Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Por: Onedys Calvo Noya y Marjorie Peregrín Avalo
Continuamos compartiéndoles el diálogo con el biólogo José Vázquez, quien nos acerca a un Eusebio menos público y sí muy entrañable, a su relación con sus mascotas y a sus desvelos y empeños por sensibilizar y crear espacios para el disfrute de la naturaleza en el entorno de La Habana Vieja.
Estamos en plena temporada ciclónica, acaba de pasar un ciclón por nuestro país, y siempre que llegaba una alerta ciclónica recordamos a Eusebio; él siempre preocupado y ocupado por preservar todo cuanto peligraba, ¿tienes alguna anécdota de aquellas arduas jornadas?
Me tocaron dos ciclones en la Oficina del Historiador, yo era casi especialista en eso, porque en la pesca hay todo un culto de protección contra los ciclones, para resguardar los barcos, las instalaciones…un protocolo que se domina perfectamente, pero me di cuenta de que en la Oficina había más buena voluntad que conocimiento.
Recuerdo un ciclón, ya batiente, apagón, nosotros en el Palacio de los Capitanes Generales, con la infaltable Raida Mara Suárez, y la yagruma,su yagruma, cuya copa sobresale por encima del techo, se batía angustiosamente, a un lado, a otro, y su primera reacción no fue qué pasaría con el Palacio de los Capitanes Generales, fue si la yagruma se caía, su primera reacción fue salvar a la yagruma. Mandó a buscar unas cuerdas, la mandó a apuntalar en los cuatro ángulos de Palacio, las cuatro columnas de las cuatro esquinas de la segunda planta. Cuando yo vi aquella herejía de navegación le dije: “Leal tiene que escoger entre la yagruma y el Palacio de los Capitanes Generales. Si una de las piezas que integran la columna cede ante el empuje del viento halado por la cuerda, se cae el Palacio”, reaccionó y como viejo capitán de navío dijo: “¡Corten las amarras!”. Por suerte se salvó el Palacio y la yagruma que, entendiendo el gesto de Eusebio, se negó a caerse.
Segundo ciclón, este más fuerte, cientos de árboles en toda La Habana destruidos. Esa sierra implacable que utilizan los que son incapaces de volver a levantar un árbol, y utilizan su mal concepto de las nuevas técnicas para destrozarlo en el piso aún vivo, hizo mella en él, y decidió en medio de aquel desastre salvar siete árboles, siete ficus―nosotros le decimos laureles en Cuba―, que Eusebio quería salvar como un llamado a la conciencia pública de que la sierra no es la solución al problema.
Era una jugada suicida realmente en aquella circunstancia, movilizó recursos, movilizó personas y los siete árboles fueron trasplantados en cepo, como corresponde, en diferentes puntos de La Habana Vieja. Aquello fue una verdadera campaña de combate y una batalla campal, porque había que tener mucho poder de persuasión para convencer a una población sedienta por falta de agua que había que tomar una pipa, sencillamente, para regar aquellos árboles recién plantados. Como siempre, ganó esa batalla. Algunos murieron. Recuerdo especialmente unos que están en la parte trasera del Castillo de la Real Fuerza y los miro con admiración cada vez que paso porque hoy contribuyen a dar vida al lugar y acogen a numerosas aves cubanas y migrantes, que se asientan plácidamente en aquel lugar sin saber, sin conocer, pero agradeciendo la obra de aquel “loco” que fue capaz de sembrar un árbol para que las aves tuvieran un espacio dentro de La Habana Vieja.
Eusebio sostuvo una labor militante a favor de la naturaleza, creó numerosos espacios verdes dentro del Centro Histórico: parques, jardines, hermosos patios interiores, y rescató sitios como la Quinta de los Molinos, que promueven la educación medioambiental. Fue un hombre de sueños, muchos realizados y también de imposibles…
En algunas ocasiones he dicho que mi vida se complicó cuando salí de las puertas del Acvarivm con otras responsabilidades. Hubo un momento en que yo era el responsable de todas las cosas que tenían que ver con el tema ambiental y fui a dar a director de la farmacia La Reunión, la antigua farmacia Sarrá. Compartía otras responsabilidades, pero a esa especialmente, como era la nueva, le dedicaba más tiempo y Eusebio siempre fiscalizándolo todo, como era su costumbre, empezó a exigirme, quizás recordando también nuestra infancia, no tan alejada una de la otra, un suero mágico que acostumbraban a suministrarnos nuestras madres en épocas de crisis y que era conocido bajo el nombre de Bacilo Búlgaro.
El Bacilo Búlgaro era una especie de fórmula mágica que venía en unos viales muy pequeños con un taponcito de goma rojo, con un sabor ácido y que teóricamente servía para todo. Si usted tenía catarro, su mamá le sonaba dos bacilos búlgaros; si tenía diarreas, dos bacilos búlgaros; si tenía un ataque de asma, dos bacilos búlgaros; y de esa forma los bacilos búlgaros formaron parte de nuestra infancia por sus propiedades aparentemente curativas.
