La grandeza de la mujer cubana

septiembre 5, 2005

Recuerdo perfectamente todos los motivos y razones que tengo en el orden personal y que tenemos los cubanos, como familia y como pueblo, para colocar en su sitio – latinamente – a la mujer y su aportación universal. Hoy quisiera referirme a las mujeres nuestras en todos los campos del saber, de la cultura, en la educación, donde han sido mayoritariamente las tutoras de las generaciones y generaciones de niños y adolescentes: las maestras. En otra época, existían mujeres que en los barrios enseñaban a un grupo pequeño de niños, hasta el nacimiento de la escuela.
Emilio Roig, otrora Historiador de la Ciudad de La Habana, fue un gran batallador por la dignidad de la mujer cubana.
Evocaba siempre a María Luisa Dolls, por ejemplo, la insigne educadora que él tomó como motivación para su campaña por una escuela cubana en Cuba libre, que por cierto fue victoriosa.
Así se mantuvo el intento de Roig por modificar el carácter laico, popular y accesible de la escuela cubana. Al repasar nuestra historia, en la cual no hay una sola gran mujer que no haya estado vinculada al gran empeño, al magno empeño de la libertad y de la dignidad de Cuba.
Yo recordaría en el prolongado exilio de los Estados Unidos a Emilia Casanova de Villaverde, por ejemplo, la gran luchadora, oradora en los actos públicos, la amiga de Garibaldi, la corresponsal de Víctor Hugo en Nueva York y que fue esta gran cubana. Recordaría en el campo de batalla a las mujeres que como Mariana Grajales o María Cabrales se constituyeron en símbolo del heroísmo militar y de la resistencia cívica del hogar cubano ante la opresión colonial.
Evocaría a la mujer como motivación de los más altos y puros sentimientos, en Amalia Margarita Simoni, la novia y amada de Ignacio Agramonte o el amor entrañable de José Martí a su madre, volcado en la carta final, casi póstuma: “Hoy 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted…” Pienso en ese amor que se ha manifestado en el hecho de que cada pueblo de Cuba tenga, en el centro, una estatua de la madre y del niño.
¿Cuántos pueblos me vienen a la mente, cuántas carreteras, cuántas comunidades donde el amor de las fraternidades edificó una estatua a la madre y a su criatura? En fin, a todas las mujeres cubanas, habiendo escogido sólo estos símbolos, nuestro sentimiento de gratitud.Recuerdo perfectamente todos los motivos y razones que tengo en el orden personal y que tenemos los cubanos, como familia y como pueblo, para colocar en su sitio – latinamente – a la mujer y su aportación universal. Hoy quisiera referirme a las mujeres nuestras en todos los campos del saber, de la cultura, en la educación, donde han sido mayoritariamente las tutoras de las generaciones y generaciones de niños y adolescentes: las maestras. En otra época, existían mujeres que en los barrios enseñaban a un grupo pequeño de niños, hasta el nacimiento de la escuela.
Emilio Roig, otrora Historiador de la Ciudad de La Habana, fue un gran batallador por la dignidad de la mujer cubana.
Evocaba siempre a María Luisa Dolls, por ejemplo, la insigne educadora que él tomó como motivación para su campaña por una escuela cubana en Cuba libre, que por cierto fue victoriosa.
Así se mantuvo el intento de Roig por modificar el carácter laico, popular y accesible de la escuela cubana. Al repasar nuestra historia, en la cual no hay una sola gran mujer que no haya estado vinculada al gran empeño, al magno empeño de la libertad y de la dignidad de Cuba.
Yo recordaría en el prolongado exilio de los Estados Unidos a Emilia Casanova de Villaverde, por ejemplo, la gran luchadora, oradora en los actos públicos, la amiga de Garibaldi, la corresponsal de Víctor Hugo en Nueva York y que fue esta gran cubana. Recordaría en el campo de batalla a las mujeres que como Mariana Grajales o María Cabrales se constituyeron en símbolo del heroísmo militar y de la resistencia cívica del hogar cubano ante la opresión colonial.
Evocaría a la mujer como motivación de los más altos y puros sentimientos, en Amalia Margarita Simoni, la novia y amada de Ignacio Agramonte o el amor entrañable de José Martí a su madre, volcado en la carta final, casi póstuma: “Hoy 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted…” Pienso en ese amor que se ha manifestado en el hecho de que cada pueblo de Cuba tenga, en el centro, una estatua de la madre y del niño.
¿Cuántos pueblos me vienen a la mente, cuántas carreteras, cuántas comunidades donde el amor de las fraternidades edificó una estatua a la madre y a su criatura? En fin, a todas las mujeres cubanas, habiendo escogido sólo estos símbolos, nuestro sentimiento de gratitud.

Emilio RoigMujerTradición

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Historiador de la Ciudad de La Habana 2011
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