en lo profundo de la cueva, bastaría una fotografía de los que están aquí reunidos, para que pudiese yo ejemplificar qué somos y en qué nos hemos convertido siglos después. Este conjunto de rostros, rasgos, estos acentos de los ojos, el color de la piel o del alma, que es invisible, nos da la historia de lo que fue y de que es el resultado de eso que fue difícil definir en 1992 cuando se buscaba alguna manera de enfrentar el acontecimiento histórico del descubrimiento o encuentro de las culturas, como le llamó Núñez Jiménez, entre el viejo y el nuevo mundo.
Recuerdo que fue un debate tremendo, extraordinario, y como consecuencia de ese debate, Cuba, una isla con circunstancias muy particulares, que solamente pueden ser reconocidas cuando nos acercamos a ciertas figuras, o interpretamos la letra y el espíritu de grandes obras, como es, por ejemplo, El engaño de las razas, El contrapunteo del tabaco y el azúcar, El reino de este mundo, El siglo de las luces, o ese diálogo inacabado, Calibán, que seguirá todavía con sus grandes incógnitas presente entre nosotros.
Sería necesario volar a aquel espacio en Valladolid, donde se encuentran los atlantes vestidos con pieles, para poder interpretar cómo se vio el enfrentamiento entre los humanistas modernos y los que quería apegarse a las razones del pasado, atados a la interpretación rígida del texto bíblico. La labor del Padre Las Casas, cuya presencia en Cuba hace ya cinco siglos pronto conmemoraremos, o el monumento maravilloso que México levantó a Montesinos a la entrada del río Sama, serían el signo de una protesta y de una desacralización de la conquista, que va a dar comienzo a mi juicio a un proceso en el cual se demuestra que la historia nunca es como quisiéramos sino como fue, y ante sus consecuencias debemos sacar ciertas interpretaciones válidas.
Algunas de carácter simbólico las encontré en la catedral de Santo Domingo, donde cerca estaba el monumento fúnebre de Cristóbal Colón. Había una lápida gastada en el centro del camino de la catedral, donde reza con las letras inequívocas del siglo XVI: “Aquí yace el caballero Simón Bolívar”. Y lógicamente no es El Libertador, se trata de su antepasado. Allí en la catedral localmente renacentista, cómo es posible que estén durmiendo yacentes medievales en el Trópico, cómo es posible imaginar el palacio de los colones y a ellos mismos envueltos, como dicen las cartas, en mantos de terciopelo, entre mosquitos insufribles, calores, humedades, rebeliones, frutas extrañas, etc. Pero resolví el dilema: en la Catedral están el primer Colón y el primer Bolívar.
Y qué extraño que siendo Bolívar y su precursor Miranda tan radicales -y lo fueron más en la medida en que el tiempo demostró sus razones, dio la razón-, proyectasen con su sueño americano un creación política a la que llamaron Colombia. Una incógnita entre otras tantas incógnitas. Estamos en presencia de un elemento catalizador, genovés, judío, gascón, o de tantas y tantas cunas como se le han atribuido; fue eso, un elemento catalizador que no supo en un momento determinado dónde estaba, dónde había llegado, que no sabía en qué latitud del planeta había llegado. Ese que solamente ante la magnificencia de la desembocadura del Orinoco, a varios de kilómetros de la costa, se atreve a escribir que en esta parte vuestras majestades tienen un otro mundo.
Es que ya no era posible perseguir al paraíso terrenal, que debía estar en lo alto de la montaña, que como una teta se levantaba al final y del cual descendían los grandes ríos. En el momento en que evocamos a Lezama, debemos sentir como legítima, emotiva y sincera, su exaltación de Mariano [Rodríguez], que se hallaba entonces como representante cultural de Cuba en Nueva Delhi, cuando le habla de los grandes ríos de la humanidad, e incluye entre ellos al Almendares. Celebrando que Mariano ha tenido el gozo de ver los grandes ríos de la Humanidad, el Eúfrates, el Nilo y el Almendares.
Y de esa locura, de esa pasión por nuestra América, nació esa invención. Por ejemplo, la Catedral del Cuzco ya mencionada, tiene un cuadro que lo explica todo. Está Jesús con rasgos americanos, rodeado de apóstoles que parecen representar a las etnias de los pueblos que comparecían como tributarios, y sobre la mesa en vez de estar el tradicional cordero pascual, hay algo tan raro y tan exótico en Palestina como un cuy, un conejo de Indias, asado. El Maestro y los Apóstelos debían compartir, ahora y para siempre, frutas como el maracuyá que aparecen en ese convite.
