Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Quisiera agradecer mucho a Miguel (1) por esta oportunidad. Quisiera, además, expresar que la paciencia no es la mía; ha sido la de los familiares, la de los amigos, la de los conocedores de la causa y de la injusticia.
La ciencia y la conciencia es lo que tratamos de proyectar desde nuestra labor. Y quisiera recordar todas y cada una de las palabras y de las intervenciones escuchadas aquí, como la tan emotiva expresión del poema de Tony, (2) realzada por el decano, el maestro Luis Carbonell, sobre todo subrayando sus palabras: estudió el poema para poder decirlo en el día de hoy con sentimiento profundo, con ardorosa palabra. Y ya sabemos el poder de las palabras, lo conocemos.
Saúl nos ha expresado, desde su paciente labor, el gran problema: cómo penetrar ese muro. Quizás si en la maravillosa exposición que en este momento presenta Roberto Fabelo, nuestro hermano querido, en una galería en la calle Línea de La Habana, está el retrato de los que se oponen a la libertad de los Cinco: están los monstruos del oportunismo, del poder, de la riqueza mal habida, de todo cuanto hemos enfrentado a lo largo de los años; está el poder de los que alguna vez nacieron por accidente en Cuba y hoy forman una costra dentro de la política norteamericana para oponerse no solo a la causa de los Cinco, sino a todo progreso en las relaciones de paz entre Cuba y Estados Unidos, a todo acto de libertad de aquella nación hacia la nuestra, y que permite la permanencia y la injusticia de las leyes anticubanas del bloqueo, que agreden diaria, pertinaz y continuamente al pueblo cubano.
Recordar las palabras de Max (3) cuando desde allí, desde los Estados Unidos, con gran valor, la Alianza Martiana y él personalmente, han defendido con paciencia y con fortaleza esa causa. Y sobre todo, quisiera agradecer, Miguel, tu bello llamamiento al comienzo; con palabras realmente muy hermosas.
La ilustrada defensa que a lo largo de los años ha realizado Ricardo, (4) cumpliendo el mandato de Fidel, (5) que llevó con amor, lleva y llevará, porque lo hizo suyo, lo hizo carne y suerte de su verbo político. Alguna vez, escuchando sus intervenciones en Naciones Unidas, le puse un nombre a su obra. Le dije: “Eres la espada flamígera de Cuba.” Y es verdad, es cierto, una espada que se ha desempeñado en esta batalla.
Escuchando una vez más –y volviendo al poema– y recordando tus palabras, Maruchi, (6) muchos recibimos las cartas de Tony en nombre de los Cinco, en nombre de todos sus hermanos. Esas cartas, unidas a las mariposas pintadas y a los retratos de los padres de nuestra Independencia, que se exponen permanentemente en las bibliotecas públicas, que han recorrido el país, unidas a los poemas, a las cartas de aliento, a todo cuanto se ha hecho; al debate protagonizado por La Colmenita en el suelo de los Estados Unidos, en una conmovedora expresión de la auténtica cultura cubana de la que tú hablabas; esa cultura, que no es la de los mendigos. A los pobres siempre los tendremos, a los pobres de salud, a los pobres de espíritu, a los pobres del cuerpo y a los del alma; pero Cuba es otra.
Muchas veces he dicho que el que no penetre el corazón de la familia cubana no se enterará de dónde reside el poder y el baluarte de nuestra verdadera esencia de ser.
Ricardo se refirió a un hecho histórico: la libertad de aquellos Cinco, dada por el ex presidente Jimmy Carter, condenado y excluido por ese acto y por otros que realizó durante su Presidencia. Evocaba uno de los más dramáticos momentos de la historia de nuestro continente, que fue la justa resistencia de los patriotas de Puerto Rico.
Como ya he vivido, recuerdo el regreso de Pedro Albizu Campos a su tierra, destruido físicamente, lloroso y sostenido por sus compañeros. Y recuerdo la lealtad de Cuba, que mantuvo en la representación ante Naciones Unidas, como integrante de la delegación cubana, a su esposa, doña Laurita, y a aquellos que representaban, junto a ella, la defensa de la causa de Puerto Rico; las palabras de Fidel diciendo que cuando quedase uno solo que la defendiese, ese sería el pueblo de Cuba. Cinco fueron entonces liberados.
