Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Queridas amigas y amigos: durante varias semanas nuestro programa televisivo ha estado dedicado a destacar y a dar a conocer la obra de formación profesional y de oficios, esto es algo en lo cual no puedo dejar de insistir por su importancia, por su trascendencia para el futuro de la restauración. Más allá de nosotros quizás ésta sea la obra principal, y es que cuando comencé hace cuarenta años en la restauración del Palacio de los Capitanes Generales en noviembre de 1967, no existían esos jóvenes, tuvimos que encontrar a los ancianos, “los viejitos” como se decía entonces, que sabían los oficios. Recuerdo a un grupo verdaderamente meritorio de yesistas que eran capaces de hacer las molduras, las escocias como se llaman las decoraciones de los salones, los florones, todo lo que se coloca en los techos muy decorados de La Habana, y que ha sido una constante en la arquitectura de La Habana; también en el Vedado, La Víbora, en Santos Suárez, cuando uno penetra en las casas, las grandes salas, pues observa esos techos decorados.
Pues se trataba de ancianos efectivamente, hombres mayores muchos de ellos catalanes que trabajaban el yeso, como también encontré los que hacían los cortes de la piedra de jaimanita y trabajaban las canteras cerca de La Habana y en la propia Habana. Los conocí en el cementerio de Colón donde hasta muy entrado el año 1960 continuaban todavía construyendo capillas, que salían por una de las puertas laterales del cementerio, como una obra muy acabada y perfecta del trabajo de canterías. Cuando comenzaron, casi de inmediato, trabajos en el Castillo de la Fuerza dirigidos por el profesor Prat Pui, y trabajos en el Palacio del Segundo Cabo bajo la dirección de Noemí del Parado, se usaron estos canteros, y los propios jardines del castillo se convirtieron en lugares de trabajo, en talleres al aire libre. Con una lona puesta sobre cuatro pilares estaban los canteros con sus hachas y cerrotes haciendo las más preciosas molduras, realizando los pollos de las ventanas.
El gremio de los yesistas era muy importante, este gremio tenía en la calle Cifré un teatro y una sociedad de los yesistas, era tan importante todavía en los años altos del siglo XX que tenían este particular privilegio, en escuelas solía realizar las fiestas de fin de año, alquilando el teatro de los yesistas y yo recuerdo haber visitado los talleres y las oficinas que se encontraban en unas casitas bajas exactamente frente al teatro. De esta manera con la ayuda de estos yesistas, de estos canteros y también de los graniteros que eran expertos en hacer los pisos de terrazo veneciano, los pisos granitos como se le llamaba habitualmente. Ellos llegaban con sus sacos de piedra molida, piedra marmórea, donde estaban las negras, las rojas, las blancas, las verdes y realizaban después de la preparación del pavimento, la siembra: colocaban las piecesitas de bronce que separaban las grandes lozas que iban a fundirse, y realizaban aquellos espléndidos trabajos que después de numerosas etapas, resultaban finalmente el espléndido pavimento hoy tan difícil de realizar.
Últimamente para algunos trabajos en La Habana Vieja en edificios del siglo XX hemos necesitado buscar estos graniteros, quedan pocos en la provincia de Villa Clara encontramos algunos con sus máquinas que vinieron y trabajaron especialmente para nosotros, y por último un magnífico artesano en Pinar del Río. Pero para corregir esa ausencia, esa falta futura, esa necesidad que será tan apreciada en todo tiempo para la Ciudad formamos en la escuela taller numerosos oficios de la construcción, por eso bienvenidos los herreros, los hojalateros, los tejedores de rejillas, los graniteros, los marmolistas, los que son capaces de hacer una maqueta naval o de arquitectura de la Ciudad, los que son capaces de hacer dibujos a mano alzada, tanto para el proyecto arquitectónico o ingeniería, como para trabajos decorativos como por ejemplo la restauración de las pinturas murales.
Andar La Habana se ha detenido continuamente en cada uno de estos pequeños talleres, allí con el relojero, luego con los restauradores de papel, más tarde con los ebanistas y de esta manera permanentemente honrar los oficios de la mano, que son hijos directos de la inteligencia, hijos de la capacidad del ser humano, hijos de la paciencia, hijos de la lealtad que se recibió de un maestro cualquiera. Que este sea el conocimiento de un arte constructivo o de un arte para la restauración, estas artes aplicadas son más necesarias hoy que nunca, qué trabajo para encontrar un plomero, un buen plomero, un plomero que es un artista porque su nombre viene precisamente del uso y del arte de dominar el plomo, cosa que no es fácil porque las emanaciones producidas por el metal durante su fundición producían enfermedades, de esta manera los plomeros eran personas susceptibles al padecimiento de estas enfermedades muy difíciles, que eran enfermedades de la sangre o de la vista, producidas por el selenismo creado por el metal en la artesa en que era fundido. Recorriendo muchas ciudades del mundo vemos los trabajos en los techos, de plomo y de cobre y también con estaño, recuerdo que hasta mi propio nombre, mi apellido materno Splengler, tiene como única explicación el arte medieval de fundir el plomo.Queridas amigas y amigos: durante varias semanas nuestro programa televisivo ha estado dedicado a destacar y a dar a conocer la obra de formación profesional y de oficios, esto es algo en lo cual no puedo dejar de insistir por su importancia, por su trascendencia para el futuro de la restauración. Más allá de nosotros quizás ésta sea la obra principal, y es que cuando comencé hace cuarenta años en la restauración del Palacio de los Capitanes Generales en noviembre de 1967, no existían esos jóvenes, tuvimos que encontrar a los ancianos, “los viejitos” como se decía entonces, que sabían los oficios. Recuerdo a un grupo verdaderamente meritorio de yesistas que eran capaces de hacer las molduras, las escocias como se llaman las decoraciones de los salones, los florones, todo lo que se coloca en los techos muy decorados de La Habana, y que ha sido una constante en la arquitectura de La Habana; también en el Vedado, La Víbora, en Santos Suárez, cuando uno penetra en las casas, las grandes salas, pues observa esos techos decorados.
