Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Por: Elizabeth Mirabal Llorens / Tomado de La Jiribilla
Eusebio Leal o “el Cardenal”, como le llaman algunos, hace un recorrido matutino por la Habana Vieja. Saluda a todos, se detiene y habla con los que habitan este pedazo de Cuba, como un monarca que toma las ropas de un mendigo para saber cómo piensa el pueblo de su reinado. Cuando usa corbata es siempre la misma, negra, con una perla recuerdo de un amor imposible. Ansía la juventud perdida y a las muchachas les dice “preciosas”. Escribe poco, pues teme poner en palabras lo que no cabe en ellas. No le gustan los micrófonos y prefiere patios coloniales con acústica para pronunciar discursos. Es, sencillamente, un hombre que se ha consagrado a una creencia y ha diseñado una estrategia que tiene como fin convertir recuerdos y añoranzas en realidades. No destruye: siembra, mantiene, perfecciona. Brilla por lo que dice y quedará por lo que hace.
Está pendiente de todo: de las palomas, la migración de las golondrinas, las fuentes, los anaqueles de la Droguería Sarrá, los bombones del Museo del Chocolate, la música, la lluvia, el tránsito, el salitre…
Es un gladiador delgado, de baja estatura, que viste de gris como los antiguos médicos de las zonas rurales de Cuba y tiene una armadura pesada como la de los primeros conquistadores hispanos. Algunos piensan que ha creado el Vaticano cubano y él lo reconoce, pero aclara que solo es, en su mundo, el secretario de Estado. Alérgico al polvo y al polen, es condenado casi a diario a vacunas, pues se enfrenta al rescate de las piedras.
Leal a los 62 años es el capitán de un galeón que se atreve a desafiar grises tormentas. La nave es tan poderosa que se autosustenta y su homérica tripulación se resiste al naufragio para continuar cruzando mares.
Su oficina es más que una oficina: es un rincón. Hay un butacón típico, forrado de tela amarilla, como esos que prefieren los padres de familia, agotados tras ardua labor; un buró infinito que recibe además de la luz, la melodía que brota espontánea desde los bajos de la antigua casona de los Condes de Lombillo.
Son muchos los asientos para acomodarse y escucharlo, pero él me ofrece un sillón que no llega a ser grande. Lo distingue un cojín hecho de retazos de telas de colores, que bien pudo haber surgido de las manos de una abuela. Escoge para sí una diminuta y simpática banqueta.
—¿Me siento aquí?
—Sí, ahí —me responde.
—¿Le molesta que grabe?
—No, no. Graba, que eso es lo más importante —dice, aconsejando, y tomando entre sus manos la grabadora con la intención (aunque yo no lo sabía todavía) de sostenerla durante toda la entrevista.
—Le confieso que el cuestionario está un poco extenso.
—Pregunta, pregunta —contesta solícito, como concediendo un gran deseo.
Se dice que sus primeros años de estudio fueron sin el auxilio de profesores. ¿Es esto cierto? ¿Cuáles eran sus métodos de aprendizaje en aquel entonces?
En aquella etapa de mi vida, por razones familiares, cuestiones que no vendrían al caso ahora detallar, no pude continuar los estudios regulares y tuve que abandonar la escuela primaria, sin haber concluido siquiera el sexto grado. Ante esa disyuntiva, tuve que trabajar y desempeñar labores de diversa índole para poder ayudar a mi madre; y en ese tiempo, como era tan grande mi deseo y mi inquietud por el conocimiento, empecé a leer no las cosas que necesitaba, sino las que me gustaban. Ese defecto, esa ausencia de método, tiene sus consecuencias posteriores para una persona cualquiera que requiera una formación profesional. Y es que quedan grandes lagunas si no hay un tutor o alguien que te guíe en estas o aquellas lecturas. En realidad, leí todas las cosas que me gustaban. Esencialmente, leí mucha literatura, grandes novelas clásicas, Edgar Alan Poe, Emilio Salgari, Edmundo de Amicis, Juan Ramón Jiménez; pero también leía filosofía griega, los grandes filósofos: Sócrates, Cicerón, Platón. Estudiaba Geografía, me gustaba mucho; me apasionaba y leía mucha historia, historia de Cuba, en las publicaciones que existían entonces a mi alcance y que estaban en la Biblioteca Pública de la Gran Biblioteca de la Sociedad Económica de Amigos del País en el Paseo de Carlos III. Esa es la nota biográfica. Mi recomendación es que, pasados esos tiempos, hoy todo el que quiera estudie por el método. Los métodos de estudio son hoy tan incomparablemente avanzados que un niño de cuarto grado sabe más de todo lo que yo podía, en aquella época, conocer si hubiese hecho la Secundaria Básica o el Preuniversitario. Es muy importante, además de todo eso, no obviar lo que tiene de positivo el otro canal y es que la escuela da eso: un método, un sistema, como en la Universidad; pero uno necesita, paralelamente, demostrar su interés con mucha fuerza, con mucho poder, con mucha voluntad, leer. Leer, no examinar solo por resúmenes; no confiarse a la memoria, sino al razonamiento; profundizar por placer, más que por deber.
