Eusebio Leal Spengler ~ Historiador de la Ciudad de La Habana ~
Alegría estuvo en Cuba hace pocos años y recibió, no solamente el homenaje de la Oficina del Historiador que lo había invitado a nuestro país, si no también de la Fundación Fernando Ortiz que lo honró con su más alta distinción. Fue uno de los luchadores más ejemplares por la preservación del patrimonio cultural, del concepto de la Ciudad Histórica, de su funcionalidad, de su utilidad pública. Algo más existió en la obra de Don Ricardo que muere a los 91 años de edad: fue un luchador por la identidad del pueblo puertorriqueño, por la conservación del idioma de Puerto Rico, que es nuestro idioma; por la conservación de la relación y del sueño antillano de Betances, de Hostos, de Martí, de Federico Enrique Carvajal. Fue un luchador por la cultura, alguien que creyó firmemente en que debía reformarse la sociedad puertorriqueña, y que en esa voluntad de reforma y de transformación estaba lo que él llamaba la preparación indispensable para aspirar a ese algo más que él entendía con absoluta claridad, y que era el único destino de la Isla amada de Martí: la independencia absoluta. Me dijo una vez: “Si nos dicen que no estamos preparados para ella, entonces preparémonos”.
Don Ricardo fue un hombre de inmensa bondad: creó el Centro de Estudios Avanzados en el Caribe, y allí tuve la oportunidad de dialogar con muchos intelectuales latinoamericanos. Allí conversé con el arqueólogo Chanlate, por ejemplo, el gran arqueólogo venezolano residente en la Universidad de Río Piedra en Puerto Rico, autor de sensacionales descubrimientos que tanto aportaron a la arqueología indoamericana. Allí conocí a distinguidos intelectuales latinoamericanos, y también cubanos, por ejemplo al profesor Leví Marrero, que alejado de Cuba ya muy anciano se encontraba allí en la sala de estudios, hacedor de una profunda obra historiográfica que dio a la América y a Cuba, uno de los más importantes legados investigativos.
Don Ricardo era un hombre de diálogo, era un hombre afable, un trabajador incansable que lograba lo imposible: concertar opiniones, divergencias, y lograr la unidad sin ceder en principios fundamentales o esenciales, en torno a funciones básicas. Cuando me han preguntado sobre las fuentes de inspiración para mi trabajo en La Habana, siempre uní dos nombres: el de mi maestro Emilio Roig y el de Don Ricardo Alegría, de Puerto Rico.
Ricardo Alegría deja un legado, deja el San Juan que conocí hace muchísimos años cuando tuve la única posibilidad de visitar los Estados Unidos, porque era obligatorio poner un pie en los Estados Unidos para ir al territorio colonial de Puerto Rico, la única oportunidad donde pude contemplar lo que él había hecho. Me acompañó a los lugares más representativos y singulares de la Isla, lugares que guardan una relación intensa con Cuba: fuimos al cementerio de La Perla, y allí fue testigo de mis palabras ante el sepulcro de Don Pedro Albizu Campos, el apóstol de la Independencia de Puerto Rico, continuador de Betances, que vino a Cuba en 1929 y dejó escritas en manos de Emilio Roig las bases del Partido Independentista puertorriqueño.
Don Ricardo fue un hombre de tal nobleza, de tal jerarquía moral, que cuando estuvo en La Habana, hace ya más de doce años, colocamos la única lápida que existe a una persona en vida en nuestro país. Fue colocada en la Plaza de San Francisco, lugar que él evocaba en ruinas, y que al verlo restaurado le provocó la más intensa exclamación.
Estando muy enfermo hace ya unas semanas, le escribí el último mensaje y mi colaboradora Lourdes Domínguez, arqueóloga que se encuentra laborando temporalmente ofreciendo clases en San Juan, tuvo el tiempo de leerle mis palabras.
Ella me contó de la simpatía, del cariño y del último mensaje de Don Ricardo. Yo creo que a los historiadores cubanos, a los que nos empeñamos en la restauración de nuestras ciudades, nos supone un alto en el camino, tan triste nueva.
Don Ricardo ha partido, ya no escucharemos su voz de manera permanente, ya no podremos quizás estrechar su mano, pero quedan las bellas dedicatorias de sus hermosos libros, sus fecundas y prolijas investigaciones sobre Puerto Rico, Las Antillas, la colonización americana, la esclavitud, el mundo indígena. Junto a José Juan Arron el ilustre cubano, forma una interesante trilogía en los estudios antillanos.
A Don Ricardo dedico este día mi pensamiento, y al mismo tiempo el sincero agradecimiento de mis colaboradores que lo recibieron con manos agradecidas, traídos a Cuba además, por la gentileza de la que fue la Embajadora de Venezuela en nuestro país y gran amiga de Cuba, María Clemencia López y de su esposo José Ignacio Jiménez . Ellos lograron traer a Don Ricardo para que volviese a La Habana, y que estuviese con nosotros; a partir de ese momento solidificó aún más la amistad que en la distancia habíamos contraído.
Para Don Ricardo esta memoria, y para nuestros amigos en San Juan de Puerto Rico, el abrazo sincero. Falta ahora un conductor, falta una voz, pero hay un pueblo que la ha conservado, que la guarda en su corazón, que conserva no solamente la esperanza romántica de ser alguna vez aquella otra ala del pájaro que la insigne poeta puertorriqueña sepultada en el cementerio de La Habana, Lola Rodríguez de Tío, había preconizado en hermosos versos: “Cuba y Puerto Rico son, de un pájaro las dos alas, reciben flores y balas en un mismo corazón.”
Compartir