Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Por: Magda Resik Aguirre
Que Fidel Castro se ha multiplicado definitivamente en su pueblo y en millones de personas de los más diversos sitios del mundo, lo prueban las hermosas muestras de solidaridad y votos por su recuperación, que ha recibido desde que anunció su retirada temporal de la vida pública.
Conmueve y regocija el hecho de que resulte un familiar tan cercano, por cuya salud y bienestar se desvelan en todas las latitudes aquellos que le admiran inclusive, a pesar de no haberle conocido personalmente. Un hombre tan entregado al bienestar del ser humano merece esa reciprocidad agradecida.
A Fidel se le quiere bien – y dejemos a un lado a los adversarios que le desconocen en su humanidad o le temen en su valentía probada. Su ideario ha traspasado fronteras y límites de tiempo porque para él el imposible de un mundo solidario y justo, ese sueño preterido durante siglos, no es utopía inalcanzable.
Para las cubanas y cubanos, Fidel ha representado siempre la esperanza. En un tiempo fue la esperanza de una Cuba independiente y plena de justicia social. En nuestros días – ya que hemos decidido en la Isla nuestro destino de nación libre como una conquista irrevocable y hemos alcanzado los más importantes derechos humanos -, Fidel sigue siendo la esperanza de esas grandes mayorías del planeta, abandonadas en el abismo de la pobreza y la marginación.
Estas reflexiones nacieron inspiradas en el diálogo sostenido con uno de esos hombres que ha “disfrutado del privilegio de acompañarle” momentos definitorios para la nación cubana. Su historia de relación con Fidel, el Jefe de la Revolución, como suele nombrarle con sumo respeto, resume de algún modo el sentir de miles de compatriotas y nos revela a un Comandante cuya nobleza e hidalguía nos sorprenden al escuchar el testimonio veraz de sus contemporáneos.
¿Cuándo Eusebio Leal tuvo la noción de que existía Fidel Castro?
Primero conocí de su acción revolucionaria. Vivía en una zona de La Habana en el barrio de Pueblo Nuevo, en Cayo Hueso, muy cerca del Hospital de Emergencias. Las décadas del cuarenta y el cincuenta fueron muy cruentas, el gangsterismo, el asesinato de muchos dirigentes políticos, recuerdo el alboroto en la cuadra cuando traían a algún herido o muerto. Es toda la historia de un período en el que viene como desvirtuándose en algunos esa corriente de los que lucharon en la revolución gloriosa e inconclusa del treinta y toman un camino equivocado.
Sin embargo, hay un grupo de jóvenes que sigue la tradición del pensamiento de la Liga antiimperialista, el sentimiento nacional, la defensa de valores. Siendo niño ocurrieron los acontecimientos del Moncada. Apareció de pronto ante mí, la figura de Fidel. Tenía yo once años cuando se produjo el asalto. No olvidemos que ese barrio popular atesoraba muchas tradiciones patrióticas. Y allí tuve la oportunidad de ver las imágenes que se publicaron en la prensa y al mismo tiempo, escuchar hablar, no ya del hombre que estaba preso en el Moncada, sino también de los antecedentes de su lucha, de la defensa que había hecho de gente muy pobre cerca del barrio, en los terrenos aledaños a la actual Plaza de la Revolución, en unos espacios que el estado había expropiado y por los cuales los pobladores reclamaban una indemnización.
Cuando comienza la lucha armada en la Sierra Maestra, yo dibujaba y aspiraba a estudiar en San Alejandro “ cosa que nunca pude hacer -, preparé una colección de dibujos, con lo que imaginaba del desembarco del Granma y de las primeras acciones en la Sierra Maestra. Los guardaba en una especie de carpetita y se los mostraba a las personas que se asustaban en un período en que eso era punible. Así me empecé a relacionar con personas que tenían que ver con el Movimiento 26 de julio, fundamentalmente en la iglesia a donde asistían algunos dirigentes estudiantiles importantes que pertenecían no a la Juventud Estudiantil Católica, sino a la Agrupación Católica Universitaria (ACU) que había sido protagonista de una importante indagación social sobre el estado real de Cuba, que se siempre se utiliza entre las referencias fidedignas de datos sobre esa época en el país.