Fue discípulo de Emilio Roig. ¿Cómo recuerda a su predecesor?
Fue un maestro generoso y bueno, que tenía una gran cualidad pedagógica: sabía escuchar. Cuando le hablabas y le referías qué deseabas saber, tenía la paciencia de explicar y después te regalaba los libros, no como algo frívolo, sino que eso era el resultado de una prueba de carácter y de verdadera vocación que él hacía a las personas antes de integrarlos a ese círculo que recibían los Cuadernos de Historia Habanera. Fue también una fuente para el conocimiento de lo que se debía leer en aquella etapa. Inmediatamente yo empecé la Educación Obrero-Campesina, alcancé el sexto grado, fui a la campaña alfabetizadora y luego seguí por mi cuenta, hasta el momento en que llegó la posibilidad de hacer exámenes y de presentar pruebas de suficiencia para ser admitido en la Universidad.
¿Cómo es restaurador si padece una seria alergia?
Todos tenemos un padecimiento, real o imaginario. Lo importante es que llega un momento en que en una obra como esta, tú quedas inmerso y sometido a ella y te lleva esa marea con una gran energía. Esta es una obra que requiere una enorme espiritualidad, una gran convicción, conocimientos humanísticos. Me fue muy útil lo que leí en épocas pasadas y lo que leo aún hoy. La arqueología, el conocimiento de la pintura, el amor por los museos, el valor de las cosas antiguas, la importancia de la restauración y del trabajo manual, que siempre tiene un altísimo contenido de trabajo intelectual, son indispensables…
¿Por qué no ingresó en la Escuela de Artes Plásticas de San Alejandro?
No pude. No tuve posibilidad porque la escuela era nocturna y yo tenía que ayudar a mi madre, a llevar la ropa que lavaba, a ocuparnos de las casas donde trabajábamos. Todo se hizo muy difícil y así, pasó el tiempo. Hay cosas en la vida que hay que hacerlas en su momento. Me ayudaron muchísimo los pintores Enrique Cruzet y José Rodríguez Radillo. Eran profesores de San Alejandro. En el caso de Cruzet, fui con otros amigos a su casa a dar clases sobre la preparación de los lienzos, sobre el trabajo con el carboncillo, el dibujo. Todo esto me sirvió. Todavía conservo algunas cosas que hice en aquella época.
De las obras arquitectónicas del pasado siglo que ha recuperado, ¿siente predilección por alguna?
Por el Palacio de los Capitanes Generales. Allí han pasado cuarenta y seis años de mi vida, desde agosto del año 59. Empecé a trabajar en el Palacio cuando tenía solo 17 años hasta hoy. Es como una vida entera. Yo entro ciego en aquella casa y sé a dónde ir. Las cosas todas, las puse.
De los sitios históricos de Cuba (incluso de los que solo quedan ruinas) ¿cuál le hubiera gustado restaurar ?
