Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Por: Eusebio Leal Spengler
Queridos conciudadanos:Me alegro muchísimo de que podamos celebrar juntos en el día de hoy el 492 aniversario de la fundación de la ciudad. En realidad este acontecimiento debía remontarse a un día del año 1514, donde tenemos la certeza de que tal cosa ocurrió, pero no aquí, sino en la costa sur del actual territorio de La Habana, en un punto no determinado de la Ensenada de la Broa, quizás cerca de Batabanó. Para muchos la certeza está en Melena del Sur.
De hecho y hasta hoy, el pueblo de Melena conserva fielmente un padrón que indica “Aquí se fundó La Habana”, y como la voz popular es también parte de la historia y es una de sus fuentes fundamentales, nos remitiremos a ella, pensando que, en un comienzo de esta historia, hace poco más de medio milenio, las siete villas se fundaron de oriente a occidente como resultado de dos “ediciones”: una, encabezada por el Adelantado Diego Velázquez de Cuéllar; la segunda por su lugarteniente Pánfilo de Narváez, acompañado de un ilustre hombre que fue por su obra y por su vida merecedor de ser colocado por José Martí en las páginas de La Edad de Oro: el padre Fray Bartolomé de Las Casas.
Fue el padre Las Casas uno de los autores y una de las referencias del humanismo moderno, del derecho de gentes, practicado frente a la implacable sed de los conquistadores y a favor de los aborígenes de las islas que fueron llamadas Antillas en memoria de aquel diálogo epistolar entre Cristóbal Colón y el sabio Paolo del Pozo Toscanelli allá en Florencia. Las Antillas eran como la reproducción de esa isla maravillosa que después también Tomás Moro situaría como el mundo de la utopía, en medio del nuevo Mediterráneo que era el Mar Caribe. Esas ciudades unas tras otras, o esas villas o campamentos iniciales se levantaron sobre territorios aborígenes. De ahí que, con la sola excepción de la Santísima Trinidad, del Espíritu Santo o Santiago de Cuba, todas las demás llevasen nombre castellano, nombre del santoral vigente y apellido indígena: San Cristóbal de La Habana por Habaguanex, San Salvador del Bayamo, Santa María del Puerto del Príncipe del Camagüey, o la primera de todas, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, que ya ha celebrado su quinto centenario. Fue precisamente en ocasión de esta fiesta que acudimos a Baracoa y me correspondió el honor, por acuerdo de aquella Asamblea de pronunciar las palabras conmemorativas. Se celebraban dos eventos: la fundación de la villa y también la existencia en Baracoa de la única cruz conservada de los días en que la conquista vino acompañada de la evangelización.
Hoy la Cruz de la Parra, como se le conoce, proclamada en aquel acto Monumento Nacional se conserva allí celosamente cuidada no solamente por los fieles cristianos, sino también por todos los cubanos y baracoanos que la sienten a ella como un símbolo cultural a la vez que espiritual, términos indisolubles e inseparables el uno del otro.
Es por eso que podríamos estar celebrando tranquilamente un aniversario aun mayor y acercarnos al medio milenio. Quisiera pronunciar mis votos porque todos los aquí reunidos podamos estar dentro de algunos años cuando se conmemore ese 500 aniversario de La Habana, en el año 2019. Ahora sintamos la alegría de poder estar aquí hoy, conmemorando el traslado de aquel campamento inicial, que se transformó en poblado y fue Villa de San Cristóbal y que durante décadas aparece en mapas y referencias como una pequeña iglesia señalando una posición en el sur con el nombre de San Cristóbal, llamado también “el pueblo viejo”, y el otro, La Havana (Havana con v), que luego se uniría en uno solo: San Cristóbal de La Habana.