Me ligué con los muchachos de la ACU que impartían conferencias y contaban con los adolescentes en un proceso de captación. Detrás estaba la compañía de Jesús donde apareció la leyenda porque Fidel estudió en las escuelas las escuelas de los jesuitas en Santiago y en La Habana.
Por lo general, entre los jóvenes de aquella época era fácil constatar la admiración hacia Fidel. El perfil, su imagen hablando, las explicaciones que daban muchas personas sobre la historia de su vida y las opiniones que escuché cerca de la escalinata universitaria, en la zona donde se encontraba Unión Radio, donde hoy se encuentra el Museo Napoleónico, que era un espacio de intensa labor estudiantil, fueron definitorias.
Por esa época estaba yo realizando pequeños trabajos pues no podía seguir estudiando. De ese modo debía visitar muchos sitios para ofrecer ciertos productos que representaba. Así visitaba la clínica León Uribe, el Hospital Calixto García donde conocí las grandes batallas dentro del recinto y las casas estudiantiles, entre ellas La bombonera, donde era frecuente en una generación anterior la presencia de Fidel y de muchos de los compañeros de su generación.
Por ahí empezó todo y la primera visión acerca de él, fue la del niño y el adolescente enfrentado a noticias escalofriantes como fueron las del Moncada, con imágenes muy duras; posteriormente, las noticias de la leyenda que rodea su nombre y finalmente, la primera vez que le vimos de cerca, el 8 de enero de 1959, cuando muchos jóvenes -tenía entonces 16 años -, salimos a las calles para un recibimiento en Infanta y Malecón. Pasaron los carros y vimos por primera vez de cerca, relativamente de cerca, a Fidel.
¿Y cuándo se produjo el encuentro con el ser humano, con el hombre de carne y hueso que tanto admiraban sus compañeros y usted?
Mucho tiempo después. En agosto de 1959 comencé a trabajar en la Administración Municipal Revolucionaria, llevado allí por José Llanusa, en el mismo palacio donde hoy se ubica el Museo de la Ciudad (el Palacio de los Capitanes Generales), donde estaba muy lejos de suponer que se iba a escribir mi propio destino. Allí entré en la educación obrero campesina y fui a parar un día a la oficina del Doctor Emilio Roig de Leuchsenring. Tenía gran avidez de conocimientos, era como una esponja y metido en la efervescencia revolucionaria que se vivía por entonces en aquél lugar donde uno de los entes más corrompidos del pasado, el Ayuntamiento, se estaba desmoronando y dejando paso a una administración revolucionaria, empecé a conocer a los que estaban más cerca de Fidel.
Cuando comenzó la obra de restauración del palacio en 1967, resultó que una noche, los jeeps en que Fidel se movía en aquella época, se pararon cerca de la calle Tacón porque había obras en construcción. Él le preguntó a uno de los guardianes de la puerta, qué estaba pasando y el guardián le respondió que se estaba haciendo una labor para instalar allí un museo.
Él visitó por vez primera el Palacio de los Capitanes Generales, después de 1973. Había triunfado la Unidad Popular en Chile y el alcalde de Iquique, Mariano Quiroga Soria estaba de visita en La Habana y él lo acompañó. Vino al museo y el mismo portero que lo vio aquella noche le explicó que yo estaba en la Unión Soviética y él le dijo: no importa, yo volveré.
Por esa época conocía ya a otros hombres de la Revolución: a Jesús Montané, quien me llevó a ver a Celia Sánchez, ella me llevó a René Rodríguez y más tarde a Faustino Pérez y Manuel Piñeyro. Este grupo de compañeros se reunían habitualmente en el periódico Granma, tarde en la noche. Yo había a empezado a publicar mis primeros trabajos. Acostumbraba a ir a Granma de madrugada y hasta que no revisaba mis trabajos impresos no me iba del periódico.
Celia me fue preparando en las conversaciones para un eventual encuentro con Fidel y también Montané. Pero ese encuentro se produjo sorpresivamente, porque estaba conociendo el Palacio de los Capitanes Generales una delegación del Movimiento por la Paz que iba hacia Europa y en medio de aquella visita, de pronto, apareció él. Recuerdo el molote que se formó en la puerta con la gente, los flashes de las cámaras, fue la primera vez que nos dimos las manos, nos vimos y hablamos sobre muchas cosas, personales y también de La Habana Vieja, de las cosas que se podían hacer.