Me habría encantado tener más tiempo, más vida, más recursos para haber restaurado muchas cosas de La Habana que hoy se pierden o están abandonadas porque son poco apreciadas. Pienso que para que aumente mucho la conciencia pública sobre el valor de los monumentos y las cosas históricas, todavía falta. Falta mucho por avanzar. Se definen como muy interesantes algunas ciudades de las que se habla mucho como La Habana Vieja, Trinidad; se habla menos de Sancti Spíritus, mucho menos de Remedios, que son ciudades maravillosas. Se habla más de Santiago de Cuba, más de Camagüey; sin embargo, no se habla nada de las pequeñas poblaciones de Cuba, por ejemplo, Gibara, que es bellísima e importantísima monumentalmente. Se habla mucho de La Habana Vieja, pero no se habla casi nada del Cerro; se habla del Cerro pero nadie habla del Vedado monumental; nadie habla de Jesús del Monte y del municipio 10 de Octubre donde hay toda una arquitectura maravillosa, digna de ser conservada, que sin embargo, se pierde. Me habría encantado poder tener una responsabilidad en esa dirección y haber contado con los medios, los recursos y desde luego, con los colaboradores.
De las ciudades del mundo que ha visitado, seguro que algunas lo han impresionado hondamente.
Como nación, me impresionó mucho Perú, que fue la primera gran civilización prehispánica en el continente americano que yo conocí. Mucho, México y sus ciudades antiguas. En Perú, lógicamente, la vieja Lima, Trujillo, el Cuzco. La América prehispánica y precolombina me fascina. La arqueología siempre ha sido un punto esencial en mi trabajo. De las ciudades europeas, me gustaron mucho las antiguas españolas como, por ejemplo, Toledo o Ávila; una especial fascinación por Barcelona. Pero nada comparable a las emociones vividas en las grandes ciudades italianas como Venecia y Verona, por decir algunas.
Si pudiera viajar a una época pasada y determinar el país, ¿qué país sería, qué época y por qué?
Siempre sería cubano. En cualquier generación que me hubiese tocado vivir, eso lo tengo desde hace mucho tiempo decidido. Si hubiese tenido esa hipotética posibilidad, siempre habría vuelto al mismo lugar. Amo profundamente esta Isla, su geografía, su naturaleza deslumbrante. El encanto de su gente para mí es fascinante. Sufro mucho cuando veo que no se aprecia tanto lo que tenemos. A veces las obras tienen que ser demasiado sobresalientes o excepcionales para que convenzan, de lo contrario, a veces, la belleza pasa ante nosotros y no la vemos.
¿Cómo prepara sus conferencias? Si es que las prepara…
La preparación es esencialmente emocional. Yo leo mucho hoy, leo mucho de noche. Generalmente me adentro en la relación misteriosa que se crea entre el público y el orador. En ese momento, la poesía cumple su menester.
¿Por qué siempre de gris?
Bueno, el gris no es mi color. Mi color es el azul. Pero me visto de gris porque esta es la ropa de trabajo que encontré en el momento oportuno y creo que quedamos dos personas en Cuba que la usamos todavía.
¿Quién es esa otra persona?
El doctor José Miyar Barrueco, secretario del Consejo de Estado.
¿Tiene tiempo para tener pasatiempos?
Yo creo que sí, de vez en cuando.
¿Cuáles son?
Mirar unos ojos bellos.
Le agrada, supongo, la música.
Me gusta muchísimo, sobre todo algunos géneros de la música cubana bien cantada. Me gusta mucho la música popular, la buena música cubana. Me encanta la música de Manuel Corona, o de Sindo Garay en algunas de sus composiciones magistrales. Algunas nuevas interpretaciones que he escuchado cantar a Pablo Milanés, a Miriam Ramos. Amo mucho a Antonio Vivaldi. Me gusta mucho la música de Scarlatti. Amo a los románticos rusos, me parecen todos maravillosos, fundamentalmente Tchaikovski.
¿Qué literatura prefiere?
Me he sentido siempre fascinado por la obra de Martí. Su obra completa siempre es para mí un universo en el cual me gusta sumergirme. Eso no quiere decir que no lea a otros literatos contemporáneos, a García Márquez, a algunos que quizás, no son personas que me agraden, pero como literatos son fascinantes. Me gusta mucho el cine nuevo, me gusta también mucho el cine clásico. Me encantan las grandes obras de la literatura llevadas al cine, por ejemplo, las obras de Dostoievski, las de León Tolstoi. Leo las grandes obras de Víctor Hugo, lo leo con pasión. Creo que sigue diciendo cosas importantísimas para hoy.
¿Y su concepto de belleza?
Es una relación misteriosa entre el amador y el ser amado, no hay un canon. Lo que para mí es bello, para otro puede no serlo.