Eusebio siempre rescatando las viejas costumbres, las viejas medicinas, los viejos hábitos, me instruyó para que yo hiciera una fábrica de bacilos búlgaros en la Casa Humboldt. Yo había sufrido el Bacilo Búlgaro como todos los niños de la época. En los años cuarenta, cincuenta era normal que todo se curara con un Bacilo Búlgaro, pero no tenía la más remota idea de qué era aquel líquido ácido, no debo negar que era sabroso, pero hasta ahí.
Entonces me lancé a investigar qué cosa era el Bacilo Búlgaro. Por suerte en el Instituto de Investigaciones de los Alimentos tenía amigos y amigas a los que acudía en momentos de crisis ante la avalancha de preguntas de Eusebio para al menos tratar de responder académicamente, y recuerdo la mirada sarcástica de aquel que me dijo: “Chico, el Bacilo Búlgaro no es más que suero de yogurt”. Desilusión total, pero allá fui yo diciéndole a Eusebio la respuesta―aquello era un truco de la época para ganar plata invirtiendo poco, era promovido por una campaña mediática muy importante y realmente todos consideramos que tenía propiedades mágicas. No era más que un suero de leche acidulado y saborizado con algún sabor a cítrico, lo cual lo hacía palatable y sobre todo muy adecuado para los niños, que siempre buscan esos contrastes de sabores agridulces.
Le hago la explicación a Eusebio con el mayor de los respetos, como siempre, me mira, se ríe y me dice: “Coño, Adela te engañó”. Adela era mi madre, que él conoció. Mi respuesta: “Sí, Eusebio, pero Silvia también te engañó”. Ambos nos reímos, y por suerte para mí se le olvidó aquello de la fábrica de Bacilo Búlgaro para abastecer a los niños de La Habana Vieja.
¿En esos intercambios que solías sostener con el Historiador hubo alguna pregunta sin respuesta?
En la misma medida en que me fui adentrando en el trabajo de la Oficina del Historiador e incrementando mi interés de siempre en la historia, comencé a ver el típico sentido lógico de un científico de las ciencias naturales: algunas cosas que a mí me resultaban contradictorias, y una de ellas era en La Habana fundacional, por qué razón los españoles fundaron la ciudad en la ladera oeste, en la vertiente oeste de la bahía de La Habana, en un lugar donde no había agua, y los obligó a hacer una colosal obra solo unos años después para poder abastecer desde el río Almendares a través de la Zanja Real a la ciudad, teniendo agua en todo el sector sur de la bahía. Todavía ahí están bien contaminados y bien destruidos esos ríos que pudieron servir como fuente de suministro de agua para la ciudad.
Esta pregunta se la hice a numerosos amigos historiadores de la Oficina que obviamente tenían más tiempo para responder las preguntas de un diletante en la historia como yo, pero ninguna de sus respuestas me convencía y un día en la orilla de la zanja ya excavada en la calle Teniente Rey tuve la oportunidad de hacerle esa misma pregunta a Eusebio. Era obvio que nunca había pensado en eso, y como hombre de respuestas rápidas me dijo: “El problema es que en el sur había muchos mosquitos”, como si no lo hubieran en el este o en el oeste, y me agrega “es que era una zona muy pantanosa”, como si no lo fuera también toda la zona donde estaba la ceiba fundacional.Tampoco me convenció. Se lo hice saber y le di mis argumentos, se rió mucho de la idea, y se me ocurrió decirle: “El día en que disponga de tiempo voy a publicar un trabajo que se llame ‘Las raíces históricas de la falta de agua en La Habana Vieja’”, porque desde la época fundacional construyeron la ciudad en una zona donde no había agua, por tanto, no es de extrañar que todavía hoy paguemos las consecuencias.Se rió mucho de la idea, me la incentivó y de vez en cuando me preguntaba:“¿Cómo va tu trabajo del agua?”. Lástima que la intensidad de trabajo nunca me permitió cumplir ese compromiso con él, pero realmente era un tema que me apasionaba en la época.
Eusebio recibió en vida innumerables premios, condecoraciones y reconocimientos
Entre las múltiples y muy merecidas condecoraciones, distinciones, medallas y honores que recibió tanto en Cuba como en otras naciones hay una que siempre llamó especialmente la atención en mí, que fue la entrega por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente y la Academia de Ciencias de Cuba del Premio Nacional de Medio Ambiente. No conozco al jurado que evaluó la propuesta y quizás esa orden haya pasado con cierta intrascendencia para el público, sin embargo me parece un gran reconocimiento a la obra de Leal.
La ecología más moderna toma ya los caminos de la ecología humana que, incluso, ya constituye estudios académicos de muchas universidades del mundo y cuyo objetivo básico son las interacciones hombre-ambiente-sociedad. Desde el empirismo ambiental de Leal soy un convencido de que la obra de Eusebio es la obra más grande de mejoramiento humano que se ha hecho en nuestro país, en la que pudo ligar entorno, sociedad y población en un proyecto único.
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