Ya sabemos que esa peregrinación del sur al norte quizás demoró años y se detuvo en varios hitos, quizás allá en las alturas de los Puentes Grandes, que era lugar sano por elevado, quizás en las tierras que el conquistador reservó para sí, en la desembocadura de la actual La Chorrera, en la zona donde se edifica parte de La Habana moderna y concluye El Vedado antes de atravesar el río e ingresar en otra parte no menos bella de La Habana. Pero lo cierto es que a partir de que en 1508 fuese conocido este puerto, al que el navegante gallego Sebastián de Ocampo llamó Puerto de Carenas –porque pudieron carenar sus naves en él– este puerto excelentemente protegido por la naturaleza, formando un canal angosto y navegable que lleva hasta una bahía que se abre en tres bolsas casi perfectas, formando en la planta una llave que después estaría en el escudo de La Habana, ese puerto, protegido por las alturas donde descansa hoy la fortaleza de La Cabaña, al final abierto donde está el santuario de la Virgen de Regla y otros parajes que hoy forman el anillo de la ciudad, ese puerto se hizo tan famoso con el tiempo que las naves que venían de aprovisionar las guarniciones de La Florida española, las naves que llegaban de Veracruz, las que traían el cargamento dejado en Acapulco por la nao de la China, o nave de Acapulco o galeón de Manila, las que llegaban desde Portovelo, Nombre de Dios, Chagres.. pero fundamentalmente del primero que era feria y lugar de encuentro de los que partían por última vez, y se reunían en el Puerto de La Habana para, armados y protegidos de una flota de galeones arpillados, recorrer el camino e ir al Puerto de Sevilla, que era la relación autorizada, un puerto al que debían acceder a través de las aguas mansas del Guadalquivir, después de haber atravesado el Atlántico en una ruta parecida a la que realizan hoy los vuelos aéreos, una ruta que Cristóbal Colón había iniciado tomando por escala última de su viaje trascendental, a las Islas Canarias, para luego inclinarse a buscar la tierra firme, La Península, o una segunda vía que apuntando a los cayuelos que están debajo de la Península de La Florida, tomaba el golfo de Charleston como última referencia y a esa altura producía el salto atlántico cuando ya se habían salvado de la hostilidad de los franceses, de los ingleses o de los holandeses, que a turno combatían a sangre y fuego la soberanía absoluta de España en el Nuevo Mundo.
Celebramos el 492 aniversario con cosas acumuladas en el tiempo y que fueron frutos de la obra de incontables generaciones, acontecimientos que tienen que ver con la cultura, con las artes, con la ciencia, con la música, con la arquitectura, con el urbanismo, con hechos políticos, con hechos de armas, con hechos de insurgencia civil, con acontecimientos memorables que van desde el incendio de la villa, por los corsarios y piratas franceses, hasta la defensa, sitio y toma de La Habana por los británicos en 1762 o la victoria de la Revolución cubana en Enero Primero de 1959 cuando casualmente agonizaba, en su último acto de vida, una ceiba que precedió a la que vemos aquí y que fue plantada en aquel primer semestre del año 59, cuando la anterior había muerto con el viejo régimen. Hoy estamos aquí, frente a la Plaza de Armas, un espacio privilegiado, un espacio arqueológico. Cuando evocamos la plaza aparecen inmediatamente las huellas dejadas por el tiempo: la comunidad primitiva con sus cacharros y sus caracoles tallados, el cementerio de una iglesia que ya hoy no existe, las ruinas de las casas primordiales que los arqueólogos hallaron ahora, durante las obras de restauración del Palacio del Segundo Cabo.
Estamos contemplando desde esta escalinata, la última luz en el perfil de La Giraldilla, que Gerónimo Martín Pinzón fundió para La Habana como una veleta giratoria en lo alto de la torre del homenaje donde la antigua campana del Castillo ha saludado nuestro paso por la plaza. Los niños de la escuela Ángela Landa, en el lugar de los maceros antiguos, han venido llevando al hombro mazas pesadas, tan pesadas como la historia, mazas de plata, que son el remedo de aquellas antiguas que usaron los caballeros medievales para romper con sus cuchillas las corazas y las armaduras de los caballeros. Después se convirtieron en el símbolo del poder y protección de los reyes, de los obispos y prelados, de los alcaldes y símbolos del honor de las ciudades. Estas, encargadas por el Cabildo de La Habana al platero Juan Díaz en 1634, son las joyas más antiguas que hasta hoy conserva la ciudad y salen todos los años pulidas y brilladas, y realizan este recorrido antes de dar vueltas al tronco. Especie de rito mágico, aunque tiene poco de ello.