Unos pasos más adelante, en la lujosa iglesia de la Compañía de Jesús, la escena de un matrimonio solemne entre el descendiente de uno de los santos fundadores de la Orden, blanco, vistiendo la golilla de encaje y con el luto de los Austrias, y al lado una princesa incaica toda de colores, cubierta de un manto bordado, y su prosapia. Por el amor o por la fuerza nació América, y se hizo carne en el Inca Garcilaso de la Vega, en Sor Juana Inés de la Cruz, y se hizo carne -como habla Cintio en el precioso libro que tanto tardó en publicarse en Cuba, Ese sol del mundo moral- del grito doloroso del maestro criado en la casa del conquistador Diego Velásquez, y que juzga a la tierra nuestra como tiranizada.
Es por eso que no puedo aborrecer de ninguna manera ni una sangre ni la otra. Las sangres se reunieron aquí, y Nicolás Guillén, sabio, en un poema inmortal lo escribió en su “Balada de los dos abuelos”, que mandan desde la tumba y desde la mesa. Que están en mi sangre y en la de ustedes por la cultura o por la sangre sola. Diría que lo determinante es la cultura, y que no hay en esta Casa blanco puro, ni indio puro, ni negro puro: todos somos el fruto de una admirable confusión que permitió a Bolívar en la “Carta de Jamaica” hablar de que éramos una especie de pequeño género humano.
Han quedado capítulos pendientes. Los historiadores en estos días, por ejemplo en México, se preguntan si lo importante es exhumar para comprobar si son o no los cráneos de los padres de la Patria o si lo importante es saber qué había dentro esas cabezas y lo que pensaban. Era lógico que el cura Hidalgo se pronunciase por Fernando VII como símbolo de la legitimidad, cuando estaba convencido, como los cubanos de su tiempo, como el Obispo de Espada, que hizo colocar un ejemplar de la Constitución de 1812 en la supuesta tumba de Colón en la Catedral de La Habana, haciendo jurar a Colón también los derechos del pueblo que separaba drásticamente al rey y obligándolo a jurar una constitución y respetarla. Habría que preguntarse si era convicción o cálculo.
Ese es el mismo diálogo que sostiene un prócer cubano, Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, con el general Narciso López, al que le dice: “la acción más que un sentimiento es un cálculo”. Muchas veces me he preguntado si dieciocho años antes del levantamiento de Céspedes, aquí podía estar clara la verdad, la idea, de que una emancipación de Cuba pasaba lejos de un tránsito al menos por el Norte americano donde se iba a definir una actitud antagónica con relación al Sur esclavista. No podemos olvidar que en su testamento Luz y Caballero, de quien Manuel Sanguily dijo que era como una flor nacida en un estercolero, liberta a los que le han sido fieles hasta la hora de su muerte. Y que el propio Céspedes, ya patriarcalmente reunidos en su ingenio de La Demajagua, le otorga la libertad de los suyos el propio 10 de octubre. Quiere decir que cuando un movimiento comienza, su radicalización viene después. El planteamiento inicial suele no corresponderse luego con lo que la historia y las circunstancias obligan a hacer, al menos esa es mi propia experiencia.
Sin embargo hoy estamos ante un fenómeno nuevo, ante reivindicaciones, algunas de las cuales quedaron pendientes, y son capítulos no cerrados en la historia de América, como son los legítimos derechos de los pueblos indígenas a su idioma, a su palabra, a su universo propio de carácter espiritual. Como reclamaba Rigoberta Menchú cuando un historiador insolente le hablaba de que era indispensable educar más que hacer otra cosa con las comunidades indígenas, y Rigoberta le respondía: “¿Quién le ha dicho a usted que no estamos educados? Nuestra educación, filosofía, nuestra visión del mundo son distintas”.
Evo Morales, al proclamar un proyecto de un estado plurinacional en el caso de Bolivia, está demandando una causa reivindicadora para todos los pueblos indígenas de América. Pero en el caso nuestro, solo nos queda un camino, el camino de la integración absoluta tal y como la previó Martí adelantándose a su propio tiempo. Y el que niegue su sangre, su historia, hará, como dijo don Fernando Ortiz una negación de sí mismo.
