Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Hoy 16 de noviembre, me complace en enviarles a todas y a todos un mensaje muy afectuoso. Es el 496 aniversario de la ciudad histórica, La Habana, en la costa norte, junto al Puerto de Carenas; la ciudad que en definitiva asumió la personalidad de aquella otra, quizás un campamento militar, como han afirmado Olga Portuondo, mi predecesor, el doctor Emilio Roig, y en conversaciones que recuerdo con Doña Hortensia Pichardo, la gran historiadora, cuyo trabajo sobre las siete villas resulta aún hoy insuperable.
Ese campamento, el más occidental en la costa de Cuba, debió establecerse en la costa sur en el año 1514. En puridad de verdad, habríamos celebrado el 500 aniversario hace ya tres años. Asumo la responsabilidad personal de no haber convocado para esta fecha. ¿Por qué? Porque en definitiva La Habana que prevaleció es esta.
Quiero, también, transmitir un mensaje afectuoso al pueblo de Melena del Sur, que en el corazón de esa pequeña comunidad, prestigiosa y antigua, hay un padrón de piedra que dice: “Aquí se fundó La Habana”. Y es que según esa enraizada tradición, allí, cerca del bosque que recorrí hace aproximadamente dos años en una conferencia muy acogida por aquella comunidad y a la cual me invitó el Doctor Gregorio, historiador de las ciencias médicas, cuyo padre también historiador eminente de aquella comunidad escribió sobre el tema, debió establecerse esa Habana del Sur.
Cuando caminé por aquella orilla del río y me acerqué a la desembocadura, viendo aquellas arenas y el bosque que aún permanece, imaginé que la arqueología tendría que determinar definitivamente con su veredicto, la existencia o no de la huella de una comunidad como en el caso de otras en la América del Sur o en la Isla española donde el arqueólogo Cruxet encontró, halló, las ruinas de la primera ciudad; quiere decir, del Fuerte Navidad y de la Isabela. En realidad es muy posible, cuando una comunidad se establece por algún tiempo, la basura que se quema –entre las cuales hay casi siempre loza, cerámica– no es destruye por el fuego, la preserva la humedad, el fango tiene también propiedades para conservar ciertos elementos, aún la madera, y desde luego hay tumbas, porque muchas personas debieron expirar en aquel primitivo intento que miraba hacia tierra firme y era el objetivo fundamental de la Conquista entonces. Esa fue San Cristóbal. Sin embargo, en algunos de los mapas y en algunos de los derroteros de la época más confiables, aparecen claramente señaladas dos Iglesias: una al Sur y una al Norte. La que se sitúa al Sur está en un punto de la ensenada de la broa donde debió establecerse, por las condiciones propicias de no existir en esta área un puerto más seguro, ese campamento que prevaleció algún tiempo. Todos los historiadores, el ilustre Genaro Artiles, el doctor Roig, la doctora Pichardo, todo el mundo coincide en que esa comunidad no fue solitaria, Hatos y Corrales se establecieron en lo que es actualmente la zona de puentes grandes, cerca de los fuertes remolinos de Lucillo y un poco más hacían el norte, en lo que es hoy la zona del Hotel Riviera, aproximadamente, en la desembocadura del río Almendarez, en esa desembocadura debió existir también otra pequeña comunidad o asentamiento. Todo lo cual, a partir de un determinado instante, se mueve y converge en el Puerto de Carenas, el mismo que en 1508 viera por vez primera el navegante gallego Sebastián de Ocampo. Él vio, al concluir su bojeo, un puerto al que llamó de Carenas porque llegó allí con sus naves en muy mal estado y pudo utilizar un betunero –así le llaman– que debió ser una salida, un poco de alquitrán o de petróleo grueso que salía y que aún hoy se encuentra en la zona de Guanabo, etc., y que utilizó en esos coágulos de petróleo para calafatear sus naves. Esa es la noticia que tenemos del Puerto de Carenas.
Andando el tiempo, La Habana, según los padrones que aparecen escritos, las lápidas que el doctor Roig rescató de la columna Cajigal en el templete de La Habana, el monumento conmemorativo, se sitúa la fecha del año 1519. Una tradición oral, no documental –hasta hoy no poseemos esos documentos–, pero sí de lo que estoy seguro, es que las actas capitulares que hoy no existen, a partir del momento en que se constituyó un Cabildo, tienen que reflejar el acontecer diario como refieren las que conservamos desde el año 1550 hasta la fecha. Todo pasa por esa útil reunión donde quedan plasmados todos los intereses de la villa, de sus vecinos, estantes o pasantes; la guerra que se declara en Europa; la presencia de enemigos cerca de La Habana; las epidemias; el temporal; la llegada de una nave, etc. Todo eso aparece admirablemente contado en las actas capitulares.