Pues se trataba de ancianos efectivamente, hombres mayores muchos de ellos catalanes que trabajaban el yeso, como también encontré los que hacían los cortes de la piedra de jaimanita y trabajaban las canteras cerca de La Habana y en la propia Habana. Los conocí en el cementerio de Colón donde hasta muy entrado el año 1960 continuaban todavía construyendo capillas, que salían por una de las puertas laterales del cementerio, como una obra muy acabada y perfecta del trabajo de canterías. Cuando comenzaron, casi de inmediato, trabajos en el Castillo de la Fuerza dirigidos por el profesor Prat Pui, y trabajos en el Palacio del Segundo Cabo bajo la dirección de Noemí del Parado, se usaron estos canteros, y los propios jardines del castillo se convirtieron en lugares de trabajo, en talleres al aire libre. Con una lona puesta sobre cuatro pilares estaban los canteros con sus hachas y cerrotes haciendo las más preciosas molduras, realizando los pollos de las ventanas.
El gremio de los yesistas era muy importante, este gremio tenía en la calle Cifré un teatro y una sociedad de los yesistas, era tan importante todavía en los años altos del siglo XX que tenían este particular privilegio, en escuelas solía realizar las fiestas de fin de año, alquilando el teatro de los yesistas y yo recuerdo haber visitado los talleres y las oficinas que se encontraban en unas casitas bajas exactamente frente al teatro. De esta manera con la ayuda de estos yesistas, de estos canteros y también de los graniteros que eran expertos en hacer los pisos de terrazo veneciano, los pisos granitos como se le llamaba habitualmente. Ellos llegaban con sus sacos de piedra molida, piedra marmórea, donde estaban las negras, las rojas, las blancas, las verdes y realizaban después de la preparación del pavimento, la siembra: colocaban las piecesitas de bronce que separaban las grandes lozas que iban a fundirse, y realizaban aquellos espléndidos trabajos que después de numerosas etapas, resultaban finalmente el espléndido pavimento hoy tan difícil de realizar.
Últimamente para algunos trabajos en La Habana Vieja en edificios del siglo XX hemos necesitado buscar estos graniteros, quedan pocos en la provincia de Villa Clara encontramos algunos con sus máquinas que vinieron y trabajaron especialmente para nosotros, y por último un magnífico artesano en Pinar del Río. Pero para corregir esa ausencia, esa falta futura, esa necesidad que será tan apreciada en todo tiempo para la Ciudad formamos en la escuela taller numerosos oficios de la construcción, por eso bienvenidos los herreros, los hojalateros, los tejedores de rejillas, los graniteros, los marmolistas, los que son capaces de hacer una maqueta naval o de arquitectura de la Ciudad, los que son capaces de hacer dibujos a mano alzada, tanto para el proyecto arquitectónico o ingeniería, como para trabajos decorativos como por ejemplo la restauración de las pinturas murales.
Andar La Habana se ha detenido continuamente en cada uno de estos pequeños talleres, allí con el relojero, luego con los restauradores de papel, más tarde con los ebanistas y de esta manera permanentemente honrar los oficios de la mano, que son hijos directos de la inteligencia, hijos de la capacidad del ser humano, hijos de la paciencia, hijos de la lealtad que se recibió de un maestro cualquiera. Que este sea el conocimiento de un arte constructivo o de un arte para la restauración, estas artes aplicadas son más necesarias hoy que nunca, qué trabajo para encontrar un plomero, un buen plomero, un plomero que es un artista porque su nombre viene precisamente del uso y del arte de dominar el plomo, cosa que no es fácil porque las emanaciones producidas por el metal durante su fundición producían enfermedades, de esta manera los plomeros eran personas susceptibles al padecimiento de estas enfermedades muy difíciles, que eran enfermedades de la sangre o de la vista, producidas por el selenismo creado por el metal en la artesa en que era fundido. Recorriendo muchas ciudades del mundo vemos los trabajos en los techos, de plomo y de cobre y también con estaño, recuerdo que hasta mi propio nombre, mi apellido materno Splengler, tiene como única explicación el arte medieval de fundir el plomo.
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