Es por eso que Martí es la obra más completa y pensada, el resultado más puro de esa acumulación del pensamiento americano, de esa acumulación de la experiencia americana. Paradójicamente, fueron sacerdotes los primeros que protestaron contra la Encomienda y defendieron ante el Papa la existencia de un alma inmortal para el pueblo indígena que impedía su esclavización. Fue quizás el pensamiento y el dolor de la propia reina Isabel, cuando dicta las nuevas leyes con relación a lo que vio espantada cuando llegaron encadenados de América aquellos que antes, jubilosamente, habían explicado a los reyes de Portugal en el arribo forzoso de Colón, que venían de las Antillas e hicieron el primer mapa de América colocando en una servilleta habas grandes para explicar que procedían de las Indias.
O cuando en Badalona, adonde llegó después con el resto de los pájaros que no murieron en el camino y con los hombres que era el verdadero descubrimiento de la existencia del otro, todo el mundo quedó maravillosamente asombrado. O como aquel drama que cuenta uno de los conquistadores, que a bordo de su nave veían algunas indígenas que habían sido entregadas como prendas. Trató de tener con ellas un trato amigable y lo logró. Luego trató de poseerlas y fue imposible, cada una se transformó en una fiera, una pantera, y fue imposible. Dice que tuvo que tomar una correa y someterla: el amor a la fuerza.
O las palabras de Martí cuando dice que con Martín Cortés le nació a la América el primer rebelde, del amor y la traición. Como dicen los mexicanos, los más apegados a defender el mundo perdido de la Malinche, la traductora casual, Doña Marina, la entregada como ofrenda, la intérprete que concibió un hijo negado, que luego se convertiría, como dice Martí, en el primer rebelde. Y hubo que lanzar tierra y sal sobre la casa de aquellos jóvenes que se habían levantado contra sus padres, como lo habían hecho en España los comuneros de Castilla.
Todo es muy complicado y no es fácil de solucionar. Como no es fácil de solucionar, vamos subiendo la cuesta del Calvario y en la medida que ascendemos a él, nos encontramos con esos dos abuelos, esas dos prosapias, al menos, en nuestro caso.
Pero en nuestro caso es un poliedro de rostros. Ya Antonio Machado, en versos inmortales, trató de explicarlo para España misma: “se han vertido en ti cien pueblos, de Algesira hasta Estambul, para que pintes de azul tus largas noches de invierno”.
Por la parte africana, cuántas percepciones. Cuando el Oóni de Ifé estuvo en Cuba, se reunieron en la Casa de África un grupo de babalaos de distintos lugares. El Ooni habló en su lengua, y casi nadie lo interpretaba. Todo el mundo escuchaba con reverencia su discurso. De pronto un anciano se paró y pronunció extrañas palabras. El Oóni comentó: “solamente en lo más profundo de África se pueden escuchar estas voces perdidas”. No era un lenguaje articulado, era un lenguaje ritual. Luego ancianos y otros más jóvenes rezaron exactamente igual, y se acercaron, le abrazaron y le besaron las rodillas y el pie. Y él les entregó ofrendas, que no eran otra cosa que tierra de Ifé, y recuerdos de una tierra perdida, de un paraíso perdido.
En Cuba, resueltamente no creo que existan afrocubanos: en Cuba existen cubanos. Le decía a Roberto el otro día: mi hijo, enamorado, se ha casado con un linda muchacha mulata de ojos claros, hija de tres sangres, china, española y africana. Y mi nieto es el retrato de esa unión. Yo me alegro porque me he curado en sangre de cualquier tentación de proclamar que soy blanco.
A mi directora de Cuadros, cuando viene con un modelo estadístico a tratar de meter en modelos lo que no cabe en ellos, me dice: “¿raza?”, y le digo: “negra”, y me dice, “¿por qué pone eso?”, y yo le contesto, “¿por qué no pone lo mismo?”, y me dice: “yo lo puedo ocultar bajo algunos rasgos, pero usted no”, me contesta.
He tomado esta ficción para explicar que somos hijos de la España “de la rabia y de la idea”. ¿Por qué los jóvenes cubanos fueron en una masa de casi mil a combatir en la República Española, cuando habían pasado apenas treinta años -que no son nada- del terrible derramamiento de sangre de la guerra de Cuba? Fueron a pelear por la otra España. ¿Por qué razón sobre el cadáver yerto de Pablo de la Torriente Brau, se levantó el poeta para recordar que “se llevaba el sol de España en la cara y el de Cuba en los huesos”?