Como se señalaba, en su ansia de buscar la libertad para su tierra, era un compromiso de Cuba –cantado por la eximia poeta Lola Rodríguez de Tió: Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas– fueron, in extremis, a la sala magna donde están sentados los descendientes de los fundadores patrios de Estados Unidos, para defender con las armas su derecho. Y a pesar de la violencia de lo que hicieron, el Presidente levantó su mano poderosa, el César de nuestro tiempo, para exculparlos y devolverlos a su tierra.
Pensaba en otra causa mundial, la causa de Dreyfus (7) en el siglo XIX, injustamente infamado y defendido solamente por la voz de Émile Zola, que supo conmover al mundo como escritor, supo levantar su voz como intelectual y deponer las sombras de la noche que rodeaban la terrible injusticia.
Y recuerdo un caso en Cuba, donde también la realidad mediática formó parte de un crimen espantoso, acusando a ocho jóvenes de lo que no habían realizado. Se acusó a aquellos estudiantes de haber profanado la tumba de Gonzalo Castañón, un periodista integrista español. Se les arrastró por eso al más infamante lugar de ejecuciones, se preparó para ellos un campo especial para cumplir la sentencia.
Unas horas antes, aquel que debía cumplir el mandato del tribunal injusto fue a hablar con los jóvenes; quería conocerlos, antes de presidir el pelotón de fusilamiento que debía cumplir la sentencia. Y escribió luego: “No murieron como criminales, porque no lo fueron; murieron víctimas de sus alucinaciones políticas.” Y es que poco después comenzó a derrumbarse la falsa acusación, cuando junto a los jóvenes imputados y encarcelados, Fermín Valdés Domínguez escribió un brillante opúsculo para defenderlos.
José Martí, quien sufrió en carne propia y en exilio el dolor de los familiares, el dolor de esa generación de jóvenes y del pueblo de Cuba, saludó a aquel diciendo que su libro y su obra habían significado mucho más para la defensa de la honorabilidad de los jóvenes y de su inocencia, que muchos batallones.
Es importante evocar ese acontecimiento ahora, cuando hace unos pocos días la juventud cubana llegó junto a aquel paredón que un día se convirtió para Cuba en un torrente de sangre.
Cien años después, Luis Felipe Le Roy, brillante historiador, demostró en una admirable labor investigativa que ellos en realidad no fueron mansas palomas; ellos sintieron el deber, y lo manifestaron en el momento crítico; no temblaron, no se arrepintieron, no se dolieron de su acto, pero su acto no fue la profanación.
Tampoco los Cinco espiaron ni trataron de descubrir secreto alguno del poder norteamericano y su relación con otras potencias, ni pusieron en riesgo en forma alguna la integridad nacional de los Estados Unidos. Ellos, como se ha demostrado, penetraron aquellas organizaciones dramáticamente dedicadas, sostenidas y financiadas para agredir al pueblo cubano y sangrar su resistencia, para debilitar el poder de Cuba, y es la causa por la cual están allí prisioneros.
Recuerdo aquel acto al que asistimos, al pie precisamente del Monumento a las Víctimas del Maine. En aquel sitio, en aquella tribuna, la carta de Gabriel García Márquez proyectaba la verdad sobre un último mensaje enviado a un Presidente de Estados Unidos, que no vaciló en mentir al Congreso y al pueblo sobre una debilidad personal y que, sin embargo, hizo oídos sordos al reclamo que, a través de un amigo al que admiraba, le enviaba el pueblo de Cuba.
Pase lo que pase y sea lo que sea, tenemos el deber, como hombres del pensamiento, como artistas, escritores, poetas, músicos, novelistas, como hombres del saber, y representación de este aspecto de la vida intensa y del alma invisible de Cuba, de perseverar en esta batalla, de no abandonarlos a ellos, y mucho menos a Gerardo, (8) que es el que corre el peligro real de permanecer para siempre encadenado. Los otros, uno tras otro, inexorablemente, nada podrán hacer para recuperar los años perdidos, los años en que pudieron vivir, amar, soñar; años que han dibujado en el alma de Antonio, como lo expresa este poema, una vocación por la libertad, por la paz, por renunciar a todo lo que sea violencia, por recomendar al mundo que una época ha de terminar, como en el libro aparece señalado, que se han de presentar como los últimos cinco guerreros de una guerra ardiente, repulsiva y dolorosa, que vivimos todavía.
