Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Compañero Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros;
Cro Esteban Lazo, Presidente de la ANPP;
Cro Bruno Rodríguez Parrilla, Ministro del MINREX;
Cro José Ramón Saborido, Ministro de Educación Superior;
Cra Isabel Allende, Rectora del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”;
Compañeras y compañeros:
Agradezco que se me haya encargado una tarea tan honrosa como esta, que, además, me resulta grata, porque elogiar a un hermano es siempre grato y porque elogiar a quien lo merece tanto como Eusebio es particularmente grato. También porque este título que se le otorga hoy a Eusebio viene a realzar en él uno de los servicios mayores que ha venido prestando a la patria desde hace muchos años.
Nuestro Eusebio ha recibido incontables distinciones muy apreciadas, muchas similares a esta, otorgadas por universidades, y otras muy altas otorgadas por gobiernos, por la UNESCO, por entidades defensoras del patrimonio, por nuestro propio país, obviamente, que siente tanto orgullo por él, que lo quiere y lo admira entrañablemente.
De hecho, resulta difícil imaginar qué nueva distinción merecería este hombre tan especial, tan luminoso, con una obra tan extraordinaria. Y he aquí que faltaba, efectivamente, este título propuesto por el Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, algo merecido, muy merecido, por Eusebio. Y es que hoy se premia a una figura de nuestra cultura que ha realizado una labor inmensa, colosal, en defensa de la Revolución Cubana en todas las regiones del mundo.
Lo ha hecho en primer lugar desde aquí, desde la Habana, desde su Habana, como aparece en el texto de la Resolución de la Rectora, cuando ha acogido a miles y miles de visitantes extranjeros, entre los que se cuentan muchos, muchísimos, Jefes de Estado y de Gobierno, cancilleres, ministros y otras personalidades influyentes en sus países y en todo el planeta.
He tenido con frecuencia el privilegio de estar presente cuando Eusebio recibe a las delegaciones frente al Museo de los Capitanes Generales, cuando las guía a través de un paseo por plazas y callejuelas, a toda velocidad, acompañando cada tramo del recorrido con un torrente de palabras insustituibles, cargadas de fervor y sabiduría, y cuando devuelve a esas delegaciones a sus carros de protocolo, exhaustas y agradecidas, enamoradas de la ciudad, de su historia y del verbo único de Eusebio.
He visto el rostro de los visitantes después de atravesar por tantos lugares sagrados, inexplicables, después de asimilar esa experiencia tan intensa: parecen haber sido tocados por un milagro, por el ala de un ángel, por el ángel de la jiribilla de Lezama, por un pedazo llameante de la cubanía.
Sé que todos esos visitantes tienen un programa oficial, convenios para firmar, conversaciones que sostener, reuniones, cenas, rituales; pero, después de pasar por la Habana Vieja y por las manos de Eusebio, van a cumplir el programa previsto colocados de una manera nueva, inédita, en la Isla. Han comprendido que llegaron a un país diferente, afincado en una historia muy rica, viva y vigente. Un país donde la memoria cultural y espiritual se preserva y atesora como una fuente que nos nutre y reconforta. Cumplirán con todos sus compromisos, sostendrán las conversaciones y las reuniones correspondientes y firmarán los acuerdos y convenios, sí, por supuesto, pero con una convicción superior, a sabiendas de que todo aquí tiene un sentido trascendente y está dotado de una mezcla especial de ligereza y gravedad.
Pasarán años y, cada vez que un cubano se tope en cualquier lugar del mundo con uno de esos visitantes, lo primero que le dirá es que visitó la Habana Vieja guiado por Eusebio. Es así. Porque la ciudad y su historiador marcaron su alma y su memoria con una huella que no se borra.
Por otra parte, Eusebio ha viajado mucho, a los cinco continentes, y ha sido un portador de la verdad de Cuba, de la voz de Cuba, en todas partes. Su gran cultura, su don de gentes, su imantación, su palabra que siempre deslumbra, su propia obra como historiador y como gestor, junto a Fidel, del proyecto de restauración más original y creativo que pueda imaginarse, lo han convertido en un embajador itinerante capaz de tocar a todas las puertas, con la seguridad de que esas puertas se abrirán.
Su estilo, su “señorío fundador” como diría Lezama de Céspedes, su devoción cristiana y revolucionaria, su combinación tan peculiar de elegancia y firmeza en los principios, ha ido quebrando a su paso todos los estereotipos. La clásica caricatura del funcionario cubano primitivo, elemental, dogmático, que han circulado continuamente nuestros enemigos, queda disuelta como por arte de magia allí donde está Eusebio. Sabe salir airoso de las situaciones más difíciles. Los que le tienden trampas quedan en ridículo.
Por otro lado, los conceptos que han guiado su restauración de la Habana Vieja son absolutamente de vanguardia. Sus ideas de evitar por todos los medios fundar una especie de ciudad museo, despoblada, fría, y de promover por el contrario una doble restauración, material y espiritual, que beneficia a la comunidad, a niños, a ancianos. Es un restaurador de edificios ruinosos y, además, del estado anímico de la gente, de las heridas en el tejido ético y espiritual de la comunidad.
Eusebio tiene otros muchos atributos que lo convierten en un admirable representante de Cuba ante todos los auditorios. Su tenacidad, su rigor para los detalles, su convicción de que los ambientes estéticamente atractivos influyen en la conducta de la gente, su rechazo a la chapucería y a las tendencias que confunden lo popular cubano con la vulgaridad y la chabacanería, todo eso está de un modo u otro en su obra y en su palabra.
La formidable obra de restauración de Eusebio es reconocida y admirada por los más exigentes especialistas del mundo. En países como Italia, Francia o España, donde se concentra una gran riqueza patrimonial y hay, al propio tiempo, experiencias muy notables en su restauración, Eusebio es aplaudido y condecorado. Nuestra pequeña Isla bloqueada y agredida, con solo cinco siglos de historia, sirve de inspiración y referencia (gracias a Eusebio) a las antiguas metrópolis.
Todo esto tiene que ver con la más influyente diplomacia cultural. Este embajador nuestro llega a todas partes precedido por la celebridad de su obra, y luego, ya con su presencia, su imagen y su palabra, termina su operación persuasiva, seductora, absorbente, y conquista para Cuba nuevos adeptos, nuevos espacios.
Sin embargo, que nadie se equivoque: este orador fuera de serie, culto y refinado, cordial, accesible, dotado de los argumentos más sutiles y agudos para la conversación civilizada, no tolera que menosprecien o agredan a Fidel, a Raúl, a su patria, a su causa, y reacciona en estos casos con la pasión y la dureza del que ha sido herido en lo más íntimo. Martiano y fidelista de raíz, su verbo se convierte en látigo ante el enemigo.
Mensajero eficaz y siempre bien recibido de Cuba, mensajero de lo mejor de la cultura cubana, mensajero de la Revolución y de su historia, Eusebio Leal Spengler merece con creces añadir este Doctorado a sus muchas condecoraciones.
Felicidades, hermano mío, por este acto de justicia que te hace hoy el Instituto Superior de Relaciones Internacionales.
Un fuerte abrazo.
Abel Prieto, febrero de 2019
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