Todo eso nos permite reunir las fichas de este juego, digan lo que digan las estadísticas y los historiadores. Ayer se presentaba el más perfecto anuario estadístico de Cuba, donde todo estaba explicado en cifras y en matices. Y yo les dije: no creamos en las estadísticas. Contra toda estadística existimos. Contra toda estadística, en el patio de un ingenio, un hombre que fue adinerado hasta ese día, se levantó en armas y comenzó una lucha que duró una década. Cuando esa década terminó, contra toda estadística, un joven apolíneo de treinta y tres años asombró a su adversario que era el símbolo de la ética del conquistador, el último reducto de su humanidad y su caballerosidad, las primeras palabras que le dijo al verlo fue: “me asombra su juventud”. En esas palabras iban muchas cosas.
Contra toda estadística, partieron al exilio, contra toda estadística, regresaron. Contra toda esperanza, combatieron en Cuba contra un ejército superior a todos los que se reunieron en nuestra América junta para conseguir la independencia del norte y del sur. Contra toda estadística, llegaron al Occidente de Cuba y triunfamos.
Contra toda estadística, supervivimos. Nosotros, que sabemos más de cuatro cosas, no podríamos explicar cuál es el misterio por el cual nos llevamos un pan a la boca. Cuál es el misterio por el cual nos acercamos ahora a acontecimientos que son esenciales para la historia patria. El próximo año, Baracoa cumple su aniversario quinientos sobre tierra india. Y al año siguiente, el cuatrocientos aniversario de que en la Bahía de Nipe apareciese lanzada por un barco al azar, en medio de un abismo de olas y de un ciclón, una imagen mestiza, que es la Patrona del pueblo cubano, y lleva bordado su escudo en el pecho. Aquí como en México, podremos no ser católicos, los que no lo sean, pero la Virgen de la Caridad es la Patrona de Cuba.
A sus pies, hay un barco en que viajan tres personajes. Uno va orando -le corresponde: es un sacerdote antiguo, un padre que viene de lejos-, es un negro. Dos vienen remando: uno es de sangre india, el otro español. Dice una leyenda que se llamaron Juanes. Y “Juana” le llamó Colón, estrábicamente, a Cuba. Qué representa la barca, qué es la barca en medio de la tempestad. La barca es Cuba. Y hoy no van tres, van millones, los que están dispersos por el mundo, y nosotros. Esto no se puede explicar sin cierto acto de magia. Alguien ha dicho que el discurso es idealista, otros, que es conservador. O nos juntamos todos los cubanos en la idea de la unidad espiritual y moral del pueblo cubano, y asumimos como nuestra esta historia. Nosotros que a nadie le debemos nada. Nunca fuimos a ningún punto de América como invasores, siempre como libertadores.
Treinta y dos cubanos fueron generales en México. Uno fue acogido como yerno del Benemérito de la Américas, Benito Juárez, y a él le entregó sus documentos. En Centroamérica estuvieron y fueron maestros, con José María Izaguirre y con José Martí. En el norte americano estuvieron al cuidado de los más pobres, como Félix Varela enfrentado a la migración de los irlandeses. En Colombia, estuvieron presentes fundando la prensa, con Manuel del Socorro Rosario, extendiendo el ferrocarril con Manuel Hilario Cisneros. Estuvimos en Venezuela, y el nombre de un cubano está escrito comandando una división en Carabobo. Tres de nosotros están enterrados en el Panteón Nacional en el Perú, considerados héroes de la patria peruana. Uno de los nuestros dio su sangre y creó al héroe de Pichincha, Abdón Calderón. Su padre Francisco nació en La Habana Vieja. Y el secretario de Faustino Sarmiento fue liberado para luchar por la independencia de Cuba y se llamó Ramón Roa.
Hemos estado en casi todas partes, por eso en versos concluye esta presentación: “Yo vengo de todas partes y hacia todas partes voy”.
Gracias a la Casa de las Américas por haber presentado el número cincuenta de su fundación, gracias por la perseverancia en extender las luces de la cultura y del saber, gracias por luchar por la unidad americana, gracias por todas esas sombras beneméritas que ahora aparecen delante de mí con los ojos claros, impenetrables, a veces extraviados y siempre clementes de Yeyé.
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