Alguien trató una vez de pedirme una explicación del por qué damos vuelta a la ceiba, como si fuese posible explicar la poesía que es como la sal de la vida. Es indispensable dar la vuelta, sí, pidiendo que en esa espiral el tiempo nos de la mano, que nos reconciliemos con el tiempo y que sepamos y tengamos presente que solo se puede acceder al futuro desde el pasado. Me alegro como restaurador, conservador, como historiador de la ciudad de La Habana, seguidor de la obra de mi predecesor de feliz memoria, el Dr. Emilio Roig de Leuchsenring, maestro de maestros historiadores y de todos aquellos que le precedieron en el tiempo durante siglos, constituirnos hoy en El Templete, a la sombra de estos monumentos, no solamente del árbol sino de la columna y del templete grecorromano que recuerda la fidelidad y la grandeza de La Habana, su esplendor que el tiempo no podrá herir ni dañar.
Si se ven en la ciudad los signos de decadencia, si se ven en ella las quebraduras y los daños del tiempo, nosotros no lloraremos como la mujer de Lot sobre el pasado y las estatuas caídas. No me conformaré nunca con eso, tengo un puñado de colaboradores que a lo largo de casi medio siglo me acompañaron en la tarea de restaurar, de reconstruir, de buscar. No hay un solo día en que no aparezcan libros, papeles, documentos, medallas, cuadros, no hay un solo día en que con cólera o alegría, luchemos por levantar una piedra, volver a erigir un techo, enderezar un tejado, predicar una causa que a veces parece perdida. Nadar contra la corriente es arduo, sin embargo me complace pensar que soplamos sobre la ciudad vida, no tratamos de embalsamarla, ni de matarla, al contrario. Los niños de la escuela representan una continuidad promisoria y prometedora, ellos son nuestra esperanza, en ellos está constituida la continuidad. Si así no fuese, cualquier voto nuestro al pie del árbol sacro sería imposible. Si Roma todavía miles de años después se inclina ante la loba que amamantó a Rómulo, si todavía hoy ciudades antiguas prefieren una moneda lanzada en una fuente, una mirada hacia un monumento, hacia una pirámide que durante siglos se ha mantenido intacta, La Habana también conservará su fe en el futuro. Y es por ello que hoy revolvemos de nuevo el camino y andamos hacia el árbol sosteniendo las mazas y pidiendo para la ciudad, cuando ahora está cerca el medio milenio, todas las bendiciones y todo aquello que la ciudad requiere. Paz y concordia, constructores, trabajadores, gente buena y honesta, honrada y decidida, trabajadora y batalladora, gente con esperanza, no desalentada.
Que todo el que predique el desaliento sea tenido por infiel; que todo aquel que diga a cada oído, que no vale la pena luchar por lo que uno cree, se le responda que es palabra necia e imposible de ser escuchada. Nosotros tenemos que ser los resplandores de esa voluntad y en nombre de ella hago y traigo sobre la ciudad en este día toda nuestra labor realizada, la de muchos cubanos de oriente a occidente que tienen a La Habana , y no repito la paradoja porque resulta innecesario repetir, que es capital de todos; lo demás sería redundante.
Capital quiere decir cápita, que viene de la palabra latina cabeza. La Habana es la cabeza, la ciudad que lleva puesta la corona desde hace siglos, la ciudad que ha sido un horizonte en el mundo. La Habana con un artículo que la precede; no Habana, La Habana , quiere decir ella, es exclusiva. No hay otra igual, no hay ninguna que tenga su nombre ni siquiera un nombre parecido. Es solo y exclusivamente La Habana.
Muchas gracias.
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