Después volvió una segunda vez cuando vino una delegación de Venezuela para develar el busto de El Libertador Simón Bolívar, en el Palacio de los Capitanes Generales. Llegó al acto sorpresivamente. Acababa de hacer uso de la palabra Juan Marinello. Ese encuentro fue muy decisivo porque se pudo hablar de historia y de sueños. Que si la calle de madera, que si la restauración de la Plaza de Armas, que si El Templete. Se reía mucho con mis explicaciones y me tomaba por los hombros y me enderezaba para que le hablase a los venezolanos y no a él. Porque yo deslumbrado con lo que no había visto y con la posibilidad que tenía delante, comencé a hablarle vehementemente como quien tiene una sola oportunidad que no se va a repetir nunca.
¿Cuánto puede haber influido Fidel y su voluntad política en que el Centro Histórico de La Habana se haya rescatado?
Primero debo pensar en cuánto influyó en mí su pensamiento. Habiendo tenido yo una formación martiana y cristiana, lo que me atrajo de Fidel fue precisamente la coherencia y amplitud de su pensamiento. Me sentí dentro, incluido en el proceso que él encabezaba. No olvides que era un tiempo difícil, cuando todavía no se había asentado la sociedad cubana actual. Estábamos en plena ebullición, luchas y contradicciones. Sin dudas, la orientación de su pensamiento fue la que me hizo, por sobre todas las cosas, fidelista. Creo que fui un admirador de su persona desde el primer momento y un seguidor de la Revolución, gracias a él.
A partir de ese razonamiento se puede comprender lo que vino después: el compromiso que surgirá cuando, leyendo y observando cosas suyas que lo traían por una razón u otra al Centro Histórico o a tratar temas históricos, me encentró en lo que sería mi propia vocación. Nunca olvido lo que representó su gran discurso del 10 de octubre de 1968, la conmemoración del centenario del alzamiento de Carlos Manuel de Céspedes. Entonces se estaban abriendo las primeras salas del Museo de la Ciudad y su discurso fue para mí medular, a tal extremo que la sala que preparamos se llamó Cuba heroica y era como un reflejo de lo que aquellas reflexiones habían significado.
Después hubo otro discurso monumental y muy importante para mí, que fue el del 15 de marzo de 1978, al conmemorarse el centenario de la Protesta de Baraguá. Sus ideas le dieron al museo que estábamos levantando, con el espíritu de mi predecesor, el Doctor Emilio Roig, un contenido más cubano que localmente habanero. La propia Sala de las Banderas va a expresar ese momento histórico de Cuba, esa reafirmación y esa búsqueda.
Fui muchas veces a buscar ayuda de Celia Sánchez en su casa. Tanto ella, como sus hermanas, el capitán René Pacheco y otros amigos, me ayudaron mucho buscando piezas para el museo, contándome las historias. Después Celia instituyó que celebrásemos siempre el 10 de Octubre y el 24 de Febrero, en la sede del Museo de la Ciudad, a donde llegaban y llegan aun puntualmente las flores enviadas a nombre de Fidel.
Celia jugó un papel muy grande en esa aproximación a Fidel. Sin Celia no podríamos escribir tampoco esta historia de restauración del Centro Histórico y de rescate de nuestras conmemoraciones históricas.
De ella recuerdo también con especial afecto el día en que recibí mi carné del PCC luego de una gran batalla de ideas debido a mi formación cristiana, lo que obligó a llevarle el tema a Fidel. Y la respuesta de Fidel fue la que tenía que ser. Un día me llamó ella y me dijo: para allá va Guillén Celaya, el mexicano que vino en el Yate Granma, quien te lleva un encargo de nosotros: era un sobre y dentro tenía el carné del Partido. Entonces él estaba ya muy cerca, extraordinariamente cerca.
¿Y cuán cerca estuvo después en el período en que esta obra del Centro Histórico habanero fructificó?