¿Continúa pendiente del vuelo de las golondrinas?
Sigo pendiente.
Usted ha afirmado que tiene un concepto casi napoleónico de lo que hace. Ataques, ¿ha recibido?
Muchos. Yo pienso que uno no puede sentir y apreciar su obra si no tiene detractores de esa obra. Hay algunos ataques que nacen de nuestros errores, hay otros que nacen de sentimientos mezquinos, como la envidia, la ingratitud, la falta de conocimiento, la frivolidad al emitir un criterio. Por lo general, se da mucho en los intelectuales y los latinoamericanos esa tendencia. A esta altura de la vida, yo repruebo mucho todo eso y recomiendo no entrar nunca en batallas verbales, nada más cuando sea necesario; no usar jamás epítetos; no usar jamás descalificaciones personales o íntimas, sino que la batalla sea de verdad en el campo de las ideas. Esto me parece excepcional. Fidel, en ese sentido, es un maestro.
¿Qué impresiones conserva del 1ro de enero de 1959?
El recuerdo intenso es que ya antes de ese acontecimiento yo me vinculaba a jóvenes que estaban en la insurgencia, en la clandestinidad y a otros que podían realizar todavía su trabajo sin haberse escabullido, sin haberse escondido. Conocí a muchos que repartían proclamas, que buscaban medicinas, que vendían bonos, que trasladaban armas. Yo mismo los ayudé en muchas ocasiones y participé en estos grupos, de tal forma que el primero de enero me sorprendió ya con chaqueta verde, con un brazalete que tenía guardado del 26 de Julio. Hice las guardias con la Milicia Popular, participé en aquel acontecimiento con un júbilo inmenso. La Revolución había derrumbado el pasado y abría una puerta enorme. Yo estaba al tanto, conocía al detalle todo lo que pasaba en la Sierra Maestra: escuchaba de noche Radio Rebelde en casa de una familia, leía los artículos que aparecían en Bohemia, me reunía con personas que conocían o sabían más de aquello, conocía de Fidel. El hechizo por su personalidad, por la gesta del Moncada, el desembarco del Granma, contribuyó mucho a mi entusiasmo inicial y mi fidelidad posterior a la obra de la Revolución.
¿Le importaría compartir los recuerdos que conserva de su primer encuentro con Fidel?
¡Oh, un encuentro maravilloso! Reafirmé mi idea sobre su humanidad, su interés por las cosas, sobre su intuitiva voluntad de profundizar en todo, para él no hay nada superficial. En lo que se interesa, lo lleva hasta las últimas consecuencias.
A los niños reunidos en el III Congreso Pioneril les contó que existía un mensaje para las generaciones futuras oculto en el Palacio de los Capitanes Generales. ¿Cree que lo descubrirán? ¿Qué les dice?
Yo creo que sí. Ahora más bien, ya no creo tanto en ese mensaje de papel que el tiempo y el calor de la cajita de metal en que lo guardé, pulverizarán. Lo que sobrevivirá será el espíritu de la obra.
Lo que digo es cómo hicimos esa obra, cuándo la iniciamos, cuándo terminamos aquella etapa de 11 años, quiénes trabajaron, cómo la hicieron, qué esfuerzo y sacrificio hicimos y qué hermoso era poder dedicarse a reconstruir, que quiere decir dedicarse a amar, que quiere decir crear.
Si tuviera el don sobrenatural para devolver una única vida tras la muerte, ¿a quién trajera de vuelta?
Esa es una pregunta que quizás no te pueda ni siquiera responder. Yo creo que cada criatura, cada persona, pertenece a su tiempo y que no hay nada más hermoso que el tiempo que a uno le ha tocado vivir. Ese es el tiempo mejor. Decididamente, no habría la más mínima posibilidad de que viviésemos en otro. En ese sentido, muy positivistamente, veo a las personas y a las grandes figuras y a las pequeñas, en su tiempo y en su lugar. Hasta ahora permanece la única persona que quisiera que resucitara si muriese. Las demás, como te decía, pertenecen al tiempo y viven en su obra. Lo más hermoso que tiene un hombre es su obra. La poesía está en la obra.
Me han dicho que cuando viaja a países fríos lleva una capa. ¿Es esto cierto? ¿Por qué una capa y no un abrigo?