Quisiera, por último, decir que siempre podemos tener –como decía Mariela– (9) esperanzas en muchos sectores del pueblo norteamericano, de la gran nación en la cual periodistas, escritores, abrieron a los cubanos en todos los tiempos un espacio para vivir y para luchar. Sin esos norteamericanos, sin esas familias norteamericanas, no podía ser posible imaginar aquel contingente de jóvenes norteamericanos que, salidos de Boston, de Brooklyn y de Nueva York, se embarcaron para Cuba, y desembarcaron en un punto de la costa camagüeyana, para abrirse paso, por aquella península angustiosa. Encabezados por un general que, en momentos terribles, ordenó sacrificar a su propio hijo cuando había contraído las fiebres espantosas que los lagares y penumbras del sitio habían provocado en los expedicionarios.
Desgraciadamente, los norteamericanos jóvenes perdieron su traductor y su comunicación con el contingente, y fueron todos prácticamente capturados en masa y fusilados sin conmiseración por el terrible adversario.
Y dicen que en la noche oscura, sobre una montaña de cadáveres, uno de aquellos jóvenes resucitó de la muerte, porque al parecer no había recibido el tiro de gracia. Tenía apenas veintitantos años cuando, dando tumbos, se encontró con unos esclavos liberados que lo condujeron a un campamento mambí en el corazón de Camagüey. Su nombre era Henry Reeve, era un soldado de la libertad. Herido en incontables ocasiones, es el símbolo de la amistad de Cuba con lo mejor del pueblo norteamericano; o fue el general Rawlings, que ante las apelaciones de Cuba por su libertad, recomendaba al Presidente de los Estados Unidos, en medio de una enfermedad terrible que padecía, siendo Ministro de Defensa: “No abandonemos a Cuba”; o fue el coronel norteamericano, que acompañó a Antonio Maceo en la invasión al Occidente y que vino en la barca con aquel grupo privilegiado y digno que el general Antonio pudo sacar de Pinar del Río hacia La Habana. ¿Por qué escogió a Charles Gordon? ¿Por cuál lealtad aquel norteamericano heroico pudo suplir en un puesto a uno de los esforzados mambises? Porque fue un gran amigo de Cuba.
¿Por qué José Martí vivió allí más tiempo que en Cuba? Porque él allí encontró amigos, porque encontró un lugar donde trabajar, gente que sostuvo su esfuerzo, que extendieron su mano.
A esos norteamericanos está dirigido el emotivo mensaje de Alicia, (10) con su voz fuerte, demostrándonos que ni el tiempo ni el paso de los años, ni siquiera el ya no poder ser sobre el escenario la intérprete maravillosa que ha sido, ha mermado toda la fuerza, toda la energía de una fundadora que, desde el inmenso prestigio de su obra, puede tocar a cualquier puerta, a cualquier corazón.
Es por eso que apelamos de todo corazón a la intelectualidad norteamericana, a los amigos, a todos aquellos que durante largos años han tocado las puertas; artistas como Estela Bravo, que también durante mucho tiempo denunció, filmó, estableció parámetros en los cuales denunciaba muchas injusticias, y particularmente esta.
Inmerecidamente recayó en mí la posibilidad de hablar con el sentimiento de todos. Y en nombre de todos, acojo el llamamiento de la familia, de nuestra Unión Nacional de Escritores y Artistas, del propio Miguel, el de Ricardo y el de los familiares de los Cinco, para que hagamos todo el esfuerzo necesario por que se rompan esas cadenas, por que se abran esas celdas, por que vuelvan a Cuba para que estén en la tierra que les ama, les quiere y les agradece, y podamos decir, como dijo Fermín (11) aquel día en el cementerio de La Habana, ante el hijo del hombre por cuya suerte y destino fueron sacrificados injustamente los ocho estudiantes, una palabra que fue inmortal para la historia de Cuba y que jamás debemos olvidar: ¡Inocentes!
Muchas gracias.
Notas al pie
(1) Miguel Barnet, poeta y escritor. Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y de la Fundación Fernando Ortiz.
(2) Antonio Guerrero.
(3) Max Lesnik, Director de la Alianza Martiana.
(4) Ricardo Alarcón, Presidente del Parlamento cubano.
(5) Fidel Castro.
(6) Maruchi Guerrero, hermana de Antonio Guerrero.
(7) Alfred Dreyfus.
(8) Gerardo Hernández Nordelo.
(9) Mariela Castro, Directora del Centro Nacional de Educación Sexual.
(10) Alicia Alonso.
(11) Fermín Valdés Domínguez
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