Hoy, día 16 celebramos esta importante tradición para La Habana y también para Cuba, y para el continente americano. Si se tiene en cuenta que luego de las ciudades erigidas en la Española –quiere decir Santo domingo, La Vega Real, Santiago de los Caballeros–, es La Habana, junto con las ciudades de Bayamo, San Salvador, Santiago de Cuba, la Santísima Trinidad, San Juan de Los Remedios, Sancti Spíritu, las ciudades más antiguas del continente en esta latitud del Mundo. Es por eso que cuando conmemoramos un hecho no comprobado por la Arqueología, ni aseverado por un documento histórico, sentimos que el hecho vibra en la conciencia pública, en el sentimiento de los ciudadanos.
Ahora, ¿qué me importa a mí en este día una cosa o la otra? Esta referencia me es muy importante. Pero quizás lo decisivo, lo realmente importante es que las personas tomen una conciencia de ciudadanía, de la importancia que tiene la ciudad, la comunidad. El que no ama al pequeño pueblo en que nació, el que no ama la ciudad en que vino al mundo es difícil que quiera a la Patria, por ejemplo, que es la Madre mayor. El que no recuerda a sus padres, a sus abuelos, no atiende a su familia, difícilmente podrá entender que es necesario preservar un árbol, un monumento, un teatro, un barrio de una ciudad, en este caso, La Habana.
Yo creo que debemos unirnos todos en los actos de este día; cuando inauguremos el muelle flotante de La Alameda de Paula, casi concluida; cuando reabramos al público el Castillo de San Salvador de La punta, prácticamente desolado después del último ciclón y el daño de las olas; cuando volvamos al Templete y a la Plaza de Armas, y nos asomemos con los niños de la escuela Ángela Landa, portando los antiguos e inmemoriales símbolos de La Habana –sus Mazas, su Copa de votación, sus libros, sus antiguas llaves–, que nos consagremos a cuidar la ciudad. Y que todo el mundo comprenda que esto no es solamente un deber de las autoridades, ni debe refrendar la voluntad política del Gobierno –ni siquiera el gobierno local–. Lo más importante es que en la escuela, en la Universidad, en los institutos, en las familias, se sepa que La Habana debe ser tan importante para nosotros como para los hijos de Santiago es su ciudad, como para los hijos de Baracoa es su ciudad, y esa ciudad primada, nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, está restaurada, está admirablemente cuidada. Santiago ha resucitado con una fuerza tremenda después del ciclón, y todos los que vienen cuentan de la belleza de la ciudad, de los jardines, de los árboles, de los monumentos, del cementerio. ¿Cuál es esa fuerza poderosa? Trinidad también. ¿Qué decir de Cienfuegos? ¿Qué decir de otras ciudades que se incorporan con igual ilusión? Matanzas, por ejemplo, o Gibara, o los sitios del Patrimonio Mundial en Cuba, como es la pequeña villa de Viñales, y el valle mismo, asolado también por el ciclón, y hoy cuidado y plantado. Si es así, nosotros tenemos que hacer algo por La Habana, tantas personas que ahora tienen los medios para restaurar sus casas, arreglarlas, que lo hagan con sabiduría, que consulten a los arquitectos, que no hagamos una deformación de la arquitectura, que no obedezcamos a modas foráneas y absolutamente superficiales. Yo creo que hay que creer en la Ciudad bella, en la ciudad hermosa.
Les convoco hoy, que es un día lluvioso, a recorrerla. Vayamos a la Plaza de San Francisco donde está la linda exposición que inauguramos el viernes de los perritos Xico, una linda exposición mexicana que como la de los osos, pintada por artistas cubanos y continentales ha sido tan bien acogida por los niños. Vayamos a la Plaza Vieja, a la Plaza de la Catedral, hagamos el recorrido que corresponde en este día.
Faltan tres años y un poco más para el 500 aniversario. ¿Qué pasa que no se habla de esto? ¿Cómo es posible que ya no estemos metido de lleno en hacer una conciencia ciudadana de la importancia que tiene para la capital de Cuba, primer estado socialista en el continente, la ciudad gloriosa de las milicias de los macheteros, de los alfabetizadores, la ciudad gloriosa de tantas y tantas jornadas grandes para Cuba? ¿Cómo es posible que no se hable de eso? ¡Es necesario! Hay que comenzar una batalla, sé que no se podrá hacer todo lo que queremos; La Habana no es un pequeño pueblo ni una pequeña ciudad, es una ciudad grande, una cápita, una cabeza, una capital. Requiere tres cosas –no nos engañemos–, dinero, dinero, y más dinero. Porque estamos hablando de las redes, estamos hablando de la iluminación, de los jardines, de las casas, de las viviendas, y, desgraciadamente, a esa suma hay que agregar que tenemos poco, poco y poco. Entonces, hay que hacer un esfuerzo real con lo que tenemos. Sabemos que no sobra, sabemos que falta, pero es indispensable que todo el mundo ponga de su parte. Los organismos centrales del Estado, en sus edificios que son la posesión del Estado, y un símbolo del Estado. Los jardines públicos, los monumentos grandes de La Habana, los símbolos de su poder histórico, que es un poder moral.
Felicidades a todos los habaneros y a todos los cubanos en este día, porque esta –aunque me pese un poco usar esta fórmula que no me gusta porque es redundante–, es la capital de todos los cubanos aquí o donde quiera que estén.
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