Sí, es verdad, porque los abrigos siempre me quedan mal. Como Cuba no es un país invernal, nadie tiene abrigo propio, siempre abrigo prestado. Un día yo fui a casa de la poetisa Dulce María Loynaz y abriendo ella su armario, yo vi una capa maravillosa, de hombre, una capa muy linda. Y le pregunté: “¿Y esa capa?” Y me dijo: “Fue de mi esposo. Cuando volvió triunfante a España, después de muchos años de exilio y de pobreza, fue a la casa en la que hacían las capas, en la calle de la Cruz y se hizo esta, maravillosa. Si usted tiene el valor de ponérsela, yo se la regalo”. Y desde entonces, desde hace casi 25 años, voy con mi capa a cualquier parte.
Ha escrito refiriéndose a Dulce María Loynaz, cuando aún vivía: “Ahora a los noventa y tantos años, con su mesa colmada con cartas de admiradores de todo el mundo, me alegro de haberla acompañado en los tiempos de mayor soledad”. ¿Cómo fueron esos momentos?
La acompañé siempre y es un recuerdo que tengo muy intenso de mi vida. Era una persona muy particular, una persona que para algunos podía parecer muy difícil. Podía parecer gélida en la forma de actuar, podía actuar con cálculo, con absoluta conciencia de sus actos. Pero al mismo tiempo poseía una enorme sensibilidad, una gran humanidad. Era capaz de compadecerse no solamente de un perro (ella siempre tenía muchos perros que recogía de la calle). La conocí en el detalle sigiloso de amor hacia muchas personas en pequeñas cosas. Era capaz de grandes desprendimientos que no todo el mundo tiene. A veces, cuando yo le elogiaba una cosa bella, me decía: “Lléveselo. Es suyo”, con la misma generosidad con que me dio la capa. Por lo general, nunca acepté esos donativos, nada más en algún momento en que decirle que no habría sido una ofensa. Ella fue una mujer extraordinaria y durante dos décadas siempre estuve con ella, muchas veces solo, la mayor parte de las veces solo: conversando, aprendiendo, oyendo cosas de la historia de su padre. Conocía al dedillo la obra de Martí, era una admiradora de Maceo, tenía un sentido de la cubanía tan intenso que puedo decirte que su vida ha influido mucho intelectualmente en la mía.
Confesó que los Loynaz fueron tocados por un “enigmático y contradictorio favor del destino”. ¿Por qué cree que ha sido “enigmático y contradictorio”?
Porque eran locos. Dulce María decía que era la más cuerda. Ellos arrastraban una tara por la cual casi todos: Carlos Manuel, Enrique, Flor, tuvieron momentos de su vida terribles. Yo conocí a Flor, a Carlos Manuel, no a Enrique. Sus formas de actuar, a personas ajenas a esa realidad podían parecerles enigmáticas. Fue un designio adverso, porque teniéndolo todo, les faltó lo más importante que tiene todo hombre: la razón. Mas, todos tuvieron el don de la poesía. La poesía los asistió, los apoyó moralmente y fue una fantasía que los ayudó a vivir y a morir.
Afirmó que el cantante y compositor Silvio Rodríguez pertenecía a una orden de caballería casi extinta. ¿Adjudica esta orden a alguien más?
Sí, yo desde luego estoy incorporado por voluntad propia; pero él es una persona muy especial, muy generosa. Es capaz de interpretar sentimientos muy profundos, valiente para dar sus opiniones, nunca falla. Él siempre está.
¿A qué lugar desearía que enviaran su corazón como acto de última voluntad si fuera posible?
Aquí, a la Habana Vieja.
¿Al Palacio de los Capitanes Generales?
No, quizás a otro lugar. Tengo un rincón más predilecto.
¿Cuál?
Eso te lo voy a dejar a ti.
Nelson Domínguez le llamó profeta feliz y enamorado ¿Coincide con esta imagen? Motivos.
Nelson y yo somos amigos desde que era él un adolescente. Profeta, porque me gusta ver las cosas del futuro con alegría, con entusiasmo y con confianza. Te diría más: con fe. Y el amor, porque nada que no esté asistido por él, fecunda ni fructifica, ni pervive. Solo el amor salva.
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