Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Por: Thays Roque Arce
George Washington, primer Presidente de los Estados Unidos, estuvo en La Habana en el año 1762. Su estancia aconteció luego de la toma de la ciudad por las fuerzas británicas, que consumaron su victoria horas después del 13 de agosto.
El templo dedicado a San Francisco de Asís, una de las obras más sobresalientes de la arquitectura colonial, fue el sitio escogido por los británicos para exigirle al obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz y de Lora un recinto que consagrarían a su liturgia anglicana. Entre los asistentes a la tenida masónica de consagración bajo el rito de York que tuvo lugar en el santuario se hallaba el joven Washington. El hecho está corroborado en la cronología de su vida y obra delineada en el Museo de Mount Vernon, su casa natal, donde falleció a la edad de 67 años, el 14 de diciembre de 1799.
Antes de que el Padre de la Patria de Estados Unidos fuera considerado así, pequeños vínculos como este, luego fortalecidos, lo ataron a la isla de Cuba.
Elegido Comandante en Jefe del Ejército Continental en 1775, marchó a la guerra de Independencia de la nación norteña durante seis años. La guerra dio ocasión para estrechar relaciones entre las Trece Colonias sublevadas y Cuba, que comenzaron marcadas por un matiz comercial.
El estudio de las relaciones históricas entre Estados Unidos y Cuba constituyó una de las vertientes del quehacer historiográfico del Doctor Emilio Roig de Leuchsenring, primer Historiador de la Ciudad de La Habana, quien se refirió a este fenómeno inicial como un intercambio de ideas y productos entre Cuba y las Trece Colonias, y al cual la Isla debió parte de su progreso durante los siglos 17 y 18.
En su archivo, la Oficina del Historiador de la Ciudad posee, además, una edición rara y, por ende, valiosa de papeles y documentos, actas de sesiones del Congreso de esa nación, fuentes de las cuales bebió Roig, para referirse a estos temas en conferencias y en algunas de sus obras medulares.
También lo hizo el Doctor René Anillo Capote, uno de los más destacados líderes de la Federación Estudiantil Universitaria y durante el triunfo de la Revolución Cubana, quien escribió en el año 2001 un texto en el que detalla las bases de esas relaciones bilaterales, que se fundaron en el apoyo a las Trece Colonias.
“Los verdaderos amigos de Washington en Cuba”, como se titula el artículo, cuenta cómo en el campamento del líder, en Morristown, en abril de 1780 falleció el cubano Juan de Miralles, a quien se le había encomendado la misión de establecer relaciones con el Congreso de Filadelfia y con el propio general Washington.
Enviado por el mariscal Diego José Navarro, Capitán General de la Isla, Miralles había sido el más activo y enérgico comerciante de La Habana con las Trece Colonias insurgentes. Se ha subrayado que su misión puede ser considerada como el comienzo de las relaciones comerciales entre Cuba y los Estados Unidos, que el habanero animó desde 1778 hasta el año de su muerte.
Emilio Roig ha descrito que el inicio de las relaciones directas entre Cuba y la nueva república norteamericana, desde el punto de vista político, se sitúan con la llegada de Miralles al territorio norteño, cuando el mariscal Navarro, con facultades ilimitadas y en cierto modo independientes a las órdenes emanadas de Madrid, lo designó como observador y representante suyo en correspondencia dirigida al Congreso y al propio George Washington.
Fue precisamente Martha Dandridge Cutis – la esposa del Presidente – quien prodigó los últimos cuidados a Miralles. Su despedida se produjo con altos honores militares, y del puño y letra de Washington fueron las cartas de condolencia más sentidas para la familia del cubano y el Gobernador español en Cuba.
Durante todo el período de lucha por la independencia de las Colonias Unidas, no faltó a estas nunca el apoyo generoso en hombres y recursos. También desde nuestro país partieron expediciones de hasta de ocho mil hombres, pues, como le explicó Miralles a Washington, La Habana era una garantía para la victoria de los separatistas norteamericanos.
Irónicamente, los Estados Unidos se mantuvieron indiferentes al proceso de emancipación de Suramérica y, con relación a Cuba, asumieron una conducta favorable al sostenimiento en la Isla de la dominación colonial durante los treinta años de combate desigual de los cubanos por la independencia.
Washington siempre defendió que los gobiernos debían “abstenerse de las antipatías permanentes contra unas naciones en particular, y cultivar en lugar de ello los sentimientos amistosos para con todas”. Decía: “La nación que se entrega al odio de otra, en cierta medida es una esclava”.
En los orígenes, parecía señalado favorablemente el destino útil y fecundo de una relación entre Estados Unidos y Cuba. La historia llevaría por senderos difíciles la vecindad entre ambos países, senderos que intentan normalizarse en la actualidad sobre la base fundamental del diálogo y el respeto mutuo.
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