La obra tuvo muchas contradicciones como todas las buenas obras que se encaminan en la vida; es la ley de unidad y lucha de contrarios del pensamiento filosófico. Esa ley se manifestó de forma tremenda entre viejas ideas y nuevas concepciones, y también nuestros propios errores debido a insuficiencias en la formación que estaba gestándose. No olvidemos que muchos de nosotros somos hijos de esa Revolución de Fidel. A mí me sorprendió el triunfo con un cuarto grado de escolaridad, siendo un adulto de dieciséis años. Lo primero que tuvimos que hacer fue sentarnos en las aulas de la educación obrero campesina que fue un imperativo de los centros de trabajo; era donar sangre, ir a alfabetizar, cosa que me enseñó muchísimo. Todo eso nos dio una gran fortaleza.
Más tarde vino la batalla de la zafra de los Diez Millones y trasladamos los objetos de los museos en una expedición que fue desde Sandino en Pinar del Río hasta los confines de Villa Clara, por donde venía una columna “invasora”. Allá llevamos el machete de Maceo “ eso era muy desacralizador.
Cuando el Comandante comenzó a visitar con más frecuencia La Habana Vieja con varias delegaciones, debíamos atender incluso a Jefes de estado mostrándoles el Palacio, la calle de madera, El Templete, y aprovechábamos la ocasión para conocer de cerca sobre las luchas de la Generación del Centenario. Recuerdo que durante una de sus visitas le pregunté: ¿dónde se ubica ese caserón oscuro que usted menciona en La Historia me absolverá cuando vino a presentar el documento de inconstitucionalidad contra el régimen de Batista? Y nos señaló el Palacio del Segundo Cabo. Nos narró el incidente de la querella frente a la embajada norteamericana.
Hubo un momento, durante una de esas visitas que nos apartamos y él me dijo: ¿En qué puedo ayudar, qué puedo hacer, qué necesitas? Y le respondí: nada, porque si empiezo a pedirle usted no volverá nunca.
Debo decir también que a esa altura conocía también a Raúl cuya personalidad fue determinante junto a Vilma Espín. En una visita que se produce al Museo de la Ciudad en ocasión de la Revolución del 68 en el Perú, del general Velazco Alvarado, Raúl vino por vez primera a La Habana Vieja y surgió entre nosotros una relación de mucha simpatía. Estábamos acercándonos a los dos astros de la Revolución, faltaban dos, uno a quien nunca conocí, el Che y Camilo, que se había ido muy pronto. El ministro siempre estaba interesado en las cuestiones históricas: la historia del arte militar, del mambisado, de los generales desconocidos, las grandes luchas
Fidel se apasionaba con los temas de la historia americana y con temas de la historia de Cuba, como lo que significó Cépedes. Celia era profundamente cespediana y Fidel también. Fue él quien puso en su lugar al Padre de la Patria acallando la voz de las ratas que trataban de disminuir la gloria del gran fundador; lo consideraba la piedra clave y eso nos unió mucho.
Finalmente llega un gran momento, cuando me escoge para acompañarlo en el viaje para la toma de posesión de un presidente en América del Sur y después visitamos Cartagena de Indias. Por esos días estábamos en la profunda crisis que culminaría con la destrucción del campo socialista y a pesar de los grandes desafíos que se nos avecinaban, me preguntó a la salida de esa ciudad histórica: ¿Qué más podemos hacer por La Habana? Nuestra idea fue consolidar el principio de autoridad, trabajar en una sola dirección uniendo a todos los elementos que tenían matices distintos en la concepción de cómo preservar la Habana antigua.
Estaban presentes otros compañeros que no se pueden dejar de mencionar: Carlos Lage, Felipe Pérez Roque y el Dr. José M. Millar. Comenzamos a compartir aquellas noches con Fidel en los momentos más difíciles y duros. Reflexionábamos de conjunto y aprendimos de sus palabras, de su silencio y de su confianza en el futuro.
¿Cuál fue el más duro de esos momentos que recuerda junto a Fidel?
El del cinco de agosto de 1994, cuando la marginalidad y la canalla pretendían subvertir el orden de cosas en el corazón de la Habana. Fidel ha contado en varias ocasiones que cuando le comunicaron que nos aprestábamos a defender con las armas en la mano la integridad del Mueso de la Ciudad y de nuestras instalaciones, decidió venir para acá. En un momento debí salir a una reunión a la que me convocaron y cuando iba regresando y todas las calles se cerraban, Galeano, Carlos III, Belascoaín, Malecón, subí como quien va para la universidad para buscar otra vía y de pronto, veo delante de mí los tres carros de combate de él que iban buscando el camino. En un momento determinado abandoné el automóvil y subí al tercer carro. Ahí me contó que había salido para La Habana Vieja porque le dijeron que yo estaba sitiado.
En medio de aquella batalla, cuando la multitud patriótica, colérica y enfebrecida contra lo que estaba ocurriendo lo rodeó, se viró y me dijo: ¿qué hacer ahora? Y le respondí: seguir la corazonada. Y afirmó: la corazonada es esta, vamos para allá. Entonces llegamos al Malecón.
Al año siguiente me dio cita: espérame en el parque frente al monumento de Maceo y allí nos encontramos bajo un aguacero torrencial e hicimos la marcha histórica. En ese período en que compartimos juntos momentos importantes de la Revolución, bebí mucho de su espiritualidad, de su sentido de la justicia, del carácter caballeresco de su persona: si queda un caballero en el mundo ese es Fidel, de su generosidad aun con sus adversarios, porque muchos que escriben ahora, de haber sido él implacable, no podrían contar la historia. Por eso siempre dijo que de todas las revoluciones esta había sido la más generosa y es cierto.
A lo largo de toda esta historia conoce también la historia de una mujer que hoy tiene 96 años, mi madre. Y esa historia que es la de muchas mujeres y madres cubanas en el período prerrevolucionario, le impresionó mucho. Para verla a ella y no a mí, ha subido tres veces las escaleras de mi casa. Y una de las pruebas mayores de su sensibilidad, no sólo con ella, sino con personas infinitas, es siempre su recuerdo.
¿Cuánto le ha preocupado a Fidel el patrimonio cubano?
Mucho. Gracias a él, por ejemplo, está restaurado el Palacio Nacional de Bellas Artes y el Centro Asturiano que se convirtió en Museo de Arte Universal. Fue él quien aprobó que se completara el monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución con una exposición memorial del Apóstol, en una obra digna de nuestro tiempo.
Su preocupación ha sido siempre salvar el patrimonio sin venderlo. Se ha opuesto a eso porque existieron los que creyeron que vendiendo una joya, una moneda o un cuadro podrían salvar a Cuba. Y Cuba se salvaba de otra manera. Y él lo demostró.
Fue una de las cosas más importantes que señaló respecto a La Habana Vieja, cuyo proyecto de restauración él delineó y estudió personalmente, durante las semanas en que estuvo sobre su mesa la redacción del Decreto Ley 143 de Octubre de 1994.
La noche en que se aprobó ese Decreto en el Consejo de Estado, en una reunión presidida por él, estaba danto el paso más avanzado que a mi juicio se ha dado en país alguno, para proteger el patrimonio cultural, creando un mecanismo sustentable – en años de gran pobreza y dificultad -, que garantizara, sin vender una pulgada del territorio del Centro Histórico, su salvaguarda.
Más allá de ese ser entrañable y cercano, cuando evalúa el papel que juega Fidel en el mundo contemporáneo ¿cuál nos diría que es?
Fidel es un ser humano ante todo, un ser humano de sentimientos y pasiones, que en un momento determinado puede encolerizarse como sólo puede hacerlo un ser humano. Ahora bien, es ante todo un maestro de generaciones porque escucha mucho. Cuando le interesa un tema lo lleva hasta el final. Es más, si hablas delante de él, que sea con criterio y con base, porque de lo contrario en tres minutos estarás desnudo, porque él va hasta el final. Y hace eso no para demostrar una suficiencia en el conocimiento, sino para decir este es el camino.
Muchas veces le he escuchado decir: “Todo está escrito. No hay nada que ocurra ni antes ni después”; porque tiene un sentido providencial y claro de aquello que llamamos el destino.
Entre todos sus valores debo resaltar que Fidel ha sabido sacrificarse junto a su pueblo. Nunca pidió sangre prestada a nadie; la que se ha derramado por amor a Cuba y por seguirlo a él, la ha compensado poniendo en riesgo siempre la suya propia.
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